Antonella y Dorian salieron de la habitación de Natalia, dejándola sola para que pudiera reflexionar sobre la propuesta. Aunque sus corazones estaban llenos de ansiedad, sabían que presionarla demasiado podría empujarla aún más lejos. Caminando en silencio por el pasillo del hotel, ambos intercambiaron miradas preocupadas.
—¿Crees que aceptará? —preguntó Antonella, rompiendo finalmente el silencio.
—No lo sé, mi luna. Es obvio que está aterrorizada, y no podemos culparla. Pero no podemos dejarla sola, no después de todo esto.
Llegaron a su habitación, una suite amplia y elegante con grandes ventanales que dejaban ver las luces de la ciudad. Había un sofá cómodo junto a la chimenea y una pequeña mesa de cristal con dos sillas. Antonella se sentó en el sofá, frotándose las sienes, mientras Dorian tomaba su teléfono móvil y marcaba un número.
—Voy a llamar a Diego. Tiene que saber lo que ha pasado.
Antonella asintió, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá.
Al tercer tono, Diego contestó con su habitual energía.
—¿Papá? ¿Mamá? ¿Qué pasa? Es raro que me llaméis tan tarde.
Dorian tomó aire profundamente antes de responder.
—Hijo, tenemos que contarte algo importante. Es sobre tu hermana.
Hubo un silencio en la línea antes de que Diego respondiera, su voz temblorosa de emoción.
—¿Mi hermana?¿qué os dijeron? ¿La habéis encontrado?
—Sí, Diego —intervino Antonella, su voz suave pero cargada de emoción—. Hemos encontrado a Cristal y a sus hijas.
Diego no pudo evitar soltar un leve jadeo.
—¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Dónde estáis?.Y ¿Como que hijas? ¿En qué momento he sido tío? Quiero ir para allá ahora mismo
Dorian negó con la cabeza, aunque sabía que Diego no podía verlo.
—Hijo, escúchame. Cristal está… confundida y asustada. No ha sido fácil para ella, y tampoco lo está siendo para nosotros. Ahora mismo necesita espacio para decidir si confía en nosotros. Además, hay algo que me inquieta... No he podido sentir a su loba, sé que tiene presencia de loba en ella pero muy retraído.
Diego no tardó en responder, su voz llena de determinación.
—Papá, tengo que verla. Si está asustada, puedo ayudar. Tiene que saber que no está sola, que tiene una familia que la ama.
—Ella no sabe que somos su familia.
Antonella intervino con delicadeza. No quería que su hijo perdiera la compostura tras el último detalle que dio su padre.
—Diego, amor, entendemos cómo te sientes. Pero aparecer ahora podría abrumarla más. Apenas estamos empezando a ganarnos un poco de su confianza. Si te presentas de repente, podrías asustarla sin querer. Aparte tardarías en llegar amor, a lo mejor para cuando tu quieras llegar nosotras ya estaremos de camino.
Hubo una pausa. Diego respiró profundamente antes de hablar.
—Entonces prométeme algo, mamá, papá. Si ella decide no irse con vosotros, no la dejéis sola. Por favor.
Dorian apretó los dientes, sintiendo el peso de las palabras de su hijo.
—Hijo, no necesitas pedirnos eso. No vamos a dejar a tu hermana. Haremos lo que sea necesario para protegerla y convencerla de que vuelva a casa.
Antonella añadió con firmeza:
—Tienes nuestra palabra, Diego. Cristal nunca estará sola. Pero la han llamado Natalia.
—Está bien —dijo Diego, aunque su voz estaba teñida de frustración—. Pero por favor, mantenedme informado. Quiero saber todo lo que pase.
—Lo haremos, hijo —aseguró Dorian antes de despedirse.
Colgó el teléfono y miró a Antonella, quien tenía lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas.
—Diego tiene razón, Dorian. No podemos dejar que Natalia se vaya sola. Haré lo que haga falta, incluso si eso significa quedarme aquí el tiempo que sea necesario.
Dorian tomó su mano con suavidad, apretándola.
—Y yo estaré contigo, mi luna. No importa cuánto tiempo nos llevé. Recuperaremos a nuestra hija.
La decisión estaba tomada. Pase lo que pase, no dejarían que Natalia enfrentara el mundo sola otra vez.
No le costó mucho esfuerzo dormir a las niñas. Estaban agotadas después de todo lo vivido, y apenas apoyaron sus pequeñas cabezas en las almohadas, cayeron rendidas. Natalia las cubrió con cuidado, asegurándose de que estuvieran cómodas, antes de sentarse en el borde de la cama, abrazando sus propias rodillas.
Aunque su cuerpo pedía descanso a gritos, su mente no se detenía. Las palabras de Dorian seguían resonando en su cabeza.
"Si estáis huyendo de alguien, nosotros os podemos dar refugio."
Eran solo palabras, pero había algo en su tono, en sus ojos, que la hacía creer que lo decían en serio. Durante años, había aprendido a no confiar en nadie, pero junto a ellos... se sentía segura. Por primera vez en mucho tiempo, la idea de tener un lugar seguro parecía posible.
Natalia suspiró profundamente, hundiendo su rostro en sus manos.
"¿Qué hago, Kiara?" pensó, llamando a su loba mentalmente.
"Habla conmigo, Natalia." La voz suave y cálida de Kiara resonó en su mente, como un bálsamo para su tormento interno. "¿Qué es lo que realmente sientes?"
"Estoy confundida. Es verdad que estando con ellos siento una paz que no había sentido en años. Pero... ¿y si nos están engañando? ¿Y si solo quieren algo de mí? No puedo arriesgarme con las niñas."
Kiara se mantuvo en silencio un momento antes de responder, con su habitual tono tranquilo pero firme. "Natalia, sé que estás acostumbrada a desconfiar. Pero ¿no has sentido algo diferente con ellos? No percibo ninguna amenaza. Al contrario, siento que hay un vínculo profundo que no podemos ignorar."
"¿Un vínculo? ¿Qué quieres decir, Kiara?"
"Lo has sentido también, ¿verdad? Cuando Antonella te miró, cuando Dorian habló. Es como si tus instintos te dijeran que perteneces a ellos. No sé por qué, pero estoy segura de que son importantes para nosotras."