El ambiente en el cuartel general de la pandilla se había vuelto más denso con el paso de los días. Valentina lo notaba en la forma en que todos la miraban, con una mezcla de respeto y cautela. Se había ganado su lugar, pero eso no significaba que fuera fácil.
Dante, por su parte, parecía disfrutar de la tensión. Siempre encontraba la forma de provocarla, de empujarla al límite, como si quisiera probar hasta dónde llegaría antes de quebrarse.
Esa noche, después de una sesión de entrenamiento particularmente intensa, Valentina se encontraba en la sala común, limpiando sus armas. Su camiseta negra se pegaba a su piel por el sudor, pero no le importaba. Estaba acostumbrada a la incomodidad.
—Deberías ducharte antes de que todos aquí empiecen a distraerse demasiado —murmuró una voz a su lado.
Valentina alzó la mirada y se encontró con Dante, apoyado contra la pared con su típica sonrisa ladeada.
—Si te distraes con tan poco, el problema es tuyo —respondió ella sin inmutarse.
Dante rió, bajo y grave.
—Me gusta cuando sacas las garras.
Se acercó un poco más, lo suficiente para que Valentina sintiera su presencia envolvente.
—¿Sabes qué más me gusta? —susurró él, inclinándose hasta que su aliento rozó la piel de su cuello—. Que por más que intentes disimular, disfrutas de este juego tanto como yo.
Valentina mantuvo la mirada firme, negándose a retroceder.
—No juego, Dante. Yo peleo.
Él sonrió, esa maldita sonrisa que la hacía querer golpearlo y besarlo al mismo tiempo.
—Entonces sigue peleando, Valentina. Veamos quién gana primero.
La tensión entre ellos era palpable, como un cable de acero a punto de romperse. Pero antes de que ninguno pudiera hacer algo más, uno de los hombres de la pandilla entró apresurado.
—Dante, tenemos un problema.
Dante suspiró y se alejó de ella con lentitud, como si lamentara la interrupción.
—Hablaremos después —le prometió antes de salir, dejándola con el corazón latiendo demasiado rápido y las manos apretadas en puños.
Valentina respiró hondo. Este juego peligroso entre ellos estaba lejos de terminar. Y, por primera vez, no estaba segura de querer que terminara.
AL OTRO DIA
La noche envolvía la ciudad con su manto de luces intermitentes y sombras alargadas. Valentina estaba en la azotea del edificio donde la pandilla tenía su base, observando el horizonte con expresión pensativa. El viento fresco agitaba su cabello, y aunque su cuerpo estaba relajado, su mente estaba en constante alerta.
Desde su secuestro, había aprendido a sobrevivir en este mundo de violencia y poder. Ya no era la chica indefensa que había sido arrebatada de su vida anterior. Ahora era fuerte, letal… y el mayor misterio dentro de la pandilla.
Y Dante lo sabía.
—¿Pensando en escapar, princesa? —La voz profunda y llena de diversión de Dante rompió el silencio.
Valentina no se giró de inmediato. Sabía que él disfrutaba provocarla, que le encantaba ver hasta dónde podía empujarla antes de que ella le respondiera con su filo característico.
—Si quisiera escapar, ya lo habría hecho —contestó con calma, sin mirarlo.
Dante caminó lentamente hasta quedar a su lado, su presencia imponente llenando el espacio entre ellos.
—Entonces, ¿por qué sigues aquí?
Valentina giró el rostro y lo miró fijamente. Sus ojos, oscuros y llenos de arrogancia, brillaban con una chispa de interés.
—Tal vez porque quiero demostrarte que soy mejor que todos los hombres que tienes aquí.
Dante soltó una carcajada baja y gutural.
—Me encanta tu confianza, nena. Pero dime… ¿realmente quieres ser la mejor? ¿O solo quieres demostrarme algo a mí?
La pregunta la tomó por sorpresa, pero Valentina no dejó que él lo notara. En lugar de responder, se acercó un poco más, con una sonrisa desafiante en los labios.
—Si eso es lo que crees, entonces tal vez no eres tan listo como aparentas.
Dante inclinó la cabeza, evaluándola. La cercanía entre ellos era peligrosa, no solo porque ambos estaban acostumbrados a medir fuerzas, sino porque la tensión que se acumulaba entre ellos era algo que ninguno de los dos quería reconocer abiertamente.
—¿Quieres jugar, Valentina? —susurró él, su voz apenas un murmullo entre el viento—. Porque si entras a mi juego, no voy a dejar que te retires cuando quieras.
Valentina sostuvo su mirada, sin retroceder ni un centímetro.
—¿Y si soy yo quien te gana en tu propio juego?
Dante sonrió, lento y peligroso.
—Entonces, preciosa… me rendiré encantado.
El desafío estaba lanzado. Y ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.
Al día siguiente, Valentina demostró que sus palabras no eran en vano. Durante el entrenamiento con el resto de la pandilla, se movía con una agilidad y precisión que dejaban a más de uno con la boca abierta. Dante la observaba desde un rincón, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba admiración con algo más… algo más oscuro.
Cuando llegó el momento del combate cuerpo a cuerpo, Dante decidió que era su turno de ponerla a prueba.
—Tú y yo, princesa —dijo, avanzando hacia ella mientras los demás hacían un círculo alrededor.
Valentina sonrió de lado.
—¿Estás seguro? No quiero herir tu orgullo.
Los hombres alrededor soltaron carcajadas, pero Dante solo sonrió, divertido.
—Me encanta cuando eres así. Pero cuidado, Valentina… jugar con fuego siempre quema.
Se lanzaron el uno contra el otro con una sincronización perfecta. Dante era rápido, fuerte y tenía más experiencia, pero Valentina tenía una ventaja: conocía su arrogancia. Usó su velocidad para esquivar sus ataques, deslizándose con facilidad entre sus movimientos hasta que, en un giro inesperado, logró hacerle una llave y lo lanzó al suelo.
El silencio en la sala fue absoluto.
Dante la miró desde el suelo, con una mezcla de sorpresa y placer en sus ojos. Luego, sonrió.