Desafiendo a mi Rey

Un Anillo, Una Desición

El silencio se hizo insoportable.

Valentina sentía su corazón latir con fuerza mientras su familia la miraba como si fuera un espejismo. No había imaginado este momento, no de esta forma. Su madre seguía con una mano sobre la boca, temblando, mientras su padre parecía recuperar la compostura y daba un paso al frente.

—Valentina… ¿Eres tú? —su voz sonó ronca, como si no creyera lo que veía.

Ella tragó saliva, sintiendo la presión de la mirada de Dante a su lado. Su brazo seguía firme en su cintura, como un recordatorio de que no estaba sola.

—Sí, papá. Soy yo.

Su madre sollozó y corrió hacia ella, tomándola de las manos con desesperación.

—¡Mi niña! Pensamos que… que estabas muerta… ¡Todos lo pensaban!

Valentina sintió una punzada en el pecho, pero su instinto de supervivencia la mantenía alerta. Su familia estaba aquí por algo más que solo un reencuentro.

Su padre la miró con dureza.

—Valentina, ven con nosotros. Es hora de que vuelvas a casa.

Ella sintió que el aire se volvía pesado.

—No puedo.

—¡Claro que puedes! —su madre la apretó más fuerte—. ¡No sabes lo que hemos sufrido! Nos dijeron que habías desaparecido, que no había rastro de ti. ¡Y ahora te encontramos aquí, con… con…!

Su madre miró a Dante con desprecio apenas disimulado.

—¿Quién eres tú?

Dante sonrió con arrogancia, pero sus ojos brillaban con peligro.

—Dante Salvatore.

El apellido cayó como una bomba. Su padre frunció el ceño.

—Ese nombre… lo he escuchado antes.

—Probablemente —respondió Dante con calma, pero sin soltar a Valentina—. Y si lo ha hecho, sabe que no me gusta que me falten al respeto.

—¡Respeto! —su madre exclamó con indignación—. ¡Mi hija está metida en una pandilla! ¡Esto es una locura!

—Yo decidí quedarme aquí —Valentina habló con firmeza, logrando que su madre la soltara.

—No, hija, no fue tu decisión. ¡Fuiste secuestrada!

—Y cuando tuve la oportunidad de irme, no lo hice.

Su padre la miró con incredulidad.

—¿Por qué?

Valentina sintió la tensión en su cuerpo. No quería hablar de eso, pero si no lo hacía, su familia jamás entendería.

—Porque ustedes querían casarme con un hombre al que no amaba.

El silencio fue absoluto.

Dante tensó la mandíbula y sus dedos se apretaron en su cintura.

—¿De qué están hablando? —su voz fue un filo de acero.

Su madre bajó la mirada, mientras su padre se mantenía rígido.

—Era un buen partido —dijo él—. Un hombre con dinero, respetable, que te habría dado una vida digna.

Valentina rió sin humor.

—¡Era un acuerdo! ¡Un maldito contrato disfrazado de matrimonio! ¡Nunca me preguntaron si quería hacerlo!

—¡Era lo mejor para ti! —su madre exclamó, con lágrimas en los ojos—. No sabíamos que ibas a desaparecer… ¡Pensamos que estarías a salvo!

Dante dejó escapar un suspiro lento, como si estuviera conteniendo su furia.

—Entonces, ¿vinieron aquí para llevársela de vuelta a esa vida?

Su padre alzó la barbilla.

—Valentina pertenece con su familia. Y sí, el compromiso sigue en pie.

Dante soltó una carcajada baja, pero no había diversión en ella.

—No me digas… ¿Después de años sin saber si estaba viva, su primera idea es casarla con otro hombre?

Valentina sintió su sangre hervir.

—No voy a irme con ustedes.

—¡Valentina! —su madre la miró con súplica—. No tienes idea del peligro en el que estás.

Dante la atrajo más hacia él, su mirada oscura y desafiante.

—Ella está más segura conmigo que con cualquiera de ustedes.

Su padre lo miró con furia.

—¿Y qué eres para ella? ¿Su jefe? ¿Su dueño?

Dante sonrió con arrogancia y miró a Valentina con intensidad.

—Soy el hombre que ella eligió.

El aire se volvió espeso.

Valentina sintió un cosquilleo recorrerle la piel. Dante siempre tenía esa manera de decir las cosas que la hacía estremecer.

—Esto no ha terminado —su padre escupió las palabras con rabia—. No vamos a dejar que nuestra hija se pierda en este mundo.

—No pueden hacer nada al respecto —Dante respondió con calma peligrosa—. Valentina es libre de tomar sus propias decisiones.

Su madre sollozó una vez más.

—Por favor, hija…

Valentina sintió un nudo en la garganta, pero se mantuvo firme.

—Esta es mi vida ahora.

Su padre la miró con decepción, pero no dijo más. Con un último vistazo de furia hacia Dante, se giró y se alejó.

Su madre tardó unos segundos más en soltarle la mano, pero finalmente lo hizo, con lágrimas corriendo por su rostro.

—Te estamos esperando, Valentina —susurró antes de irse.

Cuando su familia desapareció en la noche, Valentina dejó escapar un suspiro tembloroso.

Dante la giró para enfrentarla, sosteniéndola del rostro con ambas manos.

—¿Estás bien?

Ella asintió, aunque su mente seguía revuelta.

—Sí… pero necesito un trago.

Dante sonrió y bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron los de ella.

—Te daré algo mejor.

Y antes de que pudiera responder, la besó.

Un beso lento, profundo, lleno de todo lo que sentían el uno por el otro.

Porque en este mundo, en esta vida, Valentina ya había elegido.

Y no se arrepentía.

El ambiente en el salón privado del restaurante estaba cargado de una tensión casi sofocante. Valentina se mantenía firme, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada, mirando la puerta con una mezcla de ansiedad y desafío. Dante, a su lado, se mostraba relajado en apariencia, pero su postura reflejaba una alerta latente. Su mano descansaba con naturalidad en la parte baja de la espalda de Valentina, un gesto posesivo y protector que la hacía sentir extrañamente segura… y al mismo tiempo la enfurecía.

—¿Lista para esto? —murmuró Dante con voz grave, inclinándose hacia ella.

—No. —Valentina exhaló con frustración—. Pero eso nunca me ha detenido antes.




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