Desafiando su Corazón

Capítulo 24: Promesas Rotas

Silas 

Nayla no dejó de llorar en toda la noche, lo que implica que yo también lo hice. Nos acostamos juntos en su pequeña cama, cada vez que me movía, sus pequeños brazos se aferraban a mi cuerpo con fuerza. Así como lo hace ahora. 

Lograr que se bañara y vistiera fue todo un reto, yo tuve que hacerlo a la carrera porque ella estaba llorando del otro lado de la puerta. ¿Cómo es posible experimentar todo este dolor y seguir con vida? 

—Come un poco, hija. Hazlo por papá. —La insto a abrir la boca y engullir su desayuno. 

—No tengo hambre. —musita—. Ya no podrás prepararme mis panqueques favoritos. —Sus ojos se anegan de agua de nuevo. 

Por todo lo sagrado, estar separado de ella será una tortura. La abrazo contra mi pecho y la mezo de un lado al otro, calmando su llanto. Tal vez pueda conseguir que Dámaso me permita verla varias veces en la semana, sin que Fátima se dé cuenta. 

—Encontraré la manera de llevarte comida, hija. —suspiro, no le he dicho que Dámaso cuidará de ella—. Hay algo más que debes saber. 

—¿Eso me pondrá triste también? —pone un puchero. 

—No lo creo, es una buena noticia. —La acomodo mejor en mi regazo—. ¿Recuerdas a Dámaso? 

—Sí, tu amigo que nos llevó a comer. 

—Dámaso será un segundo padre para ti, te cuidará como yo lo hago. —Le digo. 

—Nadie me cuida como tú, papi. —solloza. 

—Lo sé, pero él hará su mejor esfuerzo. No seas grosera con él, por favor. 

Nayla suspira y se separa de mí, me mira a los ojos y asiente. 

—Está bien, seré buena con él. Aunque deberías enseñarle a preparar panqueques, así te extrañaré un poquito menos, pero solo un poquitito. —hace la seña con sus dedos. 

La pego de nuevo a mí y la abrazo con fuerza, nos quedamos así hasta que suena el timbre. Ha llegado el momento. 

—No olvides lo mucho que te amo, Nayla. —susurro en su oído. 

—Yo te amo por todos los peinados del mundo, papi. —responde en el mismo tono. 

Una oleada de emociones contradictorias me invade mientras me obligo a mantener la compostura. Con manos temblorosas, me acerco a la puerta y la abro lentamente, preparándome para enfrentar a mi exmujer con su sonrisa triunfante y su actitud altiva.

Fátima está parada frente a mí, con la cabeza en alto y una expresión de satisfacción en su rostro. Sus ojos brillan con malicia mientras me mira, como si disfrutara del dolor que ha infligido. Por un momento, siento que el odio me consume, pero me obligo a contenerlo, sabiendo que debo mantener la calma por el bien de Nayla.

—¿Listo para que Nayla se vaya contigo? —pregunta Fátima con una sonrisa burlona, como si estuviera disfrutando de mi sufrimiento.

Asiento con un gesto de cabeza, luchando por mantener mi voz firme. 

—Sí, estoy listo —respondo, tratando de ocultar el tormento que me consume por dentro.

Con paso pesado, me dirijo hacia la habitación de Nayla para buscar su maleta. Cada paso se siente como un peso adicional sobre mis hombros, mientras el peso de la realidad se hace más difícil de soportar. Encuentro la maleta y la tomo con manos temblorosas, luchando por contener las lágrimas que amenazan con escapar.

Cuando regreso al salón, veo a Nayla llorando en silencio al lado de Fátima. Mi corazón se encoge ante la imagen desgarradora de mi pequeña sufriendo. Me acerco a ella lentamente, tratando de mantener la compostura.

—Nayla, cariño —murmuro, extendiendo mis brazos hacia ella—. Voy a extrañarte tanto,

Nayla se lanza hacia mí con fuerza, aferrándose a mí como si no quisiera dejarme ir nunca. Sus sollozos llenan la habitación, rompiendo mi corazón en mil pedazos.

—Papi, no quiero irme —susurra entre sollozos, aferrándose a mí con desesperación.

Mis propias lágrimas amenazan con caer mientras la abrazo con fuerza, sintiendo la angustia y el dolor de la separación.

—Lo sé, cariño —mascullo con voz entrecortada—. Yo tampoco quiero que te vayas.

Fátima me mira con una expresión de triunfo en su rostro, como si estuviera disfrutando de mi dolor. Me esfuerzo por ignorarla, centrándome en el momento presente y en consolar a mi hija en su momento de necesidad.

—Se nos hace tarde, debemos irnos. —Se acerca a nosotros y separa a Nayla de mí.

—Por favor… —dice mi hija. 

—Te amo demasiado, recuerda lo que acordamos. 

—Papá… —llora. 

Me obligo a quedarme en mi posición porque si me muevo haré una locura de la cual me arrepentiré luego. Cierro los puños y cuento hasta cien, hasta que el impulso de correr detrás de ellas se apacigua, lo suficiente como para controlarlo. 

Camino hasta el sofá y me dejo caer en él, agarro mi teléfono y le mando un mensaje a la persona que me puede comprender. 

Yo: Te necesito. 

No pasa mucho tiempo antes de que reciba una respuesta. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.