Lys es una famosa cirujana pediátrica que ha vivido con la amargura de salvar vidas a pesar de que ella jamás podrá traerlas al mundo por la maldad de su madre. Con un pasado que la atormenta, una niñez dura, sombras que la persiguen día y noche, se ve en la obligación de mostrar una sonrisa a todos sus pacientes a pesar de que por dentro está rota.
Su pasión es salvar vidas, pero… ¿Quién la salvará a ella del daño con el que ha tenido que vivir toda su vida?
Amory lo tenía todo: dinero, fama, una esposa que amaba y unos tres diablillos que se volvieron su adoración cuando nacieron, hasta que un día su esposa falleció en un terrible accidente y solo sobrevivieron sus hijos.
Cuando pensó que las cosas no podían ponerse peor, sus enemigos en la familia descubrieron su secreto: sus hijos no habían sido concebidos de la manera tradicional, por el simple hecho de que su esposa no podía y con eso, lo perdió todo.
Y, como si eso no fuera poco, él tuvo que terminar aceptando un trabajo denigrante en un hospital, siendo nada más y nada menos que un simple conserje para darles de comer a sus hijos, los cuales día a día necesitaban más atención de la que deberían por su alto intelectual que heredaron y no precisamente de sus padres.
Sin embargo, en el momento que imaginó que su vida modesta no podía ir peor, sus hijos terminan dentro de una oficina de nada más y nada menos que de la mejor cirujana pediátrica del país, diciéndole nada más y nada menos: —¡Hola, mamá! ¡Somos tus hijos!
Klaus corrió lo más rápido que pudo detrás de su hermano Calix, el cual lo tenía agarrado de la mano y él agarraba a su hermana de la mano para que ella no se fuera a caer y los tres poder llegar lo antes posible al elevador sin que fueran atrapados o morir en el intento. Habían hecho algo peligroso, y lo peor de todo es que su padre podía salir perjudicado en todo eso.
—¡El elevador! —gritó Klaus con bastante alegría—. Debemos llegar rápido…
No les quedaba mucho tiempo, por lo que esperaban que antes de que se dieran cuenta ellos encontrarán a la mujer que estaba en su oficina o, al menos, llegando. Ellos tomaron prestadas algunas cosas de esa mujer que parecía una princesa de la nieve y que, sobre todo, su cabello era idéntico al de Klaus y Calix.
—¿A dónde vas? —preguntó una persona que se encontraba a nada de entrar al elevador, a otra—. Te veo decaída.
—Me toca limpiar el pasillo de pediatría —respondió la persona y los tres niños caminaron con sigilo para que nadie los viera—. Desde que la doctora Lemann está ahí, mi vida es tan sencilla.
—Sí, es una bendición para todos los niños —contestó la segunda persona y los niños sonrieron al escucharlo—. Ha salvado muchísimas vidas.
—Supe que alguien se metió en su laboratorio de investigación y que tomó algunas cosas de ahí —hizo una mueca—. Es una lástima. Al parecer eran cosas importantes de su entorno… o de alguna vida que tenía que salvar.
La conversación tomó fuerza cuando ingresaron al elevador y los niños se metieron lo mejor que pudieron en el carrito de la limpieza, uno encima del otro. Los tres niños sintieron un enorme peso con lo que hicieron, puesto que para curar a uno de sus hermanos, tal vez otros estarían en muchos problemas.
Cuando llegaron al piso de pediatría, era de lo más tranquilo, puesto que al ser fin de semana, casi no iba nadie por ahí. Sin embargo, todo era gracias al buen manejo de la doctora que ellos buscaban.
Escucharon que la mujer de la limpieza detenía el carrito en alguna parte y luego pasos alejándose.
—Ahora —susurró Alysa, volviendo a tomar las manos de sus hermanos de la misma manera de antes.
Los tres niños respiraron hondo antes de salir de su escondite y vieron cómo otra vez las puertas del elevador se cerraron. Buscaron la oficina al fin de la señora bonita y cuando la encontraron, para su buena suerte, se encontraba abierta.
El delicioso olor a lavanda llegó a sus fosas nasales, puesto que era delicioso, por así decirlo. Dejaron lo que tomaron prestado sobre el escritorio y notaron que ahí había un bolso…
—Ella está aquí. —Calix señaló el bolso—. ¿Vamos a esperarla?
—Sí, hagámoslo afuera…
—¡Es que esos documentos no pueden perderse! —gritó alguien desde afuera, cuando los niños abrieron la puerta—. Son importantes para mí. Son años de investigaciones.
Los tres niños corrieron hacia el interior de la oficina y se metieron debajo del escritorio, pero era cuestión de tiempo para que supieran lo que pasó y que era su culpa.
—Estamos tratando de volver a las cámaras, pero como le dijimos, tiene puntos ciegos en su laboratorio, doctora —le explicó el jefe de seguridad—. Sabemos que es su investigación, pero no sabemos quién fue, puesto que el personal de limpieza no lo hizo…
—Mi lugar de trabajo es sagrado y les pedí que nadie pudiera entrar ahí. —Lys apretó el puente de su nariz—. Misteriosamente, ahora aparece de la nada que alguien se robó esas patentes y de paso unos documentos.
—Sí, lo sabemos, y lamentamos lo ocurrido —volvió a disculparse el jefe de seguridad—. Volveremos a ver las cámaras.
—Hagan lo que quieran.
Ella abrió la puerta de su oficina y en ese momento, su celular sonó de manera imprevista, dando a entender que estaba recibiendo una llamada por parte de su hermano.
—Estoy bien —Lys cerró la puerta detrás de ella—. No es nada del mundo —mintió—. Lamento haber salido así…
—Te fuiste desde que recibiste esa llamada —murmuró su hermano mayor—. ¿Druso está en problema?
—Druso está bien —respondió Lys y se detuvo en seco al ver lo que supuestamente se le habían robado—. Te llamo después…