—¿Lobuno?
Natalia no daba crédito a lo que acababa de escuchar.
Antonella le había dicho que era diferente, sí, pero… ¿loba?
Su respiración se volvió errática, su pecho subía y bajaba con rapidez mientras sus ojos se movían de un rostro a otro, buscando una explicación lógica. Entonces, una voz resonó en su cabeza.
"Es cierto, Natalia. Somos mujeres lobo."
Natalia se tensó al instante. Era Kiara, Su loba.
—No… —susurró, con la garganta seca.
"No podía decírtelo antes… aunque admito que fue falta de comprensión por mi parte."
Natalia se tambaleó ligeramente, la revelación la golpeó como un vendaval. ¿Toda su vida… había sido un lobo sin saberlo? Miró a su alrededor. Antonella, Dorian, Diego, el sanador… todos parecían esperarla a que procesara la verdad.
Pero Natalia no entendía qué tenía de malo ser loba, sus ojos se deslizaron hacia las muestras de sangre. La suya había cambiado de color… pero la de sus hijas, no.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Por qué…?
Dorian también se percató de ello. Las niñas tenían ADN de hombres lobo, pero sus muestras se mantenían normales.
—Nunca les dieron las pastillas… —dijo en voz baja, pensativo.
Natalia sintió un vuelco en el estómago, solo a ella la habían suprimido, solo a ella la habían privado de su naturaleza. Pero, ¿por qué?
Leonidas, que había permanecido en silencio, de repente se tensó, su mente empezó a atar cabos con rapidez.
—Dos niñas… —murmuró, sintiendo que su lobo rugía con furia.
Su mirada volvió a las muestras de sangre, la única que había reaccionado a la plata era la de Natalia, pero no la de sus hijas, no las habían suprimido. Y entonces, lo entendió todo, el aire pareció volverse irrespirable, Leonidas sintió cómo su lobo empujaba con fuerza dentro de él.
No las querían a ellas.
La querían a ella.
No para matarla.
Si no para que procreara.
Para que diera a luz a un varón.
Para criar un heredero.
El rugido de Aegis se desató en su interior, el mundo a su alrededor se volvió borroso.
Necesitaba aire.
Necesitaba salir.
De un movimiento brusco, se apartó de todos, sin decir una palabra, salió de la habitación a zancadas, los guardias reales reaccionaron al instante corrieron tras él.Pero Leonidas ya no era humano cuando llegó al bosque, con un salto, se transformó en su lobo, Aegis.
Su imponente bestia negra se perdió entre los árboles, corriendo a toda velocidad, soltando toda la ira contenida.
Necesitaba destrozar algo.
Necesitaba vengar lo que le habían hecho a su compañera.
Porque ahora, más que nunca, sabía que no descansaría hasta encontrar al responsable, y cuando lo hiciera… No habría piedad.
Todos se quedaron en silencio, mirando la puerta por donde Leonidas había salido.
Su aura de furia aún flotaba en el aire.
Diego se volvió hacia Natalia con decisión. Su mirada exigía respuestas.
—Natalia… —comenzó, con el ceño fruncido—. Necesito que me cuentes todo lo que te hicieron.
Pero antes de que pudiera insistir, Dorian lo detuvo colocándole una mano firme en el pecho.
—Ve con Leonidas —ordenó con tono autoritario—. Pero ten cuidado. No sabemos cómo está en este momento.
Diego apretó la mandíbula, pero asintió.
No podía negar que su amigo necesitaba liberar su furia antes de hacer algo que pudiera lamentar.
Cuando salió en busca de Leonidas, Natalia se quedó mirando la puerta.
Algo dentro de ella la impulsaba a seguirlo.
¿Por qué ese hombre le provocaba esa sensación extraña en el pecho?
Antes de poder analizarlo más, una voz infantil la sacó de sus pensamientos.
—Mamá… —llamó Sandra con inocencia—. ¿Podemos ir a por las muñecas?
Natalia parpadeó, volviendo a la realidad. Miró a su hija y luego dirigió la vista hacia Antonella, buscando su aprobación.
Antonella, sin embargo, parecía perdida en sus propios pensamientos.
Su respiración era irregular, sus puños estaban cerrados y su mirada…
No estaba allí.
Dulce, su loba, estaba al borde de tomar el control.
Pero el llamado silencioso de Natalia la sacó de su trance.
Antes de que pudiera responder, Dorian tomó la palabra.
—Claro que sí —dijo con una sonrisa cálida—. Vamos ahora mismo al centro a buscar esas muñecas que queréis.
Las niñas gritaron emocionadas.
Dorian tomó de la mano a Damaris y Sandra, guiándolas hacia la salida, seguido de Natalia y Antonella.
El trayecto fue más corto de lo que Natalia esperaba.
Y cuando llegaron al centro de la manada…
Se quedó sin palabras.
El Centro de la Manada
Era un lugar hermoso y vibrante.
En el centro de la plaza había una gran fuente de piedra, con la imponente figura de un lobo aullando a la luna.
El agua cristalina caía en cascadas suaves, iluminada por luces que le daban un brillo mágico.
A su alrededor, las calles estaban llenas de vida.
Había tiendas de ropa, jugueterías, panaderías con un delicioso aroma a pan recién horneado y pasteles dulces.
Las risas de niños corriendo se mezclaban con el murmullo de la gente, creando una sensación de hogar que Natalia no recordaba haber sentido nunca.
Pero entonces, notó algo extraño.
Cada persona con la que se cruzaban se detenía y se inclinaba ligeramente.
Al principio, pensó que era por Antonella o Dorian…
Pero no.
La reverencia iba dirigida a ella y a sus hijas.
Natalia frunció el ceño, incómoda.
Damaris, quien había estado observando todo con curiosidad, fue la primera en preguntar.
—Mamá… ¿qué hacen?
Natalia tragó saliva, sin saber qué responder.
Dorian, que iba a su lado, le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—Es una muestra de respeto, pequeña.
Sandra frunció el ceño, confundida.
—¿Pero por qué lo hacen con nosotras?