El sonido de los motores rugiendo en la distancia era la única advertencia antes del caos. Valentina estaba en la bodega con algunos de los hombres de Dante cuando el primer disparo rompió la calma de la noche. No hubo tiempo para preguntas ni dudas. Instintivamente, todos tomaron sus armas y se posicionaron.
—¡Nos emboscaron! —gritó uno de los hombres mientras se cubría detrás de unas cajas.
Valentina, con los sentidos agudos y la adrenalina recorriendo su cuerpo, desenfundó su pistola y se colocó al lado de Dante, quien sonreía con una calma inquietante.
—¿Te gusta la acción, muñeca? —murmuró él con su tono provocador.
—Me gusta ganar —respondió ella, cargando su arma.
Dante rió bajo, con esa maldita confianza que a veces la volvía loca. Pero no había tiempo para discutir. La pandilla rival, los Lobos Negros, había decidido que esa noche era el momento perfecto para intentar tomar su territorio.
Los disparos se intensificaron. Valentina se movió con precisión, disparando a los enemigos mientras se cubría. Dante, a su lado, era una mezcla de brutalidad y estrategia. Cada movimiento suyo era calculado, pero letal.
En medio del tiroteo, un Lobo Negro intentó flanquearlos. Valentina lo vio primero y sin dudarlo, corrió hacia él, usando una caja como impulso para lanzarse sobre el hombre. Lo derribó con un golpe en la mandíbula y, antes de que pudiera reaccionar, lo dejó inconsciente con un segundo golpe certero.
Dante la miró con una mezcla de sorpresa y admiración.
—Maldita sea, me encanta cuando haces eso —dijo con una sonrisa torcida.
—Concéntrate, jefe —replicó ella, aunque no pudo evitar sonreír fugazmente.
El enfrentamiento continuó por varios minutos que se sintieron eternos. Pero finalmente, los Lobos Negros comenzaron a retroceder. Algunos de sus hombres estaban heridos, otros muertos. Sabían que habían subestimado a la pandilla de Dante y a su nueva arma secreta: Valentina.
Cuando el último enemigo huyó, Dante bajó su arma y se giró hacia ella. Su mirada ardía con algo más que adrenalina.
—Eres jodidamente increíble, Valentina.
Ella respiraba agitadamente, con la piel aún vibrando por la batalla.
—Lo sé —respondió con orgullo.
Dante dio un paso hacia ella, reduciendo la distancia entre sus cuerpos.
—Cada vez me cuesta más no besarte después de verte pelear así.
Valentina sintió su pulso acelerarse, pero no iba a darle la satisfacción de verla dudar.
—Entonces tal vez deberías intentarlo —desafió ella.
Los ojos de Dante brillaron con intensidad, pero en lugar de besarla, se inclinó apenas, lo suficiente para que sintiera su aliento rozando su piel.
—Oh, créeme, lo haré. Pero cuando menos lo esperes.
Y con esa promesa peligrosa, se apartó, dejándola con el corazón latiendo más rápido de lo que le gustaría admitir.
El eco de los disparos aún resonaba en la noche cuando el grupo regresó al cuartel. La victoria era suya, pero nadie bajaba la guardia. Valentina caminaba entre los hombres, con la adrenalina todavía recorriendo su cuerpo. Algunos la miraban con respeto, otros con asombro. Había demostrado, una vez más, que no era una simple prisionera convertida en pandillera. Era una guerrera.
Dante iba a su lado, con esa sonrisa arrogante que nunca desaparecía de su rostro.
—¿Cómo se siente ser la estrella de la noche, muñeca? —preguntó, con su tono habitual de burla.
Valentina le lanzó una mirada afilada.
—Si soy la estrella, es porque alguien más está fallando en su trabajo.
Dante soltó una carcajada.
—Me encanta cuando eres desafiante.
—No lo hago para complacerte.
—Eso lo hace aún mejor.
El ambiente en el cuartel estaba cargado de tensión y euforia. Los hombres celebraban la victoria con tragos y cigarrillos, pero Valentina sabía que no había tiempo para relajarse. Los Lobos Negros no eran el tipo de enemigos que aceptaban una derrota sin represalias.
—Necesitamos reforzar la seguridad —dijo, cruzándose de brazos.
Dante la miró con diversión.
—¿Desde cuándo te preocupas tanto por mi negocio?
—Desde que mi vida también depende de él.
Él inclinó la cabeza, evaluándola con esos ojos oscuros que parecían ver más de lo que ella quería mostrar.
—Tienes razón —admitió finalmente—. Pero antes, necesito saber algo.
Valentina arqueó una ceja.
—¿Qué cosa?
Dante se acercó lentamente, reduciendo la distancia entre ellos hasta que su cuerpo casi rozaba el de ella. Su voz descendió a un murmullo grave.
—¿Cuánto tiempo más vas a resistirte a esto?
El pulso de Valentina se aceleró, pero no retrocedió.
—¿A qué te refieres?
Dante sonrió con malicia.
—A ti y a mí. A esta tensión que crece cada vez que peleamos juntos, cada vez que me desafías.
Valentina lo sostuvo la mirada, negándose a ceder.
—No confundas tensión con estrategia.
—Oh, no, preciosa. Esto no es estrategia. Es química.
El aire entre ellos se volvió denso, cargado de algo peligroso. Valentina podía sentir el calor de su cuerpo, la intensidad de su mirada recorriéndola como un incendio lento.
—Si tanto quieres una respuesta, tendrás que ganártela —susurró ella.
Dante sonrió de lado, con la certeza de un hombre que no estaba acostumbrado a perder.
—Eso suena como un reto.
—Tal vez lo sea.
Sin apartar la mirada, Valentina giró sobre sus talones y se alejó, dejándolo con su sonrisa arrogante y su paciencia al límite. Pero incluso mientras se alejaba, podía sentir su mirada quemándole la espalda.
La guerra con los Lobos Negros aún no había terminado. Pero la guerra entre ella y Dante… esa apenas estaba comenzando.
El eco de las pisadas apresuradas resonaba en los pasillos del cuartel. La noticia había llegado como un trueno: los Lobos Negros estaban moviéndose de nuevo. Esta vez, con una brutalidad que dejaba claro que no pensaban retroceder.