Desafiando su Corazón

Capítulo 23: Cuando las Sombras nos Atrapan

Silas 

Devastado, así es como me encuentro en estos instantes. Estoy sentado fuera de la escuela de Nayla, esperando que llegue la hora de salida, la temida hora en la que nos veamos por última vez quién sabe por cuanto tiempo. 

Tengo la mirada gacha, pero de repente siento que alguien se sienta a mi lado, no tengo que levantar la vista para saber de quién se trata, tengo su perfume grabado por las ocasiones que hemos estado juntos. 

—Temo preguntar. —dice con su suave voz. 

—Fallé a mi promesa. —respondo, mi voz ronca por las lágrimas contenidas, aunque estas se desbordan tan pronto como levanto mi mirada y veo la tristeza y compasión en sus ojos—.  No sé qué hacer. He fallado como padre.

—Silas, no puedes culparte a ti mismo —manifiesta Isla suavemente—. Has hecho todo lo que has podido por Nayla. Esto no es culpa tuya.

Pero no puedo evitar sentirme culpable. La sensación de haber fallado a mi hija, de no poder protegerla, me consume por dentro. Me pregunto cómo podré enfrentarme a ella, cómo podré explicarle lo que ha sucedido.

—Siento como si mi mundo se estuviera desmoronando —confieso, luchando por contener el dolor que amenaza con ahogarme.

Isla me rodea con sus brazos, ofreciéndome consuelo en medio del desastre de emociones que me consume.

—Estoy aquí para ti, Silas —proclama ella con voz suave—. Siempre estaré aquí. Vamos a encontrar una manera, Silas. No estás solo en esto.

Me aferro a su abrazo, buscando consuelo en su amistad. Aunque el dolor persiste y lo seguirá haciendo hasta que tenga la certeza de que nadie podrá quitármela nunca más. Lo que me recuerda que… 

—¿Recuerdas que te hablé de Dámaso? —Incluso decir su nombre duele un poco. 

—Sí, el nuevo socio, el que te agradó mucho. 

—Sí, digamos que ya no me agrada tanto como quisiera. Resulta que es el padre biológico de Nayla, parece que se acercó a nosotros para pasar algo de tiempo con ella. —revelo—. Todo este tiempo supo quienes éramos, jugó con nosotros. 

—Eso es jodido, Silas. —pronuncia, llena de incredulidad. 

—Imagínate lo que sentí cuando me enteré. —Suspiro con pesadumbre—. Sin embargo, prometió que haría lo posible por cuidar de Nayla mientras esté con él, además de ayudarme a recuperarla. 

—¿Y le crees? 

—Ya no sé qué creer, Isla. Nada está saliendo como esperaba y no es justo, ¿qué acaso no es suficiente el dolor por el que hemos pasado? En este punto, tomaré cualquier vestigio de esperanza que tenga y me aferraré a ella; de lo contrario, perderé la cabeza. 

Aun sus brazos rodean mi cuerpo, pero siento cómo sus manos se pasean por mi cabeza, acariciándome y brindándome tranquilidad. 

—Puedo estar contigo hoy, cuando tengas que decirle. Aun así, tal vez sea algo que quieras hacer solo. Sea cual sea el caso, lo respetaré y estaré disponible para cuando me necesites.

Sopeso las opciones por unos segundos antes de responder: 

—Quiero estar solo con ella hoy, puede que Fátima aparezca mañana para llevársela y tengo la certeza de que te requeriré tu presencia para no perder la cordura.

—Estaré lista en la mañana, esperando por tu llamada. —Finalmente, separa sus brazos de mi cuerpo y con reticencia la dejo ir—. Debo regresar, le pedí el favor a alguien que me sustituyera cuando me dijeron que estabas aquí sentado. 

Ella es un ángel en medio de todo este desastre. 

—Gracias, Isla, por todo. 

—Nos vemos mañana, sé fuerte. 

Con una última mirada, se marcha y me deja en mi sitio, un poco más tranquilo que antes. Pero esa tranquilidad se acaba cuando escucho el timbre de salida y a los segundos veo a mi hija. Mis ojos se fijan en la puerta de la escuela, esperando ver a Nayla salir. Mi corazón late con fuerza, lleno de ansiedad y esperanza.

Y entonces, la veo. Nayla aparece en la puerta, con una sonrisa radiante en su rostro, sus ojos brillando de alegría. Escucho su voz, clara y melodiosa, gritando mi nombre.

—¡Papi! 

Mi corazón se detiene por un momento, sintiendo como si se partiera en dos. Las lágrimas amenazan con emerger, pero me contengo, sabiendo que debo ser fuerte por ella. Abro mis brazos y corro hacia ella, envolviéndola en un abrazo apretado.

—Nayla —susurro, mi voz temblorosa con emoción contenida—. ¡Qué alegría verte!

Ella se aferra a mí, y en ese momento, siento que todo está bien en el mundo. A pesar del dolor y la incertidumbre, tengo a mi hija a salvo en mis brazos, y eso es lo único que importa por ahora.

—¿Quieres ir al parque? Tal vez podamos comer un helado —La invito, así le doy algo de felicidad antes de entristecerla.

—¡Sí! —corre hasta el auto y yo sigo sus pasos. 

El camino hacia el parque transcurre con la voz animada de Nayla llenando el espacio del auto. Sus palabras son como música para mis oídos, y cada sonrisa que dibuja en su rostro ilumina mi día.




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