Desaparición de Cristal

capitulo 25

Leonidas observó el lugar donde Erya había desaparecido en un destello de fuego, su mente en un torbellino de pensamientos. Por primera vez en años, sentía que el control que había mantenido tan firmemente empezaba a deslizarse de entre sus dedos. Cristal, aún en su forma de loba blanca, permanecía a su lado, pero su mirada estaba fija en el horizonte, como si sus pensamientos la empujaran más allá de ese momento.

El viento nocturno acariciaba suavemente el campamento, pero con cada brisa, Leonidas sentía que algo más acechaba en las sombras, un eco de la amenaza que acababan de enfrentar. Su instinto le decía que no había tiempo que perder. Volvió la vista hacia Cristal y habló con firmeza.

—Erya tenía razón. No podemos esperar. Debemos empezar tu entrenamiento ahora. Cada segundo que perdemos es un segundo que las sombras ganan.

Cristal giró la cabeza hacia él, sus ojos brillando con la intensidad de su nueva fuerza. Volvió a su forma humana con una elegancia casi sobrenatural, aunque el cambio dejó en su rostro un dejo de cansancio.

—¿Y qué significa eso exactamente? —preguntó ella, su tono firme pero cargado de duda—. ¿Cómo puedo entrenar para enfrentar algo que apenas entiendo?

Leonidas no respondió de inmediato. En su lugar, se giró hacia el Beta, quien había estado observando en silencio.

—Reúne al consejo de ancianos —ordenó—. Necesitamos su sabiduría para guiar el siguiente paso.

El Beta asintió rápidamente, desapareciendo en las sombras con la agilidad propia de su especie. Leonidas volvió su atención a Cristal.

—No estarás sola en esto. Mi manada te apoyará, y Erya ha dejado claro que su conocimiento será crucial. Pero tú eres la clave, Cristal. Y, por mucho que quiera protegerte, al final esto dependerá de ti.

Cristal apretó los labios. Había tantas preguntas rondando en su cabeza, tantos temores que no podía silenciar, pero también sabía que no había vuelta atrás. Si lo que Erya decía era cierto, su propia existencia estaba entrelazada con el destino de todos los que amaba, y no podía permitirse fallar.

—Entonces empecemos —dijo finalmente, su voz cargada de una determinación que incluso sorprendió a Leonidas.

Leonidas llevó a Cristal, Sandra y Damaris al consejo de ancianos bajo el manto del amanecer. Las niñas permanecían detrás de su madre, sus manitas aferradas a su capa, buscando consuelo en su presencia. El aire tenía una tensión palpable, como si el destino mismo estuviera esperando que la reunión ocurriera.

Cuando llegaron al círculo sagrado, Cristal sintió que algo en su corazón se agitaba. Frente a ella estaban Antonella y Dorian, sus padres, esperándola con los brazos abiertos. Aunque apenas llevaban semanas desde que los había conocido, el vínculo forjado entre ellos era fuerte, casi visceral. El reencuentro había llenado un vacío en su corazón que ni siquiera sabía que existía, y ahora, con apenas una noche separándolos, Cristal ya los extrañaba profundamente.

—¡Mamá! ¡Papá! —dijo Cristal con un nudo en la garganta, corriendo hacia ellos.

Se fundieron en un abrazo que parecía detener el tiempo. Antonella la sostenía con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerse, mientras Dorian le acariciaba el cabello, murmurando palabras de consuelo. A pesar de las circunstancias, la calidez de ese momento trajo un destello de esperanza en el corazón de Cristal. Las niñas también abrazaron a sus abuelos, les contaron que donde vivía ahora había hadas y que Leonidas se las iba a enseñar, pero estaban esperando a ello, por lo que echaron una mirada furiosa a Leonidas, a la cual todos se rieron.

El consejo de sabios cada uno de ellos representaba una historia, un legado de generaciones pasadas, pero incluso ellos parecían inquietos ante las palabras de Leonidas y Cristal. Algunos observaban con empatía la escena que acababan de ver , pero otros se mostraban incómodos, especialmente un anciano llamado Tharok, cuyos ojos oscuros brillaban con desagrado.

—El Lobo Blanco es una leyenda —dijo uno de ellos, su voz rugosa como las ramas secas—. Pero las leyendas siempre tienen un precio. ¿Estás dispuesta a pagarlo, Cristal?

Cristal levantó la cabeza con determinación.

—Haría cualquier cosa para proteger a mis hijas y detener a las sombras. No necesito saber el precio para saber que estoy dispuesta.

Cuando finalmente habló Tharok, su voz tenía un filo frío que cortaba el ambiente.

—Esto es conmovedor, sin duda —dijo, su tono lleno de sarcasmo—. Pero esta reunión solo complica las cosas. La presencia de esta familia es un recordatorio de que la leyenda del Lobo Blanco ha traído más problemas que soluciones. Y ahora, todos estamos en peligro debido a su regreso.

Antonella y Dorian miraron a Tharok con sorpresa, sus expresiones endureciéndose. Antonella dio un paso adelante, enfrentándolo con firmeza.

—Mi hija no es una amenaza. Si estamos aquí es porque creemos en la profecía. Sabemos lo que Cristal es capaz de hacer, y no dejaremos que nadie la trate como un problema.

Tharok apretó los labios, pero no se movió. En lugar de retroceder, sus palabras se volvieron aún más afiladas.

—Tu "hija" fue un error desde el principio. ¿O acaso has olvidado cómo llegó a tu vida? —Los ojos de Tharok brillaron con una malevolencia que hizo que el resto de los ancianos intercambiaran miradas incómodas—. Fue robada de nuestras tierras. Fue mi plan, de hecho, con los cazadores como mis aliados. Pero, claro, resultaron inútiles al dejarla escapar. Y ahora, todos estamos pagando por su incompetencia.

Un murmullo recorrió el círculo de ancianos. Antonella y Dorian parecían congelados por la revelación, mientras Cristal miraba a Tharok con incredulidad y furia creciente.

—¿Qué estás diciendo? —gruñó Cristal, su voz temblando de ira.

—Estoy diciendo —continuó Tharok, su tono goteando veneno—, que nunca debiste haber existido. La profecía del Lobo Blanco es una carga, no un regalo. Y haré lo que sea necesario para asegurarme de que no destruya todo lo que hemos construido.




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