Cristal apenas tuvo tiempo de recuperarse de su transformación antes de que las sombras comenzaran a aparecer nuevamente. No habían desaparecido del todo, solo se habían replegado momentáneamente, acechando en los bordes de su visión. Ahora volvían, más densas y más audaces, rodeándola completamente en un manto opresivo.
—¿Crees que has ganado algo? —susurraron las sombras, sus voces entrelazadas, como si miles de bocas hablaran al mismo tiempo—. ¿Crees que eres diferente?
Cristal alzó la cabeza, sus ojos brillando con la luz plateada de la Loba Blanca. Sentía la fuerza dentro de ella, pero incluso con esta nueva conexión, no pudo evitar un escalofrío cuando las sombras se acercaron más.
Antes de que pudiera reaccionar, las sombras se fundieron y formaron imágenes frente a ella, proyecciones etéreas que parecían flotar en el aire. Cristal dio un paso atrás instintivamente, su respiración se aceleró al ver lo que las sombras querían mostrarle.
Primero, apareció una figura. Una mujer en su forma de loba blanca, similar a la de Cristal, pero su expresión era de angustia, y sus ojos reflejaban desesperación. A su alrededor, todo era caos: fuego que consumía los árboles, cuerpos esparcidos por el suelo y gritos de dolor resonando en la distancia.
—Esta fue la primera Loba Blanca —dijeron las sombras, sus voces impregnadas de burla—. Creyó que podía salvarlos. Creyó que su poder era suficiente. Mira cómo terminó.
La figura de la loba se desvaneció, reemplazada por otra mujer, diferente pero con los mismos ojos plateados. Su destino era igual de sombrío. Rodeada por enemigos, luchó hasta su último aliento, pero su cuerpo cayó al suelo, cubierto de heridas.
—Y esta, la siguiente. Su fuerza solo trajo guerra y sufrimiento a quienes juró proteger.
Las imágenes se sucedían rápidamente, cada una mostrando a una Loba Blanca diferente. Todas compartían un destino similar: destrucción, muerte y desesperación. Las escenas se entrelazaban en un torbellino de horror que hacía que el corazón de Cristal latiera con fuerza.
—Este es tu destino, Cristal —continuaron las sombras, acercándose más a ella—. No puedes escapar de lo que eres. Todas las que vinieron antes que tú fallaron. Y tú también fallarás.
Cristal intentó bloquear las imágenes, pero las sombras parecían estar en su mente, desenterrando sus dudas y temores. ¿Era verdad? ¿Estaba destinada a repetir los errores de las Lobas Blancas que la precedieron? ¿Estaba condenada a ser una fuente de destrucción para los que amaba?
Las sombras se acercaron aún más, sus ojos rojos resplandeciendo con malicia.
—Tu poder no es una bendición. Es una maldición. Solo traerás sufrimiento y muerte. Ríndete ahora, Cristal, antes de que sea demasiado tarde.
Pero cuando Cristal estaba al borde de sucumbir a las palabras de las sombras, una luz dorada comenzó a brillar desde lo profundo del bosque. Las sombras se retorcieron, soltando gruñidos de desagrado mientras retrocedían lentamente.
La luz se intensificó, y una figura comenzó a formarse en el centro del claro. Era alta, etérea, y parecía irradiar una calma ancestral. Las sombras, incapaces de soportar su presencia, comenzaron a desvanecerse, dejando a Cristal de pie frente a la figura radiante.
—Basta —dijo la figura con una voz profunda que parecía emanar de la misma tierra—. Ya es suficiente.
Cristal, todavía aturdida por lo que había visto, fijó sus ojos en la figura, incapaz de apartar la mirada. La luz que la rodeaba no era cegadora, sino cálida y reconfortante, como si envolviera el alma misma.
—¿Quién eres? —preguntó Cristal, su voz temblando levemente.
La figura inclinó la cabeza, y sus ojos brillaron con una sabiduría infinita.
—Soy el Guardián del Bosque —respondió—. He estado aquí desde antes de que nacieran las Lobas Blancas. He visto sus triunfos y sus caídas. Y ahora estoy aquí para mostrarte la verdad.
Cristal dio un paso adelante, su respiración más estable ahora, pero todavía sentía el peso de las imágenes que las sombras le habían mostrado.
—¿Es cierto lo que dijeron? —preguntó—. ¿Estoy destinada a fallar como ellas?
El Guardián la observó por un momento, como si estuviera evaluando su espíritu. Finalmente, levantó una mano, y una imagen apareció ante ellos. Era Laira, atrapada en un vórtice de sombras, su rostro reflejando una mezcla de agotamiento y determinación.
—Laira es la clave —dijo el Guardián—. Las sombras han tomado algo más que su cuerpo. Han intentado borrar su espíritu porque temen lo que ella sabe. Su destino y el tuyo están entrelazados, Cristal, pero también lo están con las sombras. Nada es tan simple como parece.
Cristal frunció el ceño, avanzando un paso más.
—¿Qué significa eso? ¿Qué debo hacer?
El Guardián alzó la mano nuevamente, señalando las estrellas que parecían brillar con más intensidad sobre ellos. Las constelaciones formaron un patrón que Cristal no reconoció, pero que de alguna manera le resultaba familiar.
—El equilibrio se ha roto —dijo el Guardián—. Y tú, Cristal, eres la única que puede restaurarlo. Pero para hacerlo, debes enfrentarte a las verdades que las sombras han ocultado. Solo entonces podrás cumplir con tu propósito.
Las palabras resonaron en el corazón de Cristal, pero antes de que pudiera responder, el entorno comenzó a desvanecerse. La luz del Guardián se desintegró en pequeñas motas que flotaron hacia el cielo, dejándola una vez más sola en el claro.
Cristal se quedó allí, de pie, con el eco de las palabras del Guardián resonando en su mente. Sabía que todavía había más desafíos por delante, pero también sabía que no podía detenerse.
Con una última mirada al cielo estrellado, Cristal comenzó a caminar hacia el siguiente paso de su viaje. Las respuestas estaban ahí fuera, esperando a ser descubiertas. Y, por primera vez, sintió que estaba lista para enfrentarlas.
Había transcurrido una semana desde que Cristal se adentró en el Bosque de las Sombras, y aunque el tiempo parecía haberse detenido en aquella densa penumbra, el mundo exterior seguía en movimiento, cargado de incertidumbre y tensión.