Desastre Con L

4. El Domo

Capítulo Cuatro
El Domo

— ¿Entonces, que decidiste? — Edmun, uno de mis mejores amigos, pregunta con interés e inmediatamente miro mal a Jorge, seguramente fue él quien le fue con el chisme.

— No lo sé. — confieso haciendo algunos garabatos en mi libreta de historia, Edmun da suaves golpes en mi espalda como señal de apoyo; su rostro es blanco, aunque no cayendo al termino Europeo, como los alemanes, irlandeses o ingleses; su cabello negro siempre estaba maravillosamente ordenado, y aunque, algunos barros se asomaban por sus mejillas, no le quitan ni un poco lo atractivo. Porque además se trataba de una persona muy amable y cortés.

— Debes pensarlo bien Pikachu. — aconsejó Jorge uniéndose a la plática mientras miraba por la ventana que no daba como tal algún a bello paisaje, sino, con material de construcción de la maquinaria del lote vacío a lado del colegio.

Odiaba ese apodo, aunque sonará lindo, cuándo te decían: "pikachu yo te elijo " o "ataque moridida". Resultaba un tanto molesto.

Bendito videojuego de pokemon.

A estos dos los conozco desde que entre al bachillerato, claro que a cada uno de diferente forma. Sin embargo, ambos se han mantenido a mi lado a pesar de tantas cosas que, en verdad creo que son los mejores amigos que pueden existir en este universo.

— Por una parte, esta la promesa de que te devolverá tu celular. Pero por otro lado, no sabemos a donde piensa llevarte. — comenta Edmun, pensativo. — es una decisión muy difícil.

No puedo evitar darle la razón. Recargo la cabeza en la paleta de la banca, afirmando con tono pesimista — Lo sé, es tan difícil.

— Tienes que apresurarte, te dio hasta antes de terminar la clases y ya van a dar las dos. — Me informan mirando la pantalla de su celular.

Saber eso no me resulta nada conciliador, todo lo contrario, maldigo en mis adentros.

Esta clase de decisiones no se pueden tomar a la ligera, más cuando el chico problemas está involucrado. Pienso que debería haber alguna guía de como librarse del estúpido bad boy que te roba tu celular, o como aprender a no cruzarse en el camino de los chicos malos. Estoy segura que se vendería rápido y serviría mucho, al menos, yo la compraría.

¡Por Dios!, es que eso sólo pasa en las novelas juveniles.

—Tss... Tranquila Alex, aun falta como una hora.— eso me hace sentir más tranquila y odiar a mi amigo Jorge. — Deja de asustarla Jorgais. — rueda los ojos.

Supongo que, después de esto, es obvio quién es el mejor amigo bueno y el mejor amigo malo. 

Por mucho que agradezca la aclaración de Edmun, aún soy consciente de que no puedo cantar victoria, porque una vez que sean las dos de la tarde tendré que darle una respuesta.

Es un alivio que la profesora de ecología no nos preste la mínima atención en lo que hacemos. Muerdo mi lápiz, necesito pensar cual será mi respuesta y la manera en que recuperare mi celular antes de que mi madre me pregunté por él. A pesar de eso mi ánimo no resulta el más conciliador, por más que lo intente sencillamente no encuentro la solución ni la lógica a todo esto, y menos lo haré sí esos chillidos no paran.  

¿Porqué están tan chillonas en el instante en que más necesito concentrarme?

No entiendo que les pasa, se comportan como sí una celebridad apareciera en el colegio, en verdad, están como locas corriendo hacia el pasillo siguiendo la silueta de quién sabe quién, no miento al decir que se van a desmayar.

Miré a los chicos, y por el alardeo de sus ojos, sé que piensan lo mismo que yo. 

Sólo somos capaces de taparnos los oídos mientras la maestra sin éxito intenta regresarlas de vuelta a sus asientos. Por horrible que suene, es divertido ver eso, la voz suave de la profesora contra el turbulento chillido de mis compañeras. Algo digno de presenciar.  

—¿Tú porque no vas de chismosa? — se burla Jorge. 

Le arrojo la goma en la cabeza— Graciosito.— volteó los ojos, cosa que aumenta su risa y con ella, mi molestia. 

Como si me interesara copiar las acciones de las demás. 

Por lo visto se trataba de alguien sumamente importante o famoso, las voces coquetas hacían una especie de coordinación con las poses qué daban al acercarse a la persona que venía por el pasillo; conforme se iba abriendo paso entre ellas, sus chillidos y la petición de que las llamará se intensifican cada vez más. Por mucho que no me interese, ese lado curioso o chismoso — cómo cualquiera lo quiera ver — me hace dirigir la vista hacia esa dirección.

Su figura comienza a  vislumbrarse: su altura, su cabello, su chaqueta de cuero.

Mierda, ya sé de quién se trata. 

— Carajo — musite en voz baja. Esto no pinta nada bueno, aún no es la hora.

¿Qué hace este tipo aquí?

Sin pensar en lo que los demás dirán, me tiró a un lado de mi banca logrando captar la atención de mis compañeros y de la profesora, a quien con súplica le imploro que no diga nada. Necesito salir de aquí pero no puedo dejar que me vea, así que lo único que puedo hacer es esconderme.

Gateo a un lado de mi fila, donde gracias a los alumnos que se mantuvieron en sus lugares, me cubren. 

— Señor Hamilton, ¿podría hacerme el favor de salir de mi clase? — demanda la profesora, sé nota que no le hace nada de gracia todo lo que este tipo provoca. 

Soy incapaz de levantar demasiado la cabeza para ver la escena, de hacerlo podría descubrirme. Tan sólo me mantengo en el piso, escuchando.

— Por supuesto, profesora Jiménez, sólo necesito encontrar a alguien.

Mierda, mierda y doble mierda

Ay, que grosera soy. 

Si mi madre me escuchará, seguramente la riña sería muy larga. 

 Alex, no debes de pensar en eso, debes concentrarte, — me recriminó mentalmente.

Agarró la mochila de mi compañero, quien esta a punto de reír, de no ser que ve mi semblante poco conciliador y se retracta de hacerlo, su mochila que me sirve de escudo me anima a asomarme un poco. 




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