Desaparición de Cristal

Capítulo 11

El camino, aunque relativamente corto, se hacía eterno debido al nerviosismo en el ambiente. El aire estaba cargado de una tensión que ninguno podía ignorar. Natalia, sin embargo, parecía ajena a todo eso. Sus ojos se perdían en la belleza del bosque que los rodeaba. Árboles grandes y frondosos cubrían el sendero con su imponente majestuosidad, dejando pasar apenas algunos rayos de sol que iluminaban el camino con destellos dorados.

Las niñas, impresionadas por la vista, no tardaron en empezar a hacer preguntas.

—¿Mamá, hay hadas en este bosque? —preguntó Sandra, con los ojos brillando de emoción.

—¿Y lobos? ¿Muchos lobos? —añadió Dámaris, aferrándose a su madre.

Natalia intentó responder, pero la verdad era que no sabía nada sobre la naturaleza. Toda su vida había sido criada lejos de su verdadera esencia. Se sintió torpe, incapaz de contestar a las inquietudes de sus hijas.

Dorian, que había estado conduciendo en silencio, sonrió al escuchar la curiosidad de las pequeñas y decidió intervenir.

—Este bosque es especial —dijo con voz calmada—. Hay muchos lobos, claro, pero también hay otras criaturas. Algunas podrían parecer mágicas para ustedes.

Las niñas abrieron los ojos con asombro.

—¿Como qué criaturas? —preguntó Sandra emocionada.

—Ciervos, búhos, zorros… Y si tienen suerte, tal vez vean un águila sobrevolando el cielo.

Las pequeñas parecían encantadas con la idea, y continuaron lanzando preguntas. Dorian, aunque atento a la carretera, respondía con paciencia y hasta con cierta alegría. Era extraño, pero se sentía bien hablando con ellas.

Antonella, por su parte, no podía apartar la mirada de Natalia. Ver a su hija tan fascinada por el bosque removía en su interior un sentimiento profundo de anhelo y ternura. Su loba, Dulce, se removió en su mente, sintiendo la misma emoción.

—Mírala… —susurró Dulce con un ronroneo contenido—. A pesar de todo lo que ha pasado, aún encuentra belleza en lo que la rodea.

Antonella sintió un nudo en la garganta. Natalia era hermosa, pero su delgadez la hacía parecer frágil, casi enferma. Sin embargo, la forma en la que sus ojos brillaban al mirar los árboles le daba un aire de inocencia y pureza que la conmovía profundamente.

Estaban cada vez más cerca de la manada Azul de Luna. La tensión en Dorian se hizo más evidente. Levantó una mano hacia el panel del coche y presionó un botón en el intercomunicador, estableciendo contacto con los soldados que patrullaban el límite del territorio.

—Aquí Dorian, estamos a cinco minutos del punto de entrada.

Una voz grave respondió al instante:

—Bienvenido, Alfa. Estamos esperando su llegada. No hemos detectado movimientos sospechosos, pero hemos reforzado la seguridad por precaución.

Dorian asintió para sí mismo y cortó la comunicación. No se permitía bajar la guardia, no después de todo lo que habían pasado.

Natalia, sin darse cuenta, comenzó a sentir una ligera presión en el pecho. Algo en el aire le resultaba… familiar. Como si su cuerpo reconociera el lugar, pero su mente aún estuviera negándolo.

Las niñas, sin embargo, seguían emocionadas. Para ellas, era solo un lugar nuevo y emocionante.

—Mamá, quiero ver a los lobos —dijo Dámaris con ilusión.

Natalia sonrió débilmente y la abrazó más fuerte. No sabía qué le esperaba en este lugar, pero una cosa era segura: no dejaría que nada ni nadie les hiciera daño a sus hijas.

El convoy continuó avanzando, y en la distancia, los primeros edificios de la manada Azul de Luna comenzaron a aparecer entre los árboles…

Era apenas un bebé cuando la secuestraron, pero el lugar le provocaba una extraña sensación de calidez y pertenencia. Como si, por primera vez en su vida, estuviera regresando a casa…

Sin embargo, dentro de ella, algo comenzó a inquietarse. Kiara, su loba, se removía con una ansiedad que iba en aumento. Un escalofrío recorrió la espalda de Natalia mientras un molesto dolor de cabeza comenzaba a instalarse.

—Antonella… —susurró con la voz temblorosa—. Haz que pare, por favor. Me está haciendo doler la cabeza… no sé por qué.

Antonella giró la cabeza al escucharla y observó la expresión angustiada de su hija. Algo no estaba bien.

—¿El qué te está haciendo daño, Natalia? —preguntó con suavidad.

Natalia se llevó las manos a las sienes, cerrando los ojos con fuerza.

—La voz en mi cabeza… Kiara no para… —susurró con los ojos vidriosos.

Antonella no dudó. Se pasó al asiento trasero y envolvió a Natalia en un abrazo protector. El contacto inmediato pareció calmar a Kiara, cuyo nerviosismo disminuyó poco a poco. Natalia, por instinto, respiró hondo, impregnándose del aroma de Antonella. Ese olor la tranquilizaba, la hacía sentir segura… la hacía sentir en casa.

El vehículo continuó avanzando, y el momento de la verdad estaba a punto de llegar.

A medida que se acercaban a la entrada de la manada Azul de Luna, la tensión en el ambiente se hizo aún más palpable.

Afuera, Diego los esperaba con los brazos cruzados, rodeado por varios guerreros de la manada. Su rostro reflejaba impaciencia, pero también una angustia contenida.

Desde la última llamada de su padre, en la que le aseguró que ya habían bajado del avión, Diego no había podido estar en paz. Cada minuto que pasaba sin noticias lo carcomía por dentro.

Se movía de un lado a otro frente a la entrada principal de la manada, su ceño fruncido y sus puños apretados a los costados. Su inquietud era evidente, tanto que incluso los guerreros a su alrededor intercambiaban miradas tensas. Sabían que su futuro Alfa era un hombre paciente y calculador, pero en ese momento estaba completamente al borde.

Leonidas, de pie a su lado, no lo perdía de vista. Ya bastante tenía él con su propio tormento interno para lidiar con la impaciencia de Diego. Aegis, su lobo, estaba inquieto y cada vez más agitado, lo que solo añadía más presión a la situación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.