Capítulo veinticuatro
A la mierda
Susurros.
Todo da vueltas a mi alrededor. Igual a un foco dentro un cuadrado que no deja de girar, primero derecha y luego hacia la izquierda.
Grande y pequeño, pequeño y grande.
No siento mi cuerpo ni tampoco puedo dejar de reírme, ni siquiera sé porqué río, tal vez, porque ellos ríen conmigo. Sus manos me tocan, aunque no siento su tacto sé que lo hacen.
Su piel, no sé que pasa con ella. Sus sonrisas de pronto me asustan y mi lengua se pega a mi paladar. Todo lo que salía eran balbuceos que poco a poco se iban apagando.
Era como un caramelo que ansiaban desenvolver, un dulce para un niño pequeño que lo veía cómo lo más delicioso que pudiese existir.
¿Qué hacen? Paren, ¿Fernando? ¿Quiénes son ellos? ¿Dónde...?
—¡Peñaloza! ¿Que haces ahí parada? ¡Sigue con los demás!
El profesor Martín me grita, le miro desconcertante y maldigo al ver que ellos suben las escaleras mientras yo apenas estoy a la mitad del patio.
No digo nada, obedezco y vuelvo a trotar.
La cabeza me duele y un par de sensaciones indescifrables e indescriptibles crean un nudo dentro mi estómago que me hacen querer vomitar. No estoy segura si es por correr tanto o por ese fragmento distorsionado que causan pesadillas. Ahí estaba de nuevo, sólo que a diferencia de las demás veces en esta ocasión me había tomado —tanto — desprevenida como despierta.
—¡No te quedes atrás, Peñaloza! Tiene que terminar al menos siete vueltas.
¡Apenas iba por tres!
Claro, como él nada más nos mira se le hace fácil apresuraranos, ¿verdad?
¿Por qué no hace él ejercicio con nosotros, ah?
Corro lo más rápido que puedo. Literal, estoy agonizando. Los ligamietos y articulaciones de mis piernas arden, ni hablar de la opresión en medio de mis pechos.
—Vaya, no aguantas nada. — se burla Fany sin dejar de trotar.
Se detiene en el último escalón de las escaleras, esperándo.
—El ejercicio nunca ha sido mi fuerte. — confieso sin aliento.
En verdad, debo mejorar mi condición física. Es un asco.
—Y eso que apenas empezamos. — ríe a la par que retomamos el calentamiento y corremos bajando la rampa: volviendo al patio e iniciar otra vuelta.
—Te juro que ya no puedo.
No tardó demasiado, media vuelta y ya me siento desfallecer. Mi respiración es acelerada, mi pecho sube y baja aceleradamente mientras una corriente helada recorre mi garganta hasta la laringe, no dejó de buscar aire con la boca.
Observó a mi amigo Jorge que va a lado de Edmun, él muy maldito trota de espalda y me saca la lengua burlándose de mí.
Ojalá se caiga por imbécil.
Miró rápidamente a mis lados, en dirección al profesor para percatarme que no esté en su punto visual, al estar segura de no recibir ningún regaño, le muestro el dedo de en medio rápidamente a la par que le saco la lengua. Jorge abre mucho los ojos sorprendido, nunca de los nuncas y jamás de los jamases había hecho una cosa cómo esa, se da la vuelta para correr con normalidad y le susurra algo a Ed, tengo la certeza que me ha acusado porque éste me mira con curiosidad e impresión.
Chismoso.
—¡No te veo sudar, Peñaloza! — grita de nuevo, haciendo que exaltada vuelva a correr.
Maldigo en mis adentros, ¿acaso es mucho pedir que me dejen respirar tranquila? ¿Quién en su sano juicio pone a correr diez vueltas a un grupo? ¿Y si le digo que yo no sudo?
La frente y las patillas de la mayoría de mis compañeros están impregnadas en una ligera capa de sudor, la mía —al contrario — esta más seca que un desierto. Y no es porque no haya corrido..., de acuerdo, admito que, efectivamente a comparación de los demás llevo un par de vueltas menos, sin embargo, no es mi culpa. Ahora pienso, mas de la mitad de mi grupo no entra a su clase, además de que tampoco es una materia a calificar, ¿por qué yo si?
Se me olvidaba, porque debo dar un buen ejemplo de responsabilidad.
Que mierda, es sumamente difícil.
Sus risas retumban en un eco silencioso dentro mis oídos.
Tan lejanos y tan cercanos a la vez.
Nada es diferentes, todo sigue dando vueltas. Hay muchas luces que lastiman mi vista.
Fernando... te amo...
—Alex, ¿estas bien? — me toma Edmun del hombro, ayudandome a salir de ese transe.
¿Qué? Le miro desconcertada y confundida, lo que siento ahora mismo no es nada agradable. Es cómo si alguien te diera una fuerte patada en la cabeza después de un mañana de cruda.
Parpadeo varias veces, mis compañeros me pasan de nuevo, en cambio, Ed continúa a mi lado mirándome con preocupación —Te ves mal, pikachu, tus ojos están... ¿acuosos? — dice indeciso. Por inercia llevo mis manos a mis mejillas, espero no haya derramado lágrimas.
No, esto no puede pasar. Nadie puede saber, ni siquiera ellos que ya tienen un contexto aproximado.
—Estoy bien, sólo cansada. — aseguro sonriente.
Lo que menos quiero es preocupar a otros, no me lo merezco. Sólo soy una maldita y jodida broma en este mundo, una chica patética.
Miró hacia atrás de Ed, el profesor Martín no se ve muy contento. Se cruza de brazos observando a cada alumno en su rutina.
—Debo correr, o el viejito me va a regañar de nuevo — bufo, regresando al trote.
En verdad, el profesor se ha traído hoy conmigo un desquite fenomenal, en más de la mitad de este tiempo sólo se la ha pasado regañandome.
Subo las escaleras en trote, esto es muy difícil. Mientras bajo la rampa de cemento, Fany de nuevo me espera con la excusa de estirarse.
—Todo sería más sencillo si antes de ponernos a correr, nos dejará hacer estiramiento — se queja conmigo.
Niego de un lado a otro, estoy muy segura que ni con estiramiento doy una, se lo hago saber y se ríe.
#27973 en Novela romántica
#4623 en Chick lit
#6039 en Joven Adulto
novela juveil, bad boy, romance amistad bad boy amor imposible
Editado: 22.05.2023