Desaparición de Cristal

Capitulo 18

Leonidas observaba a Cristal desde la distancia, con el corazón latiéndole con fuerza. Había pasado días reprimiendo sus sentimientos, convenciéndose de que no era el momento adecuado. Pero cada vez que la miraba, cada vez que veía su sonrisa o escuchaba su risa con sus hijas, su lobo rugía con desesperación.

Ella era su pareja destinada.

Y era hora de que lo supiera.

Respiró hondo, reuniendo valor, y caminó hacia ella.

Cristal estaba en el jardín, observando a las niñas jugar con Antonella. Parecía tranquila, pero Leonidas podía percibir la inquietud en sus ojos. Había demasiado en su mente: su entrenamiento, su pasado, su nueva vida… y ahora, él iba a añadir algo más.

—Cristal, hay algo que debes saber —su voz era firme, pero en sus ojos oscuros había una calidez que la envolvía.

Cristal frunció el ceño, sin entender.

—¿Qué ocurre?

Leonidas dio un paso más cerca.

—Eres mi pareja destinada.

El mundo pareció detenerse en ese instante.

Cristal sintió un nudo en la garganta.

—Eso… eso no puede ser posible —susurró, retrocediendo instintivamente.

—Lo es. Lo sabes. Lo sientes —insistió él, su voz un suave susurro cargado de certeza.

Cristal sintió su calor, su esencia rodeándola como un lazo invisible. Algo dentro de ella se agitó, su loba reaccionó con inquietud. Pero ella no entendía qué significaba ser pareja destinada.

El contacto de Leonidas hizo que su cuerpo se tensara. No estaba preparada para esto. No ahora.

—No… no puedo.

Se apartó de él de golpe, respirando con dificultad. Leonidas quiso detenerla, pero una fuerza que no entendía lo hizo quedarse en su lugar.

Cristal no podía soportar esa sensación de estar atrapada en algo que no comprendía. Su pecho se oprimía, su mente daba vueltas. Su cuerpo pedía distancia.

Sin pensarlo, se giró y se internó en el bosque.

Ese bosque la llamaba desde el primer día que llegó a la manada. Sus pasos se volvieron más rápidos hasta que estuvo corriendo. Solo se detuvo cuando encontró un claro oculto, un pequeño prado bañado por la luz del sol.

Y entonces, una voz la sorprendió.

—Qué bueno que te estén enseñando, Cristal.

Cristal se giró de golpe.

Una mujer se encontraba allí, observándola con una sonrisa enigmática. Su cabello era rizado y oscuro, y sus ojos… rojos como el fuego.

Un escalofrío recorrió la espalda de Cristal.

—¿Quién eres? —preguntó, con la voz temblorosa.

La mujer inclinó la cabeza.

—Lo descubrirás pronto… pero necesito adelantar el proceso.

—¿Qué proceso?

Antes de que Cristal pudiera reaccionar, una esfera de fuego surgió en la mano de la mujer y, con un movimiento rápido, la lanzó directamente hacia ella.

El fuego la envolvió.

El dolor llegó en oleadas.

Cristal sintió que su piel ardía, que sus huesos se rompían, que cada fibra de su ser se desgarraba. Un grito desgarrador escapó de su garganta.

Ese grito atravesó el aire.

En la casa, Antonella sintió el pánico instalarse en su pecho. Actuando rápidamente, llevó a las niñas adentro y cerró la puerta con llave.

Dorian, Diego y Leonidas no lo dudaron.

Se transformaron de inmediato en sus lobos y corrieron hacia el origen del grito.

Sus patas atravesaron la tierra a toda velocidad, sus corazones golpeaban con fuerza en sus pechos. Algo no estaba bien. Algo estaba cambiando.

Cuando llegaron al claro, todos quedaron paralizados.

Cristal ya no estaba.

En su lugar, una enorme loba blanca se alzaba ante ellos.

Su pelaje resplandecía con un blanco puro y cegador. Era una luz imposible, brillante, irreal. Sus ojos dorados, intensos y poderosos, los observaban con un aire imponente.

El aire se volvió pesado.

Nadie pudo moverse.

Leonidas sintió cómo su respiración se detenía.

—No puede ser… —murmuró Diego con incredulidad.

Dorian sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Leonidas, con la mirada fija en la loba blanca, supo lo que significaba.

No solo la habían raptado por ser hija de un alfa.

La habían raptado porque era más que eso.

Era única.

Era especial.

Era peligrosa para quienes la temían.

Cristal no solo debía entrenar.

Debía ser protegida.

Porque ahora, más que nunca, sus enemigos vendrían por ella.

Kiara no apartó la vista de la mujer de ojos rojos. No sabía quién era, pero su instinto le gritaba que no era alguien de fiar.

No iba a dejar que nadie la lastimara de nuevo.

El asombro de todos por verla transformada duró solo unos segundos, porque pronto se percataron de la presencia de la desconocida.

Dorian, Diego y Leonidas se acercaron con los músculos tensos, preparados para cualquier ataque.

La mujer sonrió, cruzándose de brazos con una expresión de diversión.

—Vaya, vaya… parece que por fin despertaste, pequeña loba.

Kiara gruñó, mostrando los colmillos.

La mujer desapareció en un remolino de fuego, dejando tras de sí solo un susurro en el viento:

—Nos veremos pronto.

El aire seguía cargado de energía. Kiara, aún en su forma de loba, gruñía con fuerza. Sus patas rasgaban la tierra, su respiración era errática y sus ojos dorados se movían con rapidez entre Diego, Dorian y Leonidas.

No los reconocía.

O más bien… su instinto estaba demasiado agitado para hacerlo.

Estaba ansiosa. Nerviosa. Una mezcla de emociones primarias se apoderaban de ella, el miedo, la ira, la confusión. Nunca antes se había sentido así.

Diego y Dorian se miraron, notando el peligro.

—Está perdiendo el control —murmuró Diego.

—No sabemos qué siente. Es su primera transformación… —Dorian habló con calma, aunque sus ojos estaban llenos de preocupación.

El lobo de Leonidas, en cambio, tenía otra idea.

Con pasos lentos y seguros, se acercó a Kiara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.