Desafiando su Corazón

Capítulo 27: La Aceptación de la Realidad

Dámaso 

Sabía que cuidar de una niña sería una tarea difícil, pero hacerlo de una que no confía del todo en ti, es un reto mucho más grande. Por más que quiera tenerla conmigo más tiempo, hacerla amarme, no es lo correcto, puesto que ella no es feliz. 

Y un padre de verdad debe luchar por la felicidad de su hija. 

Así que tan pronto como sale el sol, me baño y visto con la intención de bajar a la cocina; ahora que tengo la receta de panqueques de Silas, puedo sorprender a Nayla, tener un gesto lindo con la pequeña que ha estado triste estos días. 

Los primeros intentos son un desastre total. La masa se quema en algunos lugares y queda cruda en otros, y los intentos de darles forma dan como resultado figuras extrañas y poco apetitosas. Sin embargo, me niego a rendirme. Con cada intento fallido, aprendo algo nuevo, ajustando la temperatura de la sartén, la cantidad de masa y el tiempo de cocción.

Finalmente, tras varios intentos, logro hacer unos panqueques que, si bien no son perfectos, al menos tienen una apariencia aceptable y un sabor decente. Con orgullo, coloco los panqueques en un plato y los llevo a la mesa, donde Nayla ya está sentada, esperando con una expresión expectante en el rostro.

—¿Son para mí? —pregunta, con los ojos brillando de emoción.

—Claro que sí, cariño. Quise hacer algo especial para ti hoy —respondo, tratando de ocultar mi nerviosismo por el resultado final.

Nayla agarra un panqueque y le da un mordisco, y su expresión de deleite me llena de alivio. Aunque no son perfectos, parece que he logrado capturar un poco del espíritu de la receta de Silas.

—Están deliciosos, Dámaso. ¡Gracias por hacerlos para mí! —exclama, con una sonrisa radiante en el rostro.

Esa simple muestra de gratitud hace que todo el esfuerzo valga la pena. Por primera vez en mucho tiempo, me siento como un padre verdadero, capaz de hacer feliz a mi hija con algo tan simple como unos panqueques.

Mientras compartimos el desayuno juntos, siento que nuestro vínculo se fortalece aún más. Aunque todavía tengo mucho que aprender sobre ser un buen padre, hoy he dado un paso en la dirección correcta. Y todo gracias a Nayla, que me ha recordado el verdadero significado de la familia y el amor incondicional.

—Ve a lavarte los dientes, nos iremos pronto. —La insto una vez hemos terminado. 

—Sí, señor. —contesta. 

Mientras Nayla se dirige a su habitación para lavarse los dientes después de desayunar, me dispongo a levantar los platos y llevarlos a la cocina. Sin embargo, antes de que pueda hacerlo, mi atención se desvía hacia Fátima, que entra en la habitación con una sonrisa burlona en el rostro.

—¿Así que ahora te has convertido en el ama de casa, Dámaso? —dice con un tono sarcástico, observando los platos en la mesa.

Me tenso ante sus palabras, sintiendo la familiar sensación de incomodidad que siempre me provoca su presencia. No obstante, me obligo a mantener la compostura y respondo con calma:

—Solo estaba ayudando a Nayla con el desayuno. No veo nada de malo en eso.

Fátima se acerca y se apoya en el marco de la puerta, con una expresión de superioridad en el rostro.

—Claro, claro. Solo estaba ayudando. ¿Y desde cuándo te has preocupado tú por hacer algo más que ganar dinero para ti mismo? —replica con desdén.

Trago saliva, luchando por mantener la calma ante sus provocaciones. Sé que no puedo permitir que me saque de mis casillas, especialmente delante de Nayla.

—He cambiado, Fátima. Quiero ser un mejor padre para Nayla y eso implica hacer más por ella que simplemente proveer financieramente —digo, intentando mantener la calma.

Fátima rueda los ojos con incredulidad y se cruza de brazos.

—Ah, sí, claro. Como si un par de panqueques pudieran compensar todo el tiempo que me causó tu rechazo. Por tu culpa no pudiste ser parte de su vida desde el comienzo —dice con desprecio.

Siento un nudo en la garganta ante sus palabras, pero me obligo a mantener la compostura. No puedo permitir que me afecte.

—Intento hacer lo mejor que puedo, Fátima. No soy perfecto, pero estoy tratando de ser un padre mejor para Nayla —respondo, tratando de no dejar que su tono hiriente me afecte.

Fátima me mira con desdén antes de darse la vuelta y salir de la habitación, dejándome solo con mis pensamientos. Sus palabras me duelen, pero sé que debo seguir adelante y seguir esforzándome por ser el padre que Nayla necesita.

Finalmente, se aleja con su habitual actitud despectiva antes de que Nayla regrese al primer piso. Me obligo a fingir que nada ha pasado mientras la pequeña aparece en la cocina, sonriente y llena de energía. Me sumerjo en la conversación con ella, tratando de desviar mi mente de los momentos tensos con su madre.

—¿Qué tal te sientes hoy, Nayla? —pregunto con una sonrisa mientras preparo nuestras cosas para salir.

—Estoy muy bien —responde ella—. ¿Me llevarás a la escuela hoy también?

Asiento con una sonrisa y le ofrezco mi mano para que la tome mientras salimos de casa. Durante el camino hacia la escuela, hablamos de todo un poco: sus clases, sus amigos, incluso sus planes para el fin de semana. Cada palabra que intercambiamos me llena de alegría y me recuerda por qué estoy dispuesto a hacer todo lo posible por ella.




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