Sebastián bajó del coche con un movimiento elegante, encendiendo un cigarro mientras su mirada se fijaba en el hotel. La noche estaba fría, pero el olor a humedad y a “chuchos” —como él los llamaba— se mezclaba con el humo de su tabaco, haciéndolo torcer el gesto de desagrado.
La experiencia que le había otorgado su padre como jefe de los cazadores le permitía distinguir ciertas cosas que los humanos comunes no percibían. Había algo en el ambiente que le resultaba incómodo, como si cada rincón estuviera impregnado por la presencia de hombres lobo.
"Asquerosos perros," pensó mientras inhalaba una bocanada de humo.
Había seguido el rastro de varios lobos hasta aquel lugar, y aunque su aspecto era el de un cliente más esperando su turno para entrar, sus sentidos estaban en alerta. Algo en su interior le decía que Natalia estaba allí. El solo pensamiento le hizo apretar los dientes con fuerza, y su lado cazador, siempre hambriento de conflicto, rugió en su interior.
—¡Oye! —gritó hacia su chofer, que aguardaba cerca del coche—. Ve al hotel y describe a Natalia y a las niñas. Pregunta si alguien las ha visto. Pero no te atrevas a levantar sospechas.
El chofer, un hombre corpulento y de rostro inescrutable, asintió y se dirigió hacia la recepción del hotel con pasos firmes. Mientras tanto, Sebastián se quedó fuera, dejando que su mente divagara.
Apoyado contra el coche, dio otra calada al cigarro. Su mente, siempre calculadora y cruel, comenzó a recorrer las ideas más retorcidas que podía imaginar.
"¿Cómo podría castigar a esa zorra cuando la encuentre?"
Un frío escalofrío de satisfacción recorrió su espalda mientras pensaba en las posibilidades.
"Primero, la obligaría a suplicar. Sí, eso sería lo primero. Quiero ver sus ojos llenos de miedo, que sepa lo que significa desobedecerme. Después..."
El cigarro se consumió más rápido de lo esperado mientras su imaginación se llenaba de imágenes de tortura psicológica y física. El placer oscuro que sentía al imaginar a Natalia atrapada, indefensa, le arrancó una media sonrisa.
—Huir... —murmuró con tono burlón, hablando para sí mismo—. ¿De verdad pensaste que podrías escapar de mí, Natalia? No eres más que una loba débil. Y tus niñas… no serán más que herramientas útiles para mí.
Giró la cabeza hacia el hotel, estudiando cada ventana iluminada con detenimiento, como si pudiera descubrir a Natalia y a las niñas tras alguna de ellas.
El chofer tardó más de lo que debía, pero Sebastián no se dio cuenta del tiempo. Su mente estaba perdida en una vorágine de imágenes, cada una más oscura y fascinante que la anterior. La idea de castigar a Natalia por su osadía no solo le proporcionaba una retorcida satisfacción, sino que alimentaba su insaciable deseo de poder y control.
Voy a hacer que implore por piedad... y luego, cuando ya no le quede aliento para gritar, le exigiré lo único que vale de ella: un hijo."
Ese pensamiento hacía que se le pusiera dura, la manera de castigarla y de se suplica hacía que su más retorcido pensamiento se le notaran en su pantalón.
Cuando el chofer finalmente regresó, Sebastián lo miró con impaciencia, pero sin reproches inmediatos. Estaba demasiado inmerso en sus propias fantasías como para notar la demora.
—¿Y bien? —dijo con tono seco, cruzándose de brazos.
El hombre tragó saliva antes de responder.
—Señor, no han dado ninguna descripción concreta, pero... —hizo una pausa, observando a Sebastián, que fruncía el ceño—. Por la mirada de las personas en recepción, puedo asegurarle que allí se encuentra Natalia. Fue como si reconocieran el nombre y quisieran disimular.
Sebastián levantó una ceja, interesado.
—¿Y qué más? —preguntó, su tono ahora más frío y calculador.
—Nada más, señor. Se mostraron nerviosos, como si quisieran ocultar algo. Pero no lograron convencerme. Estoy seguro de que están aquí.
Sebastián chasqueó la lengua, mirando nuevamente hacia el hotel. Su mirada se oscureció mientras el brillo sádico volvía a sus ojos.
—Lo sabía... —murmuró, casi para sí mismo—. Esos perros nunca pueden ocultar bien sus rastros.
Se giró hacia el chofer con una sonrisa cruel.
—Bien hecho. Ahora, quédate cerca. Si Natalia está aquí, no tardará en cometer un error. Y cuando lo haga, nosotros estaremos listos para atraparla.
—Sí, señor.
Sebastián se quedó inmóvil frente al hotel, sus ojos clavados en las ventanas iluminadas. Su mente volvía a recorrer las torturas que le esperaban a Natalia, cada una más detallada y despiadada.
"No te preocupes, querida. No vas a poder esconderte por mucho tiempo. Te haré pagar cada segundo que has intentado alejarte de mí... y de nuestro propósito."
Mientras que ellos esperaban que Natalia cometería un error, y Sebastián estaba perdido en sus pensamientos. Se dio cuenta de una cosa, Natalia no tenía recursos para pagar una habitación en un lugar como este. Alguien la estaba ayudando.
Sebastián entró corriendo al hotel y se dirigieron a recepción del hotel saco un arma y disparo a uno de los recepcionistas necesitamos que nos digáis en que habitación están Natalia y las niñas la recepcionista sin tiempo que perder le dio los detalles de donde estaban, subieron corriendo las escaleras cuando llegaron a la habitación.
Sebastián observó la habitación vacía, su pecho subiendo y bajando con una furia contenida. La sensación de fracaso lo envolvió como una nube tóxica, y un rugido gutural escapó de su garganta mientras golpeaba la pared con el puño cerrado.
—¡Mierda! ¡Se ha vuelto a escapar! —gritó con rabia, girándose hacia la ventana.
Al mirar por la ventana, vio un Audi 4x4 que salía a toda velocidad de la parte trasera del hotel, las ruedas quemando el asfalto mientras desaparecía en la noche. Su lado cazador exigia sangre y venganza.
—¡Imposible! ¡Joder! —gruñó entre dientes, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.