Desaparición de Cristal

Capitulo 28

El Bosque de los Susurros estaba envuelto en un silencio opresivo, como si el aire mismo contuviera su aliento, esperando que algo rompiera la calma. Cristal caminaba despacio, con los sentidos alertas y la mirada fija en los caminos que se bifurcaban frente a ella. La oscuridad que la rodeaba parecía casi tangible, como un manto que intentaba envolver su espíritu, pero ella mantenía la cabeza alta.

De pronto, algo llamó su atención. Un destello tenue apareció entre las ramas más altas de los árboles, un brillo apenas perceptible que destacaba en la penumbra. Cristal se detuvo, alzando la mirada hacia el punto de luz. Allí, suspendido de una rama nudosa, pendía un colgante en forma de luna creciente, con una piedra brillante incrustada en el centro. Parecía fuera de lugar, como si perteneciera a otro mundo más puro y luminoso que el bosque que lo rodeaba.

Lentamente, Cristal extendió la mano y tomó el colgante. Su superficie era fría al tacto, pero le transmitió una extraña sensación de consuelo. Observó el delicado diseño durante unos instantes, admirando su belleza. Se lo colocó alrededor del cuello con cuidado, sintiendo un nuevo peso, no solo físico, sino emocional.

"Es precioso", pensó, esbozando una ligera sonrisa. Quizás Leonidas conociera a alguien que pudiera crear otros dos iguales para sus hijas. La idea de darles algo que las conectara incluso en la distancia le daba un poco de calma en medio de tanto caos.

Mientras seguía avanzando por los sinuosos senderos que se desplegaban ante ella, las palabras del Guardián continuaban rondando en su mente, como un murmullo persistente que no podía ignorar. Había algo en él que le incomodaba, algo que no lograba entender del todo.

Fue entonces cuando una voz familiar resonó en su cabeza.

—A mí tampoco me gusta —dijo Kiara, su loba interior, con un tono de advertencia—. Hay algo en él que no es lo que parece. No podemos fiarnos.

Cristal apretó los labios, asintiendo en silencio mientras continuaba su marcha. La intuición y las palabras de Kiara le confirmaron lo que su corazón ya le había susurrado. No bajaría la guardia.

Después de un tiempo que se sintió interminable, sus pasos la llevaron a otro claro, uno más amplio y extraño que los anteriores. El aire aquí era diferente, pesado pero vibrante, como si algo antiguo y poderoso estuviera a punto de manifestarse. Fue en ese momento cuando el colgante comenzó a brillar.

El destello plateado era tan intenso que Cristal tuvo que cerrar los ojos, cegada por la luz que ahora emanaba de la piedra brillante incrustada en la luna. Cuando finalmente los abrió, se encontró rodeada por figuras translúcidas, etéreas y relucientes. Las almas de las Lobas Blancas la miraban con ojos que reflejaban sabiduría y fuerza.

Una de ellas, de cabello plateado y rostro severo, avanzó primero.

—El Guardián no es quien dice ser —dijo con voz firme, que resonaba con una mezcla de advertencia y esperanza—. No estás sola, Cristal. Nos tienes a nosotras.

Otra figura dio un paso al frente, su mirada más suave pero igualmente resuelta.

—Ellas también intentaron engañarnos en el pasado —continuó—. Luchamos solas, y eso nos condenó. Pero tú eres diferente. Tienes una manada, tienes aliados. Y ahora, nos tienes a nosotras.

Antes de que Cristal pudiera responder, un gruñido bajo rompió el aire. Desde las sombras del claro surgió la figura del Guardián, pero su apariencia había cambiado. Su rostro antaño sereno estaba ahora distorsionado, y su cuerpo parecía rodeado por un aura oscura y amenazante.

—Veo que te has dado cuenta —gruñó la criatura, su voz transformándose en un siseo frío y ominoso—. Así que lo descubriste... Ellas también me desafiaron antes. Todas fallaron, y tú no serás diferente.

Cristal retrocedió un paso, pero las almas de las Lobas Blancas se colocaron a su lado, formando un círculo protector.

—No escuches sus mentiras, Cristal —dijo una de ellas, su voz cortante como una espada—. Eres más fuerte de lo que él quiere que creas.

—El poder de la luz y la unión siempre ha sido mayor que el de las sombras —añadió otra, sus palabras cargadas de certeza—. Y este es solo el comienzo de tu verdadero viaje.

Cristal se enderezó, apretando el colgante contra su pecho. El brillo de la luna se intensificó, combatiendo las tinieblas que envolvían al falso Guardián. Por primera vez desde que entró en el bosque, sintió que las sombras no tenían control sobre ella.

Era el momento de enfrentar la verdad y forjar su propio destino.

Las sombras que envolvían al falso Guardián se retorcían con rabia, como si su propia existencia se estuviera desmoronando frente al resplandor que emanaba del colgante de Cristal. La criatura dio un paso hacia atrás, pero su mirada seguía ardiendo con malicia. Las almas de las Lobas Blancas permanecían a su lado, fortaleciendo la luz que mantenía a raya a la oscuridad.

—Esto no ha terminado —gruñó el falso Guardián, su voz resonando como un eco siniestro—. Crees que estás cerca de la verdad, pero solo arañas la superficie. Tu debilidad sellará tu destino.

Cristal apretó el colgante con una fuerza renovada, sintiendo el calor y la energía que fluían de él. Las palabras del falso Guardián ya no tenían el mismo peso. No cuando las Lobas Blancas estaban a su lado, devolviéndole la confianza que las sombras intentaban arrebatarle.

—Mi debilidad no me define —dijo Cristal, su voz firme y llena de determinación—. Tampoco lo harán tus mentiras.

Con un movimiento decidido, levantó el colgante y dejó que su luz se extendiera por todo el claro. Las sombras chillaron, retrocediendo ante su brillo. El falso Guardián lanzó un último gruñido, antes de desvanecerse por completo en un torbellino de oscuridad que fue absorbido por el suelo.

El silencio que siguió fue absoluto. Cristal tomó aire, sintiendo la paz que regresaba al claro. Pero sabía que la batalla no había terminado. Las almas de las Lobas Blancas permanecían con ella, observándola con una mezcla de orgullo y preocupación.




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