Desaparición de Cristal

Capitulo 22

El silencio que siguió a las palabras de Dorian fue como un peso invisible que cayó sobre todos. La verdad estaba ahí, oscura e innegable: Hugo los había traicionado. Y no solo eso… su obsesión con Cristal había cruzado todos los límites.

Leonidas sintió que la furia le nublaba la vista. Su lobo rugía en su interior, exigiendo sangre. Ella era suya. Su hembra. Y alguien había osado desearla, acecharla en las sombras.

Cristal sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. La sensación de peligro no había desaparecido, sino que se había vuelto más intensa, más opresiva. Miró a sus hijas, aún temblando en sus brazos. Si Hugo las quería… si los cazadores sabían de ellas… entonces jamás estarían seguras en este lugar.

"Debemos irnos," murmuró Kiara en su mente. "Aquí solo seremos presas."

Leonidas dio un paso adelante, su mirada clavada en Cristal.

—Nos vamos. Ahora.

Dorian frunció el ceño.

—No puedes simplemente llevártelas.

Leonidas lo fulminó con la mirada.

—¿Vas a detenerme?

Dorian apretó los dientes, pero no dijo nada. Sabía que no tenía derecho a impedirlo, no después de lo que acababa de ocurrir.

Cristal respiró hondo. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de tomar la decisión más importante de su vida.

—Me voy contigo —dijo finalmente, con voz firme.

Leonidas asintió sin dudar, pero en el fondo, algo en sus ojos delataba que no estaba completamente satisfecho. No quería que ella tomara esa decisión por miedo. Quería que lo eligiera a él. Solo a él.

Antonella la miró con preocupación.

—Cristal, ¿estás segura?

Cristal bajó la vista a sus hijas y luego miró a su amiga.

—No puedo arriesgarlas más. Si me quedo aquí, Hugo volverá… o los cazadores lo harán. No pienso esperar a que nos encuentren.

Diego exhaló con fuerza y miró a Dorian.

—Sabes que tiene razón. Aquí ya no están seguras.

Dorian cerró los ojos un segundo y asintió con frustración.

—De acuerdo. Pero esto no ha terminado.

Leonidas sonrió de lado, pero no era una sonrisa amable.

—No, no lo ha hecho.

Cristal sintió que la tensión en el aire era tan densa que casi podía tocarla. Pero no importaba. Había tomado su decisión.

Cristal subió a su dormitorio con prisa y pidió bolsas para empacar todo lo que pudieran llevarse. Se irían esa misma noche. Antonella subió a ayudarla mientras las niñas permanecían en la sala bajo el cuidado de su tío Diego. Ambas trabajaron con rapidez, guardando ropa y algunos juguetes para las pequeñas.

Cuando todo estuvo listo, se dirigieron hacia la puerta. Sin embargo, justo en el momento en que Cristal apoyó la mano en el pomo, un escalofrío recorrió su cuerpo y sus ojos se pusieron en blanco. Su respiración se detuvo.

De repente, todo a su alrededor cambió. Frente a ella, el mundo que conocía ardía en llamas. El aire era denso con el olor a humo y destrucción. Intentó moverse, pero sus piernas parecían ancladas al suelo.

Un contacto frío en su mano la hizo bajar la mirada. Kiara estaba allí, con el hocico presionando suavemente su piel. Su hermoso pelaje blanco estaba manchado de sangre.

El pánico se apoderó de Cristal.

—¡Sandra! ¡Dámaris! —gritó con desesperación, pero no obtuvo respuesta.

Corrió entre las llamas, su corazón latiendo con furia. Buscó a sus hijas por todas partes, pero no había rastro de ellas. La angustia la ahogaba, las lágrimas quemaban su rostro.

Y entonces, de entre el fuego, apareció la bruja. Sus ojos rojos la atravesaron como dagas.

Acepta lo que eres… o arriesgas perderlo todo. Todo lo que conoces será consumido por el fuego.

La voz de la bruja resonó en su mente como un eco sin fin.

Cristal sintió el terror apoderarse de ella. Pero, en lo más profundo, también sintió algo más. Algo que había estado negando por demasiado tiempo.

Y quizás… ya era demasiado tarde para seguir huyendo.

Cristal se tambaleó hacia atrás, su respiración agitada. La visión aún ardía en su mente: el fuego consumiendo todo a su alrededor, la ausencia de sus hijas, la mirada de la bruja perforando su alma.

—¡Cristal! —Antonella la sujetó antes de que cayera al suelo.

Los ojos de Cristal parpadearon, regresando a su color normal. Su cuerpo temblaba de pies a cabeza.

—Yo… vi algo —susurró con la voz quebrada.

Antonella frunció el ceño. —¿Qué viste?

Cristal tragó saliva, intentando calmar su corazón desbocado.

—Todo estaba en llamas… No encontré a Sandra ni a Dámaris. Y Kiara… —su voz se quebró—. Kiara estaba cubierta de sangre.

Antonella sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Cristal, eso pudo haber sido una advertencia… una visión del futuro.

Cristal cerró los ojos con fuerza. No quería aceptar lo que la bruja le había dicho. No quería aceptar que dentro de ella había algo más que una simple loba. Pero si ignoraba esto… ¿qué pasaría con sus hijas?

Respiró hondo y se obligó a concentrarse.

—Tenemos que irnos. Ahora.

Antonella asintió y abrió la puerta. Bajaron rápidamente las escaleras, encontrándose con Diego y Leonidas en la sala. Las niñas dormían en el sofá, ajenas al caos que los rodeaba.

—¿Todo listo? —preguntó Diego en voz baja.

—Sí —asintió Antonella.

Cristal miró a Leonidas, quien tenía los puños cerrados. Sabía que estaba furioso, pero también preocupado.

—¿Tuviste una visión? —preguntó él con seriedad.

Ella asintió lentamente.

—No fue buena, Leo.

Leonidas inhaló profundo, tratando de controlar su lobo.

—Entonces, nos vamos ya. No quiero esperar ni un segundo más.

Diego tomó en brazos a Sandra, mientras Antonella cargaba a Dámaris. Se dirigieron a la puerta principal cuando un estruendo sacudió la casa.

El sonido de un aullido escalofriante resonó en la noche.




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