Desafiendo a mi Rey

Negociaciones Peligrosas, Ecos Del Pasado

El eco de sus besos aún flotaba en el aire cuando Dante y Valentina regresaron a la guarida de Las Serpientes. Aunque ninguno lo decía en voz alta, algo entre ellos había cambiado. El fuego seguía ahí, más intenso que nunca, pero ahora había algo más… algo que ni siquiera Valentina podía ignorar.

Se encontraban en el salón principal, sentados en un viejo sofá de cuero. Los demás miembros de la pandilla estaban ocupados con sus asuntos, y aunque algunos lanzaban miradas curiosas en su dirección, nadie se atrevía a interrumpir.

Dante la observaba con una expresión que Valentina no lograba descifrar del todo. Era una mezcla de diversión, deseo y algo más profundo que le daba escalofríos.

—¿Qué tanto me miras, jefe? —preguntó ella con una sonrisa desafiante, recargándose contra el respaldo del sofá.

Dante entrecerró los ojos, inclinándose ligeramente hacia ella.

—Estaba pensando en algo.

Valentina arqueó una ceja.

—¿En qué?

Dante esbozó una sonrisa ladeada y, sin previo aviso, tomó su mano entre las suyas.

—En que ya es hora de que seas oficialmente mía.

Valentina sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no iba a ceder tan fácil. Su orgullo coqueto no se lo permitía.

—¿Así nada más? —dijo, fingiendo desinterés—. ¿Me besas unas cuantas veces y ya quieres que sea tu novia? Qué predecible, jefe.

Dante soltó una risa baja y se acercó más, su rostro a solo centímetros del de ella.

—¿Te parece que lo que hay entre nosotros es predecible, princesa?

Valentina mordió su labio inferior, sin apartar la mirada de la suya.

—Me parece que te gusta ganar demasiado fácil.

Dante apoyó un codo en el respaldo del sofá y la miró con esa intensidad que siempre la desarmaba.

—No me gusta lo fácil. Me gusta lo que vale la pena… y tú vales más de lo que imaginas.

Valentina sintió su corazón saltarse un latido, pero no iba a dejar que él tuviera la ventaja.

—¿Y qué ganas tú con esto?

Dante sonrió con picardía.

—A ti.

Ella fingió pensarlo, disfrutando de hacerle esperar.

—Mmm… No sé. Creo que me gusta verte esforzarte un poco más.

Dante soltó una carcajada, encantado con su actitud.

—Eres un problema, Valentina.

—Uno que no puedes evitar querer resolver.

Dante la tomó por la cintura y la acercó de un tirón, haciendo que sus cuerpos casi se tocaran.

—Dímelo, princesa. ¿Sí o no?

Valentina lo miró con una sonrisa traviesa.

—Dame una buena razón para decir que sí.

Dante inclinó la cabeza y rozó su nariz con la de ella, su aliento cálido acariciando su piel.

—Porque te mueres por decir que sí.

Valentina sintió su corazón latir con fuerza. Lo odiaba por lo bien que la conocía.

—Tal vez.

Dante sonrió.

—Entonces dilo.

Valentina suspiró dramáticamente.

—Está bien, jefe. Supongo que puedo darte el honor de ser mi novio.

Dante soltó una risa grave y la besó con la misma intensidad con la que peleaba. Cuando se separaron, la miró con orgullo.

—Error, princesa. El honor es todo tuyo.

Valentina sonrió, sabiendo que acababa de entrar en un juego aún más peligroso. Pero si algo había aprendido en todo este tiempo, era que no le temía al peligro.

Especialmente cuando venía en forma de Dante.

El aire en la guarida de Las Serpientes estaba cargado de expectativa. Los miembros de la pandilla se habían reunido en el salón principal, algunos sentados en los sofás de cuero gastado, otros de pie con los brazos cruzados, observando con curiosidad lo que estaba por ocurrir.

Dante se encontraba en el centro de la habitación, con Valentina a su lado. Ella mantenía su postura firme, con los brazos cruzados y una expresión indescifrable en el rostro. Sabía que todos la miraban, algunos con respeto, otros con recelo. No era la primera vez que estaba en esa sala, pero esta vez era diferente. Esta vez, Dante la estaba presentando como su pareja.

Dante dejó que el silencio se alargara un poco antes de hablar.

—Bien, escúchenme todos —dijo con voz firme, su mirada recorriendo a cada uno de los presentes—. Saben quién es Valentina. Saben lo que ha hecho por esta pandilla.

Algunos murmuraron entre ellos, asintiendo. Nadie podía negar que Valentina se había ganado su lugar a base de sangre, sudor y fuego. Había derrotado a los más fuertes, había demostrado su lealtad y, lo más importante, nunca había retrocedido ante un desafío.

Dante pasó un brazo por la cintura de Valentina y la atrajo hacia él.

—A partir de hoy, es oficial. Valentina está conmigo.

El murmullo creció en intensidad. Algunos sonrieron con aprobación, otros intercambiaron miradas sorprendidas. Un par de idiotas en la esquina soltaron risitas, y Valentina supo exactamente lo que estaban pensando.

—¿Algún problema? —preguntó Dante, su voz más afilada que una navaja.

Los murmullos cesaron de inmediato. Nadie quería desafiarlo, y mucho menos cuando su tono indicaba que no estaba de humor para estupideces.

Valentina, sin embargo, no estaba satisfecha con solo palabras. Si iba a ser reconocida como la pareja de Dante, quería dejar algo claro.

Se apartó ligeramente de él y miró a todos con una sonrisa fría.

—Voy a decir esto solo una vez —declaró, con una voz que se hizo escuchar en toda la sala—. No soy una princesa a la que van a tratar con guantes de seda. No soy un adorno al lado del jefe.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo.

—Sigo siendo la misma Valentina que podría patearles el trasero si se atreven a faltarme al respeto.

Los que antes habían dudado de ella se removieron incómodos. Otros sonrieron, algunos incluso soltaron risas aprobatorias.

Dante la miró con diversión y orgullo. Sabía que ella no iba a quedarse callada, pero verla imponerse con tanta naturalidad lo hacía desearla aún más.

—Espero que haya quedado claro —añadió Valentina con una sonrisa ladeada—. Porque si no, con gusto puedo hacer una demostración.




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