Desaparición de Cristal

Capitulo 10

El rugido de los motores del avión privado se escuchaba mientras la familia subía apresuradamente a bordo. Dorian fue el último en entrar, asegurándose de que las puertas estuvieran cerradas y de que nadie los siguiera. La tensión en el aire era palpable, cada uno de los pasajeros atrapado en sus pensamientos mientras el avión comenzaba a moverse por la pista.

Antonella se sentó junto a Natalia, quien abrazaba con fuerza a sus hijas, como si el simple hecho de soltarlas pudiera ponerlas en peligro. La Luna de la manada Azul de Luna no dejaba de observar a su hija con una mezcla de amor y rabia contenida. Las palabras de Natalia sobre las pastillas seguían resonando en su mente, llenándola de un deseo ardiente de obtener respuestas y vengarse de quienes habían causado tanto daño.

Dorian caminó hasta la cabina del avión, donde Gabriel ya estaba comunicándose con los otros escoltas que permanecían en el aeropuerto.

¿Cuál es el estado? —preguntó Dorian por el enlace mental, su tono cargado de autoridad.

El coche del hotel fue interceptado, Alfa. No hay señales de enemigos por ahora, pero seguiremos rastreando en tierra. Usted y la familia están seguros para despegar.

Dorian asintió y respondió:

—Gracias, Gabriel. Manténganme informado de cualquier novedad.

Regresó al compartimiento principal del avión, donde Antonella lo esperaba con el ceño fruncido. Ella le hizo un gesto para que se sentara a su lado.

—Tenemos que hablar de las pastillas —dijo en voz baja, asegurándose de que Natalia no escuchara.

Dorian la miró con dureza.

—Lo sé. Pero primero tenemos que llegar a la manada. Allí podremos hablar con Diego y Leonidas. Esto es más grande de lo que pensábamos.

Antonella apretó los labios, pero asintió. Sabía que la seguridad de su hija y sus nietas era la prioridad en ese momento.

Mientras tanto, Natalia intentaba calmar a las niñas, quienes estaban demasiado cansadas para preguntar qué estaba pasando. Ella miró por la ventana del avión, tratando de procesar todo lo que estaba sucediendo. Las palabras de Dorian y Antonella aún resonaban en su cabeza: “Natalia, tú eres diferente. Como nosotros.”

Su mente la llevaba de vuelta a los días en que vivía con Sebastián y sus padres adoptivos. Siempre había algo extraño en las pastillas que le daban, pero nunca se atrevió a preguntar. El miedo era una constante en su vida, y ahora comenzaba a entender por qué.

—Mamá, tengo miedo —susurró una de las niñas, abrazándola con fuerza.

Natalia besó la cabeza de su hija y murmuró:

—Todo estará bien, cariño. Lo prometo.

Maikel, otro de los escoltas del alfa, se mantenía en su posición, observando cómo los otros escoltas seguían controlando la situación. El coche estaba abandonado, pero Maikel sabía que eso no significaba que estuvieran fuera de peligro.

—Quiero un informe completo de los alrededores. No podemos darles oportunidad de atacarnos por sorpresa.

Uno de los escoltas se acercó, con el rostro serio.

—Hemos encontrado un rastro, pero no parece reciente. Podría ser una trampa para distraernos.

Maikel asintió.

—Asegúrense de que no haya más coches ni sospechosos cerca. Tenemos que proteger al alfa y su familia a toda costa.

Mientras los escoltas aseguraban el área, un hombre, vestido de civil, observaba desde lejos. Su mirada estaba fija en el avión privado que despegaba, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. Sacó un teléfono de su bolsillo y marcó un número.

—Sí, están en el avión. No, no llegué a tiempo para interceptarlos, pero se dirigen al norte.

La voz al otro lado de la línea respondió con calma:

—Buen trabajo. Mantente cerca y espera nuevas órdenes.

El hombre asintió antes de colgar, guardando el teléfono en su bolsillo mientras se alejaba del aeropuerto.

Leonidas no podía permanecer quieto. Estaba sentado frente a Diego, quien no dejaba de intentar contactar a su madre y a los escoltas.

—¿Alguna respuesta? —preguntó Leonidas, su voz grave.

Diego negó con la cabeza, frustrado.

—Nada. Pero sé que están a salvo. Papá nunca permitiría que algo les pasara.

Leonidas cerró los ojos, intentando calmarse, pero su lobo seguía rugiendo dentro de él. Aegis no podía sacarse de la cabeza las palabras sobre las pastillas. Algo en eso lo inquietaba profundamente.

—Leonidas, no podemos ignorarlo. Las pastillas… algo le hicieron. Algo que no podemos dejar pasar.

Leonidas suspiró y respondió en su mente:

—Lo sé, Aegis. Y no descansaremos hasta descubrir la verdad. Pero ahora necesitamos protegerla. Si su enemigo realmente es quien creemos, esto apenas comienza.

Diego observó a Leonidas con curiosidad.

—¿Qué pasa? —preguntó, notando la expresión sombría en el rostro del rey.

Leonidas lo miró fijamente antes de responder:

—Diego, cuando lleguen, tenemos que prepararnos para lo peor. No solo tu manada puede estar en peligro.

Diego asintió, comprendiendo la gravedad de la situación.

—Estoy listo. Pase lo que pase, protegeré a mi familia y a la manada.

Leonidas asintió, viendo la determinación en los ojos del futuro Alfa.

Natalia estaba luchando contra el sueño. Aunque su cuerpo estaba agotado después de días sin descanso, su mente no dejaba de revivir los horrores que había vivido. Se obligaba a mantenerse despierta, mirando a sus hijas con una mezcla de amor y preocupación.

Dorian y Antonella la observaban desde el otro lado del avión. Antonella suspiró y le susurró a Dorian:

—No puede seguir así. Necesita descansar.

Dorian asintió, pero sabía que forzar a Natalia a dormir sería inútil. La adrenalina y el miedo la mantenían despierta, pero también la estaban desgastando.

Finalmente, Natalia no pudo más. Sus párpados se cerraron, y el sueño la atrapó. Pero no encontró la paz que necesitaba. En lugar de eso, cayó en una pesadilla.




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