Desaparición de Cristal

Capitulo 16

Dorian, Leonidas y Diego entraron al despacho con pasos firmes. La tensión del combate aún pesaba sobre sus hombros, pero en cuanto cruzaron la puerta, la escena que encontraron los detuvo por completo.

Cristal, Antonella y las niñas estaban allí, sanas y salvas.

Dorian no perdió un segundo. Se acercó de inmediato y envolvió a las cuatro en un fuerte abrazo, sintiendo cómo su corazón, que había estado en vilo desde el ataque, por fin podía latir con calma.

—Gracias a la Luna… —susurró con la voz cargada de emoción.

Sandra y Damaris se aferraron con fuerza a su cuello, mientras Natalia, aún algo desconcertada por la intensidad del momento, dejó que su padre la abrazara con la misma devoción con la que lo hacía Antonella.

Diego, apoyado en el marco de la puerta, sonrió. Ver a su hermana allí, junto a su familia, le llenaba de una calidez que no esperaba sentir. Se había pasado años imaginando cómo sería reencontrarse con ella, y ahora, verla abrazada a su padre y a sus hermanas lo hacía sentir completo.

Leonidas, en cambio, se quedó en su lugar.

Su lobo rugía dentro de él, exigiendo que se acercara. Que la protegiera. Que la abrazara como Dorian lo hacía.

Pero no podía.

No tenía ese derecho.

Al menos, no todavía.

Natalia sintió su mirada sobre ella y, por un instante, levantó la cabeza, encontrándose con esos ojos dorados que la observaban con intensidad. Un escalofrío recorrió su piel. No entendía qué era esa extraña sensación que le provocaba la presencia de Leonidas. No sabía por qué su corazón latía más rápido cuando él estaba cerca.

Dorian sostuvo a su familia en un abrazo fuerte, como si temiera que desaparecieran si los soltaba. Sentía el calor de su hija, el latido acelerado de Natalia y la presencia reconfortante de Antonella. Pero cuando por fin se separó, su mirada se posó en su compañera, quien tenía algo importante que decirle.

—Dorian… —Antonella tomó aire, sus ojos brillaban con emoción contenida—. Los ojos de Cristal… cambiaron a dorado.

Dorian se quedó en silencio por un momento, procesando esas palabras. Su mandíbula se tensó y sus ojos recorrieron el rostro de su hija con intensidad.

—¿Estás segura? —preguntó con voz ronca.

Antonella asintió.

—Lo vi cuando tocó a Dulce. Su loba está ahí… no la hemos perdido.

Un destello de esperanza cruzó el rostro de Dorian antes de que su expresión se endureciera.

—Entonces no podemos perder más tiempo.

Cristal sintió un escalofrío.

—¿Qué quieres decir?

Dorian la miró con seriedad.

—Ha llegado el momento de que empieces a entrenar.

Natalia parpadeó, confundida.

—¿Entrenar?

Antonella tomó sus manos con suavidad.

—Tienes que aprender a controlar a tu loba, a entender tu poder. No eres cualquier loba, hija… eres una alfa.

Las palabras pesaron en su pecho como una roca.

Ella todavía no comprendía completamente lo que significaba ser una alfa.

No entendía por qué su loba parecía más fuerte que la de los demás.

Pero la intensidad en la mirada de todos le dejó claro que no era algo que pudiera seguir ignorando.

Diego se cruzó de brazos con una sonrisa divertida.

—Será divertido verte intentarlo.

Natalia entrecerró los ojos.

—¿Intentarlo?

—Sí. —Leonidas dio un paso adelante, observándola con intensidad—. Porque no será fácil.

Natalia sintió un nudo en el estómago.

Sabía que tenía razón.

Nada en su vida había sido fácil.

Y esto… esto sería la mayor prueba de todas.

Había sido un día largo y agotador. Después de todo lo sucedido, Natalia—o mejor dicho, Cristal—necesitaba descansar. Antonella ya había hablado con los maestros del colegio de la manada para que dieran clases tanto a las niñas como a ella. Al día siguiente, su nueva rutina comenzaría.

La mañana llegó temprano.

Dorian caminó hasta la habitación de las chicas y llamó suavemente a la puerta. Al entrar, notó que la luz del baño estaba encendida. Frunció el ceño. No era algo preocupante, pero debía asegurarse de quién la había dejado así. Si las niñas tenían miedo a la oscuridad, podría conseguirles una lámpara pequeña.

Con cautela, se acercó a la cama y, sin hacer ruido para no despertar a las niñas, tocó el hombro de Cristal con suavidad.

—Cristal… —susurró en voz baja.

Ella se despertó con un sobresalto, su respiración acelerada.

—¡Ah! —exclamó, antes de darse cuenta de dónde estaba.

Su corazón latía con fuerza, y su mente tardó unos segundos en ubicarse. Aún no se acostumbraba a dormir en una habitación propia, en una cama cómoda y con la seguridad de que nadie la sacaría de ahí en cualquier momento.

Dorian la miró con paciencia, dándole tiempo para calmarse.

—Tranquila, solo quería despertarte —dijo con tono sereno.

Cristal respiró hondo y pasó una mano por su rostro.

—Lo siento… —susurró—. Todavía no me acostumbro a que me llamen Cristal.

Dorian asintió con comprensión.

—Es normal. Tómate tu tiempo.

Sin decir más, se levantó y salió de la habitación, dejándola procesar sus pensamientos.

Cristal miró a las pequeñas, que aún dormían plácidamente. Se inclinó y les dejó un beso en la frente antes de levantarse con cuidado.

Se vistió con ropa deportiva y amarró su cabello en una coleta. Sabía que este día no sería fácil.

Hoy comenzaba su entrenamiento.

Y no pensaba retroceder.

Cuando Cristal bajó al patio, se dio cuenta de que no estaba sola.

Además de Dorian, Diego y Leonidas ya estaban allí, preparándose para entrenar. Ambos habían comenzado con algunos estiramientos y movimientos de calentamiento, sus músculos marcados por años de entrenamiento.

Cristal tragó saliva.

No tenía idea de qué esperar.

Se acercó a su padre con cierta incertidumbre.

—Bien —dijo Dorian, mirándola con una mezcla de seriedad y orgullo—. Vamos a empezar despacio. Todavía no te has recuperado del todo, así que no quiero que te exijas más de lo necesario.




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