Desafiando su Corazón

Capítulo 25: Luz en la Oscuridad

Dámaso 

Estoy tan nervioso como nunca he estado en mi vida. A pesar de conocer a Nayla, lo hice como el amigo de su padre, ahora representaré una figura paterna en su vida. No me atrevo a llamarme a mí mismo como su padre, al menos no delante de ella. Ese es el papel de Silas y sería imprudente de mi parte considerar que alguna vez seré como él. 

Cada segundo parece una eternidad mientras espero en la entrada de casa. Mi corazón late con fuerza, ansioso por ver a la pequeña, pero también lleno de nerviosismo por lo que está por venir. Sé que este momento es efímero, que pronto tendré que despedirme de ella y dejarla ir de nuevo con Silas, el hombre que ha sido su padre desde que nació.

Observo cada auto que pasa por la calle, esperando ver el de Fátima acercarse. Cuando escucho el sonido de un motor, mi corazón salta en mi pecho, pero luego se desvanece cuando el auto no es el que estoy esperando.

Intento mantener la calma, pero la ansiedad me consume. ¿Qué pasará cuando Nayla esté de vuelta con Silas? ¿Cómo lidiaré con el vacío que dejará su ausencia?, ¿nuestro tiempo juntos será suficiente para crear un vínculo con ella?

Repaso en mi mente todo lo que quiero decirle a Nayla, todo lo que quiero hacer con ella mientras esté aquí. Quiero que sepa que estoy aquí para ella, que siempre lo estaré, incluso si solo puedo ser su padre en el sentido biológico.

Finalmente, veo el auto de Fátima acercarse. Mi corazón da un vuelco y mi respiración se acelera. Este es el momento. Estoy a punto de ver a Nayla de nuevo, pero también sé que pronto tendré que despedirme de ella otra vez.

El sonido del llanto de Nayla atraviesa el aire en el momento en que se abre la puerta del auto. No puedo evitar que mi corazón se contraiga al escuchar su angustia. Sin pensarlo dos veces, me apresuro hacia ella, dejando atrás cualquier otra consideración.

—Cállate, deja de llorar. 

Escucho las palabras de regaño de Fátima, pero no me detengo a prestarles atención. Mi enfoque está en Nayla, en calmar su llanto y hacerle saber que estoy aquí para ella. La tomo en mis brazos con suavidad, pero con firmeza, ofreciéndole el consuelo que tanto necesita en este momento.

Mi mirada se encuentra con la de Fátima, y espero que mis ojos le adviertan que tendremos que hablar más tarde. Hay tanto que decir, tanto que aclarar, no obstante, ahora no es el momento. Ahora, lo único que importa es el bienestar de Nayla.

Con mi hija en brazos, la llevo a la habitación que preparé para ella. Su llanto comienza a menguar poco a poco, y cuando finalmente se calma un poco, me sorprende con sus palabras de agradecimiento.

—Gracias por ser bueno —dice con sinceridad, y sus palabras me llegan profundamente. No puedo evitar sentir un calorcito en el corazón al escucharlas—. Papá dijo que serías bueno.

—¿Tu padre Silas te dijo que sería bueno conmigo? —repito con suavidad, buscando confirmación.

Nayla asiente con la cabeza, y su respuesta solo refuerza mi determinación de estar ahí para ella, de ser el padre que necesita en este momento. Y también reafirma mi decisión de regresarla a Silas, es con él que pertenece por mucho que yo la quiera conmigo. 

—Quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti, Nayla. Puedes contar conmigo mientras estés en esta casa —Le digo con ternura, deseando con todo mi corazón que ella pueda llegar a quererme un poco, como su padre lo sugirió.

—¿Me dejarás sola con mamá? —pregunta en un tono apenas audible, como si temiera que Fátima pudiera escucharla desde el otro lado de la casa.

Nayla me mira con ojos grandes y preocupados, su voz apenas un susurro cargado de temor. Mi corazón se aprieta ante su pregunta, y por un instante, me siento perdido en su angustia. 

—Por favor, no me dejes solo con ella. Antes era mejor, pero ahora me da miedo…

Me inclino hacia ella, buscando sus ojos con los míos y tratando de infundirle la confianza que deseo ella pueda tener en mí.

—No, Nayla —respondo con determinación, tratando de que mi voz suene calmada—. No te dejaré sola con ella. Te llevaré a la escuela en las mañanas y te recogeré a las salidas. No tienes por qué preocuparte.

La tensión en sus hombros parece disminuir ligeramente, y una pequeña chispa de alivio brilla en sus ojos. Pero puedo ver que la ansiedad aún no se ha ido por completo. No puedo evitar sentir una punzada de dolor ante la idea de que esta niña tenga que preocuparse por su propia seguridad en presencia de su propia madre.

Sus ojos se apagan y se inundan de lágrimas otra vez. 

—Papá debe estar preocupado —dice en un susurro entrecortado—. Por favor, llámalo y dile que estoy bien. No quiero que se asuste.

Su súplica me golpea directo en el corazón, recordándome la responsabilidad que he asumido al aceptar cuidar de ella en ausencia de su padre. Me inclino hacia ella, poniendo una mano reconfortante en su hombro.

—Claro, Nayla —contesto—. Haré la llamada ahora mismo y le diré que estás bien. No tienes que preocuparte, ¿de acuerdo?

Asiento con una sonrisa tranquilizadora, tratando de disipar sus temores con mi propia seguridad. Aunque en el fondo, sé que la preocupación de Silas no se desvanecerá tan fácilmente, al menos puedo asegurarle a Nayla que su padre sabrá que está a salvo.




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