Le habían roto el corazón. La tristeza y la traición que sentía se convirtieron en fatiga, en falta de ánimo para hacer y decir cosas. Cuando intentaba animarse, llamaba amigos y bebía bastante en su compañía para aligerar la consciencia de que él no la amaba. Un corazón roto nunca cree que es el fin, estira hasta el último el anhelo de que el otro vuelva, arrepentido, equivocado, a amarlo a uno. Pretende olvidar todo el dolor, por algo de felicidad. Es un vagabundo que pide la caridad del cariño. Pero él no la amaba, eso era definitivo. El amor, aunque incomprensible en formas y métodos, es una verdad sin doble sentido. Si el amor es correspondido, la duda sólo existe en si es correcto seguirlo.
Las discotecas y afectos de una noche eran sus refugios. Pero estos se quemaban al amanecer, cuando la resaca y los recuerdos de él emergían de algún adentro como toxinas.
Con el paso del tiempo, lo bueno de su relación se impuso a los doloroso recuerdos. Y como es costumbre, para seguir con la vida, no hubo más perdones que el olvido. Creyó que nunca, en ningún mundo existente o posible, volvería a amar, pero se equivocaba, aquello a lo que llamamos amor es la forma más simple de supervivencia. No existe amor en la inseguridad, esa es la mayor norma.