El hombre mira a través de la venta de la cabina cientos de pequeñas casas repartidas por la cordillera. Cada pequeña casa es una vida, un horizonte de esperanzas, una fortuna. Se pregunta qué habrá en cada una, y si sería posible que alguien allá lo comprenda. Mientras ve el paisaje también nota que el sur de la ciudad es relativamente pobre, hablando en términos materiales, al norte. Piensa en esas diferencias cuando una voz suave le dice: “Amor…, amor, ¿en qué piensas?” El hombre de ojos tristes dice: “En nada, no pienso en nada”. “Bueno…”, le dice ella. “Ya ponte bien”, y le toca la nariz con cariño y reproche. En ese momento, el hombre ya ha decido: al bajar del teleférico, le dirá adiós a ella, y también a la vida que ella implica, y se irá a buscar en esos barrios, colinas, peñas, cerros; se irá a buscar dentro de ese espejo.