Desafiando su Corazón

Capítulo 26: Renaciendo en el Amor

Silas 

Mi vida es más amargada y miserable de lo que imaginé que sería. Han pasado tres días desde que Nayla se fue y no me estoy cuestionando hasta mi razón de ser. Me despierto en las mañanas y todo está en silencio, no tengo a quién prepararle el desayuno, llevar y recoger de la escuela, ni mucho menos peinar. 

Oh, cuanto extraño peinar a mi hija. 

Rindo en el trabajo porque es algo que debo hacerlo, no me he rendido a continuar con mi vida porque debo mantener la estabilidad si quiero recuperarla. Pronto lo haré, ese pensamiento es el que me hace levantarme, a pesar de que lo único que quiero es quedarme en cama y sentir pena por mí mismo. 

Me siento en mi escritorio, el teléfono en mi mano temblorosa mientras marco el número de Dámaso. Cada tono parece prolongarse infinitamente hasta que finalmente escucho su voz al otro lado de la línea.

—Dámaso, ¿cómo está Nayla? —pregunto, mi voz apenas un susurro cargado de preocupación.

—Déjame decirte, Silas, está extrañando tus panqueques —responde Dámaso con un tono apesadumbrado—. Parece que son su desayuno favorito y no los ha tenido desde que está… bueno, desde que está aquí.

Un nudo se forma en mi garganta mientras escucho las palabras de Dámaso. La imagen de Nayla desayunando con ansias mis panqueques me golpea con fuerza, recordándome todo lo que he perdido.

—Está bien, Dámaso, te diré cómo prepararlos —digo, mi voz apenas audible por la emoción—. Primero, necesitas…

Las palabras fluyen de mi boca, recitando la receta con tanto detalle como puedo, mientras Dámaso toma notas diligentemente al otro lado de la línea. Cada instrucción parece un eco de los momentos felices que solíamos compartir juntos, y mi corazón se arruga aún más por no poder estar allí para mi hija en este momento.

Después de completar la receta, Dámaso agradece y promete preparar los panqueques para Nayla. Cuelgo el teléfono con un suspiro pesado, mi corazón lleno de tristeza por la distancia que me separa de mi pequeña.

Para el mediodía el impulso es demasiado como para contenerlo, así que salgo de la oficina y me encamino hasta la escuela, me he mantenido lejos de este sitio por el bien de ella. Pero ya no aguanto más. 

Detengo mi carro en una zona algo apartada y camino el resto del camino hasta arribar en la parte trasera de la institución. Me mantengo oculto entre las sombras, observando desde fuera a través de la verja. El bullicio del receso llena el aire, pero mi atención está completamente enfocada en una sola persona: Nayla.

Mi pequeña está sentada sola, apartada del resto de los niños, con un cuaderno en su regazo y colores regados a su alrededor. Su rostro, normalmente radiante, está sombrío y ensombrecido por una tristeza que me parte el alma en pedazos.

Quiero correr hacia ella, envolverla en mis brazos y protegerla de todo el dolor que está sintiendo. Pero sé que no puedo. Sé que estoy prohibido, que cualquier gesto de cariño podría desencadenar una tormenta de problemas. Así que me quedo donde estoy, impotente, luchando contra el impulso de irrumpir en su mundo y consolarla.

Las lágrimas amenazan con empañar mi visión mientras la observo desde la distancia. Me siento completamente impotente, como si estuviera encadenado mientras mi hija sufre en silencio. Cierro los ojos con fuerza, intentando contener el dolor que amenaza con desbordarse dentro de mí. Pero no importa cuánto lo intente, no puedo evitar el profundo dolor que siento al ver a mi pequeña tan sola y afligida.

De pronto, mis ojos chocan con los de Isla, me hace una seña para que no me mueva y le hago caso. A los minutos aparece a mi lado, no dice una palabra, sino que envuelve sus brazos a mi alrededor. Me abrazo a ella con fuerza, aferrándome a su apoyo como un náufrago a la deriva se aferra a un salvavidas. Las palabras de aliento que me susurra en el oído son como bálsamo para mi alma herida, una luz tenue en la oscuridad que amenaza con consumirme.

—Pronto la tendrás de regreso contigo, solo aguarda un poco más. 

—Gracias, Isla. No sé qué haría sin ti en estos momentos —respondo con voz entrecortada por la emoción.

En estos tres días desde que Nayla fue arrebatada de mis brazos, Isla ha sido mi roca, mi apoyo inquebrantable. Su presencia también me da fuerzas para seguir adelante, para resistir un día más en esta batalla desgarradora por la custodia de mi hija.

Juntos, nos quedamos en silencio, compartiendo el peso de nuestra pena y encontrando consuelo en la compañía del otro. Aunque el dolor sigue ahí, al menos sé que no estoy solo en esta lucha. 

—¿Cómo ha estado ella? —Le pregunto. 

—No te hagas esto, Silas. No te lastimes de esta manera, ella está en buenas manos. Dámaso cuida de ella, la trae y recoge a tiempo, está atento a sus cosas. 

—Es solo que… —suspiro con pesar—. Está bien, es mejor no saberlo. 

No me hace ningún bien torturarme así, es obvio que ella no está bien, así como yo tampoco lo estoy. Sin embargo, Isla tiene razón, pronto estaremos juntos y todo esto quedará en el pasado. 

—Debo regresar, ¿nos vemos más tarde? —pregunta con algo de timidez. 




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