Capítulo veintiséis
Simetría
La pelota rebota sobre el piso, la mejilla de Hamilton está enrojecida. No sé que se ve peor, esa área de su rostro, la sangre que brotaba por su nariz o su cara de emputado.
—Liam, ¿estás bien?— chilló la chica que molestaba a Grachi, su preocupación era exagerada.
Él ignoró a la chica, concentrando su atención en mí y mi cara, era como si buscará alguna herida o algo similar. ¿Qué le pasa? Debería verse así mismo.
—Casi golpeas a mi novia, imbécil.— soltó apretando la mandíbula, sus brazos estaban demasiado tensos y con ese tono helado que bien lo caracterizaba le dedicó una mirada escalofriante mientras empezaba acercarse peligrosamente a él.
Ni siquiera le dio tiempo de decir nada, Liam lo tomó del cuello de la camisa y lo subió.
Santa madre de los pectorales, que fuerza.
Un momento..., ¡Alex,detenlo!
—Liam, bajalo. — se acercó Tavo.
—¿Por qué debería hacerlo? Este idiota necesita un incitivo para dejar de jugar por los pasillos, ¿acaso no sabes qué esta prohibido?— comentó con burla.
Eran esa clase de acciones que predecían el historial de este chico, justamente éste es Liam Hamilton que todos conocemos. El chico malo del que debes huir antes de que quiera matarte.
—Liam, bajalo. Por favor, odio la violencia. Lo sabes.
Una carcajada resonó a nuestro lado. Renzo sostenía su estómago. Parecía que en cualquier momento se tiraría al piso.
—Sheccid, Liam es el símbolo de la violencia. No por nada cada semana me hace ganar muchos billetes.
—Idiota. — rugió Liam.
—Liam. — volví a insistir. Esto se estaba haciendo grande. Cada minuto que pasaba, la cafetería se estaba llenando cada vez más y más.
—Bien, discúlpate con Sheccid.
—No es nece...
—Hazlo .— no me dejó terminar, simplemente ordenó. ¿Quién se cree?
—Lo siento, lo siento, Sheccid.
Liam lo soltó no sin ntes dedicarle una última mirada de asesinato, que lo hizo correr.
Era esa clase de actitud que me hacía querer alejada de él. Su reputación podría interferir en la mía — más— de lo que ya había hecho. Se volvió hacia mí y empezó a caminar en mi dirección, no sabía porqué ahora mismo me sentía sofocada.
Liam estaba a unos centímetro de mí, y a otro, tomaba mi rostro con ambas manos mientras me atrapaba con aquella mirada de expresión fría que siempre me hipnotizaba con su enigmático color, unas veces más verde que azul, y otras más azul que verde. Y con la voz llena de globalidad, murmuró:
—Nadie te hará daño, Sheccid. Me gusta mentir, pero contigo nunca lo hago. Perfecta mentirosa— su expresión casi siempre no mostraba nada, otras veces denotaba burla o diversión de superioridad, sin embargo, él me enseñaba cada destello de emoción que siempre me resultaba difícil creer que se trataba de una falsa percepción.
Quería preguntar porque me decía todo eso y la razón por la que me llamaba así.
No miento cuando digo que no me gust...
Sus labios tocaron los míos, pero a diferencia de las otras veces, era más ¿posesivo? Sus dientes jalaron de mi labio inferior y su lengua invadió mi boca, atrapando un suspiro de mi parte. Sin tener consciencia de mis acciones, me dejé llevar por su delicioso beso.
¿Por qué tenía que besar tan bien?
¡Demonios!
No quería disfrutarlo ni mucho menos corresponder delante de tantas personas. Dios, la virgen de las invisibles, la santa madre de los pectorales y todos los santos, saben que no quería hacerlo. Sin embargo, un beso como ese no podría ser rechazado por nadie. Ahora, creen que soy su novia.
Maldición, esto era un grave problema.
¿Cómo rayos había quedado metida en este lio? ¿Qué diablos haré?¿Qué diablos pensaba Hamilton? ¿Cómo se termina una relación cuando ni siquiera sabías que la iniciaste?
Uff... literalmente, Liam Hamilton es el verdadero significado de muchos problemas.
Muchos, muchos problemas.
Un grandísimo desastre.
Necesito dejar de pensar en ello.
No es sano para mí ni para mi resolución, Hamilton es un desastre que termina poniendo todo mi mundo de cabeza.
¡Diablos!
Dejó escapar una bocanada de aire al mismo tiempo que me tiraba a la cama y cierro los ojos temerosa. La sensación de sus labios sobre los míos llega como un rayo a mi mente.
—Mira Alex. — se acerca Haziel, enseñándome la pantalla de mi celular un video de las Víctimas del Doctor Cerebro desde el vive latino del año pasado.
—Te gusta mucho esa canción, ¿verdad?
Haziel se acuesta a mi lado, afirmando de arriba a abajo con la cabeza.
—Mucho. — agrega, con un movimiento gracioso al son de la canción, antes de caer que aun tengo el uniforme puesto — ¿Por qué no te has cambiado el uniforme? Yo ya me lo cambié, mamá te va a regañar.
—Por eso, es una suerte que sea viernes y ella esté trabajando, ¿no crees? — dije, dando pequeños toques a su nariz.
—Sí.
Mientras vemos el vídeo que se reproduce y cantamos a la par de la canción, una suave risa se oye detrás de nosotros.
—Vaya, cada día me sorprendes más, Sheccid. — salté de la cama, tomando por inercia el primer objeto que mis manos logran alcanzar.
Santísima madre de los pectorales, Rosa de Guadalupe, ¿es enserio?
Claro Alex, una crema es el arma perfecta.
—¿Tú? ¿Qué haces aquí? — suelto el aire que mis pulmones retenían.
En verdad pensaba atacar con todo, no importa que sólo hubiera logrado asestar un golpe, el plástico del envase debe doler. Al menos un poco.
Como sea, vuelvo a concentrarme en ese loco chico que mira con una sonrisa arrogante desde el borde de mi ventana sin ningún miedo de caerse, esta muy confiado en que no lo empujaré. Y bueno, en realidad, no podría hacerlo.
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Editado: 03.12.2025