Desaparición de Cristal

capitulo 14

Sebastián subió con paso firme hasta la oficina de su padre.

Cada pisada resonaba con fuerza en el silencioso pasillo, como si la rabia contenida en su pecho impregnara el aire a su alrededor. Cuando llegó al despacho, empujó la puerta sin dudar y entró con la cabeza en alto, sin molestarse en disimular su furia.

Allí estaban.

Los insectos insignificantes que habían criado a Natalia.

Marcus y Elizabeth se encogieron de inmediato al verlo, como si fueran simples sombras intentando desaparecer en un rincón de la habitación. La expresión de temor en sus rostros no hacía más que alimentar la ira de Sebastián.

Ellos habían tenido una tarea tan simple.

Criar a esa maldita loba sin hacer preguntas.

Moldearla para que fuera dócil, sumisa, incapaz de rebelarse.

Pero fallaron.

La habían malcriado, y lo peor, la habían dejado escapar.

Sebastián sintió cómo la rabia le quemaba por dentro mientras cerraba la puerta con lentitud. Luego, alzó la cabeza con orgullo y miró fijamente a su padre.

Fernando no pronunció ni una sola palabra.

Su mirada de acero se clavó en su hijo, y en un movimiento tan rápido como brutal, cruzó la distancia entre ellos y le propinó un golpe seco en el rostro.

Sebastián sintió el impacto estrellarse contra su mejilla y un sabor metálico en la boca. Pero no se movió. No retrocedió. Se mantuvo firme, respirando hondo mientras su rostro ardía con el dolor del golpe.

—¡¿Cómo es posible que esa asquerosa loba se te escapara?! —rugió Fernando, su rostro desfigurado por la ira—. ¡Eres un inútil!

Sebastián apretó los dientes. Su orgullo le exigía responder, gritar, pelear. Pero se contuvo.

Sabía que no tenía excusas.

—Cogió un avión, padre —logró decir con la mandíbula tensa—. La están ayudando unos lobos.

El silencio cayó como una losa sobre la habitación.

Fernando entrecerró los ojos, analizando cada palabra.

—¿Tienes pruebas?

Sebastián sacó un USB de su bolsillo y lo conectó al ordenador.

Las imágenes de seguridad aparecieron en la pantalla.

Natalia corriendo.

Los lobos protegiéndola.

Los gestos de urgencia, la velocidad con la que la sacaron de allí.

No estaban solos.

Fernando observó con atención, su expresión endureciéndose con cada segundo que pasaba. Sus dedos se crisparon sobre el escritorio. Su mandíbula se tensó hasta que sus dientes crujieron.

Y entonces, de repente, su mirada se congeló.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente.

Y luego…

Un rugido de furia explotó en la habitación.

—¡SON SUS PADRES! —bramó, golpeando el escritorio con una fuerza brutal.

Marcus y Elizabeth, aunque sentían miedo, no entendían el porqué de su reacción.

Para ellos, Natalia había dejado de importar desde el momento en que se casó con Sebastián.

Su papel había terminado.

No sabían por qué Fernando los había arrastrado hasta allí, pero sí sabían algo con absoluta claridad:

Si querían conservar sus privilegios, debían ayudar a recuperarla.

Fernando los miró con desprecio, como si fueran simples herramientas rotas de las que solo sacaría provecho mientras le fueran útiles.

—Necesito saber dónde la tienen —ordenó con voz gélida—. Ahora.

Sebastián asintió de inmediato.

—Me encargaré de eso.

Fernando paseó la mirada por la habitación hasta posarla nuevamente en Marcus y Elizabeth.

—Ustedes… —su tono fue aún más cortante, cargado de un veneno que hizo que ambos se estremecieran—. Nosotros diseñaremos un plan para traerla de vuelta y darle el castigo que se merece.

Marcus tragó saliva.

Elizabeth bajó la cabeza.

No dijeron nada.

No necesitaban hacerlo.

—La conseguirán sí o sí. —La voz de Fernando se convirtió en un rugido amenazante—. No tienen otra opción.

Manada Azul de Luna

Natalia sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Su piel se erizó y el aire pareció volverse más denso a su alrededor.

Se giró lentamente, con el corazón latiéndole con fuerza, y entonces lo vio.

Todos la estaban mirando.

El miedo la envolvió de inmediato.

No quería problemas.

No quería que pensaran que estaba rompiendo alguna norma.

El instinto de supervivencia se apoderó de ella y, sin pensarlo, se arrodilló.

Sus manos temblaban mientras bajaba la cabeza, intentando demostrar sumisión.

—Lo siento mucho… —susurró con voz quebrada—. No les hagan daño a mis hijas.

Damaris y Sandra se aferraron a ella, pequeñas y vulnerables, sintiendo su miedo como si fuera el suyo propio.

—Yo lo recojo, por favor —continuó Natalia con el corazón martillándole en el pecho—. Solo quería hacer un pastel de agradecimiento…

El silencio en la cocina era abrumador.

Pero entonces, Leonidas dio un paso adelante.

Ante los ojos de todos, se arrodilló junto a ella.

Natalia contuvo la respiración.

Sintió sus manos cálidas envolver las suyas.

Y un cosquilleo la recorrió de pies a cabeza.

Con cautela, levantó la mirada…

Y allí estaba él.

Su expresión era seria, pero…

Sonrió.

Una sonrisa leve, contenida.

Pero suficiente para tranquilizarla.

—No te preocupes, Natalia. —Su voz era profunda, envolvente, segura—. Nadie te va a hacer daño.

El nudo en su pecho se aflojó un poco.

—Perdón… no me presenté antes.

Natalia parpadeó, confundida.

Entonces, él sostuvo su mano con un poco más de firmeza.

—Soy Leonidas Bloond.

Su nombre resonó en su mente.

Y su corazón latió más fuerte.

No entendía por qué.

No entendía qué significaba.

Pero no pudo evitar sostenerle la mirada.

Y eso la aterraba.

Sebastián caminaba con furia por el despacho de su padre.

—Necesitamos movernos rápido —gruñó—. Si la han llevado con su manada, será más difícil recuperarla.

Fernando sonrió con frialdad.




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