Diego colgó el teléfono, y su mente se llenó de emociones desbordadas. Sus padres finalmente habían encontrado a su hermana después de treinta largos años. Era una noticia que nunca pensó escuchar. Su corazón latía con fuerza, y apenas podía contenerse mientras trataba de procesarlo todo. "Cristal... Natalia... No importa el nombre que use, sigue siendo mi hermana," pensó con una mezcla de alegría y nerviosismo.
Aunque deseaba contarle a alguien más, sabía que debía ser cuidadoso. Decidió esperar hasta la mañana siguiente para llamar a la única persona en quien confiaba tanto como en su propia familia: su mejor amigo y Rey de los hombres lobo, Leonidas Bloond. Leonidas era un líder imponente, conocido por su fuerza, sabiduría y sentido de la justicia. Habían forjado su amistad años atrás, durante los entrenamientos en el campamento de Alfas. A pesar de ser el futuro Rey en ese entonces, Leonidas tuvo que aprender la disciplina al igual que los demás, y su compañerismo y lealtad habían sellado una hermandad inquebrantable.
A la mañana siguiente, Diego marcó el número de Leonidas. Al tercer tono, una voz grave y autoritaria contestó:
—Aquí Leonidas. ¿Qué ocurre, Diego? —Su tono era cortante pero no carente de curiosidad.
—Leo, soy yo. Necesito hablar contigo. Es importante.
—Siempre es importante contigo —bromeó el Rey, aunque detectó algo diferente en la voz de su amigo—. ¿Qué pasa?
Diego respiró hondo antes de hablar, la emoción le pesaba en la garganta.
—Han encontrado a mi hermana.
Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, seguido por un tono más serio de Leonidas:
—¿Tu hermana? ¿La que llevaban buscando desde antes de que nos conociéramos?
—Sí, esa misma. Mis padres la encontraron, Leo. Apenas puedo creerlo. Treinta años después, y está viva.
Leonidas dejó escapar un leve suspiro de alivio, aunque su voz se mantuvo firme.
—Eso es increíble, Diego. ¿Cómo está? ¿Dónde la encontraron?
—No sé todos los detalles aún —admitió Diego—. Mis padres están con ella, y parece que han pasado muchas cosas. Hay niños involucrados... y alguien que la persigue.
Leonidas gruñó ligeramente al escuchar eso último.
—Si alguien la persigue, ya sabes que puedes contar conmigo. Programaré un viaje para estar contigo lo antes posible. Si hay peligro, quiero asegurarme de que tu hermana y su familia estén protegidas.
Diego sintió un peso aliviado en su pecho.
—Gracias, Leo. Sabía que podía contar contigo.
—Por supuesto, hermano. ¿Qué clase de Rey sería si no ayudara a mi mejor amigo? —respondió Leonidas con una leve risa, antes de añadir con seriedad—. Mándame los detalles cuando tengas más información. Prepararé a mi guardia personal.
Diego asintió, aunque sabía que Leonidas no podía verlo.
—Lo haré. Gracias otra vez, Leo.
—No hay nada que agradecer. Cuida de tu familia hasta que llegue. Y recuerda, Diego, no estás solo en esto.
La llamada terminó, y Diego sintió que su vínculo con Leonidas era más fuerte que nunca. Sin embargo, su deber no terminaba ahí. Tomó el teléfono y marcó el número del Beta de su padre, Hugo, para informarle de la situación.
—¿Diego? —preguntó Hugo al contestar, su tono era neutral, pero siempre un poco distante.
—Sí, soy yo. Quiero que sepas que mis padres han encontrado a mi hermana.
Hugo soltó un leve jadeo de sorpresa.
—¿De verdad? Eso es... inesperado. ¿Dónde está ella?
—No puedo darte detalles por ahora, Hugo. Solo sé que mi madre y mi padre están con ella y que se encargan de protegerla.
El Beta guardó silencio unos segundos, antes de preguntar:
—¿Y qué esperas que haga con esta información?
—Nada. Solo quería que lo supieras. Y, Hugo, no quiero que Marta se entere aún.
La voz de Hugo cambió ligeramente, como si intentara ocultar algo.
—¿Por qué no? Marta puede ser... indiscreta a veces, pero no creo que vaya a hacer algo inapropiado.
Diego bufó.
—No estoy tan seguro. Mi madre nunca confió plenamente en ella, y yo tampoco. Prefiero evitar cualquier problema.
Hugo pareció incomodarse, pero no insistió más.
—Está bien, Diego. No diré nada.
Diego colgó, sabiendo que había hecho lo correcto. Recordó los rumores que circulaban sobre Marta y su hija, especialmente los falsos rumores de que estaba destinado a aparearse con ella. Pero esos rumores eran irrelevantes; él ya había encontrado a su luna hace tiempo.
Y aunque nadie más lo sabía, esa luna era nada menos que Amara, la prima de Leonidas. Su vínculo había sido un secreto guardado entre sus familias más cercanas, pero ahora, con su hermana de vuelta, Diego sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que todo saliera a la luz.
Por ahora, su única prioridad era asegurarse de que Natalia estuviera segura y protegida.
Leonidas Águila Negra colgó el teléfono después de hablar con Diego. Su mente procesaba todo lo que su mejor amigo le había contado, pero algo en su interior comenzaba a agitarse. Sentía una energía inquieta que no podía ignorar. Fue entonces cuando escuchó la voz de su lobo, Axel, resonando en su mente con un tono que rara vez usaba.
"Leonidas, necesitamos irnos. Ahora."
El Rey frunció el ceño y respondió internamente:
"¿Qué te pasa, Axel? ¿Por qué estás tan inquieto?"
"No lo sé exactamente, pero algo en esta situación me perturba. Hay una presencia que debemos encontrar. Algo nos llama, y no pienso esperar. Tenemos que estar en Azul de Luna cuanto antes."
Leonidas se levantó de golpe de su asiento, notando cómo su lobo casi temblaba de impaciencia. Axel no solía actuar de esa manera. Era un espíritu fuerte y equilibrado, incluso en los momentos más tensos. Que ahora estuviera tan alterado significaba que algo realmente importante estaba ocurriendo.