Natalia intentó controlar su respiración mientras observaba la habitación subterránea.
El refugio era espacioso, pero la sensación de encierro la hacía sentirse inquieta. A pesar de que la gruesa piedra amortiguaba los sonidos del exterior, aún podía percibir los ecos distantes de los rugidos y el choque de cuerpos en la batalla.
Damaris y Sandra seguían aferradas a su ropa, temblando.
—Todo va a estar bien, mis niñas… —susurró, acariciando sus cabellos con ternura.
Pero ni siquiera ella estaba segura de esas palabras.
Antonella se apoyó en la mesa más cercana y cerró los ojos por un momento, sintiendo la angustia en su pecho. Todo esto era demasiado. Justo hoy, cuando habían recuperado a Cristal, el destino les jugaba otra mala pasada.
Diego caminaba inquieto de un lado a otro, con los puños apretados. La ansiedad lo devoraba. Él no era alguien que pudiera quedarse de brazos cruzados.
—Voy a revisar la entrada —dijo en voz baja.
Antonella levantó la vista y lo miró con preocupación.
—Diego…
—Tengo que asegurarme de que nadie pueda seguirnos hasta aquí —insistió.
Antonella apretó los labios, pero finalmente asintió.
Antes de salir, Diego miró a Natalia con determinación.
—Te protegeremos a ti y a las niñas.
Y sin esperar respuesta, subió corriendo las escaleras, dejando a dos guardias en la entrada.
Antonella suspiró. Su pecho se sentía oprimido, como si el aire no bastara. Lo que debía ser un momento de felicidad se había transformado en un torbellino de caos. Tenía que hacer algo para calmar a Cristal y a las niñas.
Un destello de idea cruzó su mente.
—¿Quieren ver a un lobo? —preguntó con una sonrisa suave.
Las niñas la miraron con los ojos muy abiertos y asintieron con entusiasmo.
—¿Dónde está el lobo? —preguntó Sandra con curiosidad.
—¿Es bonito? —quiso saber Damaris, abrazando con fuerza el brazo de su madre.
Antonella soltó una leve risa y respondió con dulzura:
—¿Por qué no se lo preguntan a ella?
Antes de que las niñas pudieran reaccionar, un suave resplandor rodeó a Antonella, su silueta tembló por un segundo y, de repente… ya no estaba allí.
En su lugar, un majestuoso lobo gris con ojos azul eléctrico se alzaba imponente.
Damaris y Sandra se quedaron boquiabiertas y, acto seguido, se escondieron detrás de su madre, aferrándose a su vestido con miedo y asombro.
Natalia también contuvo la respiración.
El lobo movió la cola con suavidad y se sentó, en un intento de no parecer amenazante.
—No te preocupes, es Antonella en su forma de lobo —la tranquilizó Kiara en su mente.
Natalia tragó saliva y dio un paso adelante. Sus manos temblaban un poco, pero su corazón le decía que no debía temer.
Extendió la mano con cautela.
El lobo inclinó la cabeza y presionó suavemente su hocico contra la palma de Natalia, su aliento cálido y su tacto firme.
Las niñas observaron a su madre con atención. Al ver que ella no tenía miedo, poco a poco, se animaron a acercarse.
—¡Es muy bonita! —susurró Sandra, maravillada.
—Mamá, ¿podemos acariciarla? —preguntó Damaris con los ojos brillantes.
Natalia asintió, y las niñas se acercaron lentamente hasta posar sus pequeñas manos sobre el espeso pelaje gris.
—La tenemos que poner un nombre —dijo Sandra con emoción.
Natalia sonrió.
—No hace falta, ya tiene uno. Se llama Dulce.
Antonella —o mejor dicho, Dulce— levantó la mirada al escuchar su nombre de labios de su hija. Pero lo que realmente la impactó fue otra cosa.
Los ojos de Natalia.
Por un breve instante, el aro de su iris se tornó de un tono amarillo brillante.
La sangre alfa estaba en ella.
La esperanza no estaba perdida.
Las niñas seguían acariciando a Dulce con emoción, pasando sus pequeñas manos por el espeso pelaje gris. Natalia observaba la escena con una mezcla de asombro y calidez en el pecho.
Pero dentro de ella, algo más se agitaba.
Esa sensación extraña.
El cambio sutil en su visión cuando sus ojos se tornaron amarillos.
—¿Mamá? —preguntó Sandra con curiosidad, interrumpiendo sus pensamientos—. ¿Cómo es que puedes ser un lobo?
Damaris también la miró con atención, esperando una respuesta.
Dulce dejó escapar un pequeño ronroneo lobuno antes de transformarse de nuevo. En cuestión de segundos, Antonella volvió a estar frente a ellas, acomodándose el cabello con naturalidad.
—Los hombres y mujeres lobo somos diferentes de los humanos —comenzó a explicar con voz suave—. Nacemos con la capacidad de transformarnos, pero no siempre podemos hacerlo desde pequeños. A veces, tarda años en despertarse.
—¿Tú también puedes, mami? —preguntó Damaris, mirando a Natalia con los ojos muy abiertos.
Natalia abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato. No tenía idea.
Hasta hacía poco, ni siquiera sabía que era una loba.
Antonella notó su duda y le dedicó una sonrisa comprensiva.
—Aún no, pero lo harás. Lo llevas en la sangre.
—¿Y cómo lo sabremos? —insistió Sandra.
—Cuando sea el momento, su loba despertará por completo —respondió Antonella, con un toque de orgullo en la voz.
Natalia sintió que su corazón latía más rápido.
Su loba…
Kiara había despertado, pero hasta ahora solo se comunicaba con ella en su mente. ¿Cuándo llegaría el momento en que pudiera transformarse?
Antes de poder procesar sus pensamientos, un estruendo sordo resonó en el pasadizo.
Todos se quedaron en silencio.
—¿Qué fue eso? —susurró Damaris, abrazando a su madre con fuerza.
Antonella se tensó y miró hacia la entrada.
—Diego… —murmuró preocupada.
Uno de los guardias entró rápidamente.
—Los renegados fueron eliminados, pero encontramos rastros de que podrían haber más cerca de la frontera. Leonidas ordenó reforzar la vigilancia.