Desafío de Amor

7.- Viejos temores

Robert

Veo venir a mi padre en un trote suave, pero nervioso o por lo menos es lo que me parece, me observa con la respiración entrecortada. Me siento como un pequeño indefenso ante una travesura de gran magnitud, como si me fuesen a castigar. De pronto todo el temor y el dolor sufrido en el pasado regresa golpeándome: la soledad, el deseo de ver a mis padres, las peleas y discusiones entre ellos, la palabra divorcio y la muerte de mi abuela.

Ella era la única persona que me entendía y comprendía lo que sucedía, ella pasó por lo mismo. La abandonaron en su propia casa a merced de una mujer que decía ser su niñera y la golpeaba, tal como me lo hicieron, así como yo lo sufrí. Golpear esa pequeña con mi auto me ha hecho reflexionar en muchas cosas y la primera es que la vida es una mierda que no te otorga oportunidades si no eres pudiente, estos niños sufren tanto como yo lo hice, tanto como Carla Swift, aunque desconozco por que se me viene a la mente esa mujer odiosa y con una arrogancia más elevada que la mía, debo aceptar que ella tiene razón, pero yo no soy así, no soy un ogro ni una mala persona.

Me gusta estar solo y no veo el problema, no hay maldad en ello. No soy un hombre malo aun cuando así me vea.

— ¿Hijo? – veo a los ojos del hombre que me engendró y encuentro un parecido casi ridículo, pero no veo a mi padre — Robert, reacciona – cierro los ojos y siento que las lágrimas mojan mi piel.

— ¡Lo, lo siento! – me siento como un adolescente que hizo algo muy malo — no sé como pasó, ella… - aprieto el puente de mi nariz reteniendo las lágrimas — no sé como pasó…

— Descuida, pero no te ves bien deberías dejarme esto a mi – niego.

— ¡Claro que no me veo bien! atropellé a una niña… - gruño — una niña pequeña, soy culpable y no iré a ninguna parte – asiente.

— Entiendo, respeto eso – dice y se escucha sincero.

— ¡Gracias! – es lo único que digo.

Veo a Genaro arribar y como si fuese una aparición mi cuerpo se estremece con algo que no reconozco cuando percibo a mi némesis: Carla Swift corriendo hacia donde me encuentro. Se detiene de súbito al verme y niega enloquecida por el dolor.

¡Jesús, esto tiene que ser el karma!

— ¡¿Tú?! – cierro los ojos esperando que salte encima de mi para destrozarme.

— ¿Joira? – abro los ojos y miro hacia donde se encuentra — ¿estás bien mi amor? – la niña asiente a la voz de una monja que le habla, se gira — ¿han sabido algo de mi niña? – niego a la cara huesuda de la mujer que se tambalea de tal manera que asemeja la vela de un barco.

Estas personas no comen mucho, la niña sentada en una de las bancas de la clínica y que es en este momento cuando la detallo ya que no se ha movido de allí, también se la nota desmejorada. Aquí sucede algo y creo que Carla Swift tiene mucho que explicar. Carla platica con ella y asiente entendiendo a sus palabras.

— Lo siento mucho, no han dicho nada aún estoy a la espera – la monja se acerca cuando escucha que le hablo.

— ¿Usted trajo a mi niña señor? – asiento — Dios lo premiará por esto, por su noble corazón – niego y no puedo evitar que se cristalicen mis ojos.

— Señora… fui yo quien la golpeó con el auto – miro a esos ojos casi sin vida — lo lamento tanto de verdad – ella cubre su boca con las manos.

— En ese caso le agradezco que no la haya abandonado en la calle – toma mis manos entre las suyas y mi cuerpo se resiente porque no me agrada que me toquen los extraños — Jesús mira este gesto con buenos ojos – y sonríe.

Sonríe en un momento crítico y parece una sonrisa genuina. Jamás entenderé a esta pobre gente que aunque la adversidad les aplaste siempre tienen buena actitud, por supuesto esta mujer debe tenerla ya que es servidora de Dios aun cuando ni siquiera se de lo que hablo porque aunque mi nana sea una mujer buena, cristiana yo no creo serlo. Carla se acerca, enseguida cada músculo de mi cuerpo se tensa visiblemente en guardia para arremeter en su contra.

— ¡Gracias! – dice en voz tan baja que me cuesta escucharla.

— No entiendo por qué me agradece si he sido yo quien la ha golpeado con el auto – levanta el mentón, no entiendo el gesto.

— Normalmente los dejan tirados en la calle, desprolijos para que mueran por el golpe…

— ¡No sea ridícula Carla! – escupo molesto por su comentario —. No son animales – le reprocho.

— Pero hay quien los considera de ese modo y los dejan para que mueran en las calles – me escandaliza la crudeza de sus palabras, pero algo me dice que lo ha vivido.

¡Dios, solo espero que esa pequeña esté bien, por mi propio bien! repito como un mantra, jamás me perdonaría si sucede lo peor.

Esta situación me sobrepasa por completo, agradezco que mi padre haya ido con Genaro a llenar planillas porque de otro modo sería sumamente incómodo. No soy de leer mucho a las personas, pero por el aspecto de estas mujeres…

Mujeres, todas son mujeres. Luchan por sus vidas ahí fuera mientras las agreden y pisotean como si no valiesen nada y eso genera caracteres como los de la chica que tengo enfrente. No confían en nadie, no dejan sus problemas en manos de nadie y mucho menos se involucran sentimentalmente con nadie.




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