Antonella
El sol ya se asomaba en el horizonte cuando llegamos al Consejo de Mayores. Durante la reunión, Dorian y yo detallamos lo sucedido en nuestros sueños. Los dos habíamos tenido las mismas visiones, y ambos vimos a la misma mujer y las dos niñas. Sin embargo, los ancianos no parecían tener una respuesta inmediata.
-No sabemos qué puede ser…- dijo el anciano que presidía el consejo.
-¿Podría estar relacionado con nuestra hija? Algo que la Diosa Luna quiere decirnos, quizás...- pregunté con esperanza, pero también con una gran ansiedad.
-No sabemos qué significa aún, pero la descripción de vuestro sueño, y la inquietud que emana de vuestros lobos, es palpable. Investigaremos en los antiguos libros y os daremos una respuesta mañana- respondió el anciano.
Después de dos horas de deliberaciones que nos dejaron más confundidos que al principio, decidimos salir a despejar nuestras mentes. Dulce no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, y su ansiedad me estaba empezando a incomodar.
Subimos al coche y comenzamos a conducir. Pasamos por un parque, y allí fue cuando lo vi: la mujer de mis sueños. Mi corazón dio un vuelco. Sin pensarlo dos veces, le dije al conductor que frenara en seco. Dorian, que ya se había acostumbrado a mi comportamiento impulsivo, se giró hacia mí alarmado.
-¿Qué te pasa, mi luna? ¿Te ha pasado algo, mi amor?- preguntó, su rostro lleno de preocupación.
-No, Dorian, mira allí, en ese banco- le respondí, señalando en dirección a la mujer.
Dorian levantó la mirada y, al igual que yo, no dudó ni un segundo en seguirme. Yo ya había abierto la puerta y estaba corriendo hacia ella. La mujer nos miró con desconfianza, abrazando a sus hijas con fuerza. Me acerqué lentamente y decidí presentarnos. -Hola, mi nombre es Antonella y él es mi esposo Dorian. No queremos haceros daño. Solo queremos hablar.-
Fue entonces cuando la niña más pequeña, con una sonrisa tímida, y apenas entendible, dijo:
-Yo soy Dámaris
La mujer dudó un momento, pero haber a su hija presentarse, ella también lo hizo con voz baja:
-Me llamo Natalia.
La mayor, aunque más desconfiada, murmuró:
-Soy Sandra.
-No te asustes, no queremos hacerte daño- la dije con calma, aunque mi corazón latía desbocado. Necesitaba que se quedara quieta, que no huyera. La reconocí al instante, era mi cachorra, la que había estado en mis sueños. Me daban miedo sus reacciones, temía que saliera corriendo.
-Nuestra cachorra...- dijo Dulce en mi mente, con un tono lleno de emoción y miedo. Su deseo era ir hacia ella, abrazarla, pero también sabía que era peligroso. Esta mujer no nos conocía.
"Antonella, contrólate. No podemos asustarlas más. Siento su miedo, es demasiado."
La voz de Dorian llegó a mí a través de nuestro enlace mental, profunda y cargada de rabia contenida. Sabía que él estaba luchando por mantener la calma.
"Lo sé, pero Dorian... es ella. Y están tan asustadas. Siento su tristeza. No puedo soportarlo."
"¿Cómo pudieron hacerles esto? ¿Qué le hicieron a nuestra hija? Si descubro quién fue..." Su tono mental era oscuro, y sentí cómo la furia crecía en su interior.
"Dorian, ahora no. Primero debemos protegerlas. Luego averiguaremos todo."
En ese momento, escuchamos la voz de la niña mayor, la que había estado callada detrás de su madre.
-¡No, nos llevarás con mi papá!- dijo la niña, claramente asustada.
La pequeña comenzó a llorar.
- Mama tengo hambre- dijo la pequeña
Dorian al escuchar a la pequeña se acercó con una sonrisa tranquila para intentar calmar la situación.
-¿Tenéis hambre?- preguntó, siempre tan atento, al notar que a las pequeñas se les había caído lo que estaban comiendo. -Me he fijado que se os ha caído lo que estabais comiendo, perdón si os asustamos. -Me he fijado que se os ha caído lo que estabais comiendo, perdón si os asustamos.
-Perdón, no era nuestra intención- añadí con arrepentimiento. Al ver cómo la niña lloraba y la expresión de angustia en la madre, me sentí responsable por haberlas asustado así.
Luego, Dorian hizo una propuesta que, aunque estaba llena de buenos deseos, sabía que podía hacer que la mujer y sus hijas se sintieran más cómodas, incluso si todavía desconfían de nosotros.
-Mira, si queréis, pasamos a ese restaurante y os pedimos algo rico para comer. ¿Qué me decís, pequeñas?- dijo, mirando a las niñas con una sonrisa amable.
-Está bien…- respondió la pequeña, mientras su llanto comenzaba a disminuir.
-No, no me fío de vosotros- dijo Sandra, la mayor, con desconfianza. Vi que se aferraba a la muñeca que había traído consigo, la que sin duda era un objeto de consuelo para ella.
Mi corazón se apretó al ver la mirada de miedo en sus ojos. Aun con todo, parecía haber algo en su rostro que me decía que no podía dejarla escapar, que debía hacer todo lo posible para que estuvieran a salvo.
Con un gesto suave, le dije a la madre:
-No queremos haceros daño. Sabemos que es difícil confiar en nosotros, es entendible, no nos conocemos, pero les prometo que solo queremos ayudar.
Finalmente, con mucho esfuerzo y aun con la desconfianza palpable en sus ojos, accedieron a acompañarnos al restaurante. Las tres nos seguían, pero había una clara distancia entre nosotros, como si el miedo a lo desconocido aún las rodeara. Miraba para atrás y veía a Natalia como miraba para los lados eme percate de las ropas que traían era ropa vieja y muy desgastada está claro que mi hija había sufrido se la veía muy delgada extremadamente delgada
-Doria, te has fijado como está nuestra hija y nuestras nietas- le pregunte a Doria por enlace
-Si Antonella no puedo creer que estén así, están extremadamente delgadas, tendremos que descubrir que le ha pasado, Kael está muy inquieto, le estoy intentando controlar lo mejor que puedo, pero quiere proteger a cachorra e hijas tanto como yo.
-Dulce, también está furiosa.