La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo las calles en un velo de sombras y luces parpadeantes. El club, propiedad de la pandilla, estaba más concurrido que nunca. Valentina se apoyó en la barra, observando con ojos afilados el movimiento a su alrededor. No había señales de peligro, pero la tensión en su cuerpo nunca desaparecía del todo.
—¿Siempre tienes que estar en guardia? —La voz de Dante sonó cerca de su oído, su aliento cálido rozando su piel.
Valentina no se inmutó. En lugar de apartarse, giró apenas el rostro, encontrándose con la mirada intensa de él.
—Alguien tiene que estarlo —respondió con una sonrisa desafiante—. No todos podemos darnos el lujo de relajarnos.
Dante esbozó una sonrisa torcida y se apoyó en la barra junto a ella, su cuerpo demasiado cerca, lo suficiente para que Valentina sintiera el calor que irradiaba.
—¿Y si te dijera que hay momentos en los que podrías permitirte bajar la guardia?
Valentina arqueó una ceja, disfrutando del juego.
—¿Ah, sí? ¿Y quién me lo garantiza?
Dante inclinó la cabeza, sus ojos oscuros recorriéndola con descaro.
—Yo.
Valentina rió suavemente, pero no apartó la mirada. Había algo en la forma en que Dante la miraba que hacía que su piel hormigueara. No era solo atracción, era algo más profundo, más peligroso.
—Demasiado confiado, como siempre —murmuró ella.
—Tú me haces así —contestó él, y esta vez su tono fue más bajo, más serio.
La música seguía retumbando a su alrededor, pero en ese momento, todo pareció desvanecerse. La tensión entre ellos era innegable, un campo de batalla en el que ninguno quería ceder primero.
Dante levantó una mano y le apartó un mechón de cabello del rostro, sus dedos rozando su mejilla con una suavidad inesperada.
—No tienes que demostrarme que eres fuerte todo el tiempo —dijo en voz baja—. Ya lo sé.
Valentina sintió su corazón latir con más fuerza. Sabía que debía apartarse, cortar el momento antes de que se volviera algo más. Pero en lugar de eso, se quedó allí, atrapada en su mirada.
—No quiero que pienses que necesito que me cuiden —susurró.
Dante sonrió, pero esta vez no había burla en su expresión.
—No lo pienso. Pero eso no significa que no quiera hacerlo.
Por primera vez en mucho tiempo, Valentina no tuvo una respuesta inmediata. La intensidad de sus palabras la dejó sin aliento.
Dante se inclinó un poco más, sus labios a centímetros de los de ella.
—Si un día decides bajar la guardia conmigo, prometo que valdrá la pena.
Valentina entrecerró los ojos, su orgullo y su deseo librando una batalla interna. Entonces, con una sonrisa juguetona, se apartó apenas, negándose a ceder por completo.
—Tendrás que ganarte ese día, jefe.
Dante soltó una risa baja y sacudió la cabeza.
—Eres un maldito desafío, Valentina.
—¿Y no es eso lo que más te gusta de mí?
Dante no respondió con palabras. Solo la miró con esa intensidad que hacía que Valentina sintiera que estaba jugando con fuego. Y lo peor era que no le importaba quemarse.
El club estaba en su punto más álgido cuando Valentina decidió que ya había tenido suficiente por la noche. Después de horas de vigilancia y de soportar las miradas de los hombres que no se atrevían a acercarse, pero que la analizaban como si fuera un trofeo, estaba lista para irse.
Dante la había estado observando toda la noche, y cuando ella se deslizó fuera del club sin decir nada, él la siguió.
—¿Huyendo? —preguntó con una sonrisa ladeada cuando la alcanzó en la entrada trasera.
Valentina se giró lentamente, cruzando los brazos.
—No necesito permiso para irme.
Dante inclinó la cabeza, su mirada oscura recorriéndola con una intensidad que hizo que su piel hormigueara.
—Lo sé. Pero tampoco voy a dejar que te vayas sola.
—¿Y desde cuándo eres mi sombra?
—Desde que me di cuenta de que no quiero que nadie más lo sea.
La respuesta la tomó por sorpresa. No porque no lo hubiera sentido antes, sino porque Dante no solía ser tan directo. Siempre jugaba con dobles sentidos, con provocaciones, con miradas que decían más de lo que sus palabras permitían. Pero esta vez, su tono era serio.
Valentina sintió que su corazón latía más fuerte, pero no iba a dejar que él lo notara.
—¿Y qué pasa si quiero estar sola?
Dante se acercó un paso más, invadiendo su espacio personal sin pedir permiso.
—Entonces me quedaré en silencio.
Valentina entrecerró los ojos, su orgullo luchando contra la atracción innegable que sentía por él. Pero esta vez, en lugar de retroceder, decidió probar hasta dónde llegaría.
—¿Y qué pasa si no quiero silencio?
La sonrisa de Dante se ensanchó, oscura y peligrosa.
—Entonces dime qué quieres.
Era una trampa, y ambos lo sabían. Valentina no era de las que admitía deseos tan fácilmente, pero Dante tenía la habilidad de empujarla al borde de sus propios límites. Y esta vez, ella no quería retroceder.
—Quiero que dejes de mirarme como si fueras a devorarme.
Dante soltó una risa baja.
—No puedo prometer eso.
—Dante… —Su voz sonó como una advertencia, pero él la ignoró.
—Valentina.
Su nombre en sus labios sonó diferente. Más íntimo. Más peligroso.
Dante levantó una mano y deslizó los dedos por su mejilla, bajando lentamente hasta su mandíbula. Valentina no se apartó. No podía.
—Deja de luchar contra esto —susurró él.
Valentina se mordió el labio, odiando lo fácil que Dante lograba desarmarla. Pero esta vez, en lugar de alejarse, alzó la barbilla, desafiándolo de la única manera que sabía.
—Hazlo.
Dante no necesitó más provocación.
En un solo movimiento, la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él, sus labios encontrando los de ella con una mezcla de furia y deseo contenido. No hubo suavidad al principio, solo el choque de dos voluntades que habían estado resistiéndose demasiado tiempo.