La hermosa mujer de cabello tan blanco como la nieve, ojos azules llamativos y rostro altamente esculpido por el paso de los años y las constantes enseñanzas que le dio la vida, caminaba con naturalidad por los pasillos del aeropuerto más concurrido y el pasillo más exclusivo de todo Londres.
De su visita únicamente lo sabían sus hermanos mayores, Niklas, Azriel y Druso. La última vez que visitó ese lugar fue cuando falleció su abuelo Gian, puesto que su hermano Druso se lo pidió y ella no pudo negarse en lo absoluto ante su petición. Detestaba por sobre todas las cosas el hecho de tener que ver algo referente a su pasado y, más aún, sus razones solo llegaban a una sola persona.
Levantó la mano hacia su hermano mayor y literalmente corrió hacia él. Niklas era un hombre demasiado apuesto, lleno de vida y, sin duda alguna, alguien que dejaba mucho que decir o hacer por su carisma y buena vibra con las personas. Continuaba siendo un excelente piloto a pesar de que podía darse el lujo de largarse siempre que quisiera y ni hablar de que nadie podía decirle que no en algo.
—Estás más hermosa que nunca —Niklas le dio muchos besos en el rostro—. Mira qué debo ahora más que nunca ponerte un ojo encima en todo momento.
—No tienes que hacer nada de eso —Lys le dio un pequeño golpe en el brazo—. ¿Cómo has estado?
—Ando bien, pero con algunas canas y presiento que ahora sí podremos decirnos hermanos gemelos —bromeó él, a lo que ella rió—. En verdad te extrañé mucho.
—También te extrañé…
Supuso que su hermano quería decir algo más, pero no era el momento. No iba a durar más de un día en ese sitio, puesto que no deseaba en lo absoluto revivir algún tipo de recuerdo doloroso de su pasado.
—Me iré en cuanto hable con nuestra madre —le informó una vez dentro del auto—. No me quedaré ni un minuto más en este sitio.
—Lys…
—Me costó mucho tiempo prepararse mentalmente para no decaer si la veo —le informó—. No quiero siquiera tener que lidiar con las cosas de mi pasado.
—Es comprensible, descuida.
Se mantuvo hablando con su hermano el resto del camino, poniéndose al día de sus vidas, y ella le contó que estuvo trabajando desde años para ser la jefa de su área en el hospital y lo logró.
La imponente mansión de sus padres llegó a su campo de visión y todo en ella llegó de golpe. Se llevó una mano al pecho al recordar todas las cosas que sucedieron en esas paredes y que todos se hacían los idiotas. Incluso, ella misma se echaba la culpa, puesto que Niklas fue el primero y el único en ese momento que le brindó una mano amiga y solo bastaron algunas palabras por parte de su madre para caer en el abismo.
—Estoy contigo —Niklas tomó sus manos y le dio un beso en los nudillos—. No estás sola. Nunca lo estarás.
—Lo sé…
Bajaron del auto y un grupo de sirvientes se acercó a ellos para tomar el equipaje de inmediato. Solo era una pequeña maleta con lo necesario para un viaje corto, puesto que no tenía el mínimo interés en durar mucho tiempo y la única persona que estaba ahí era más por su hermano Niklas.
—Hija —Aurel Lemann le dio la bienvenida desde la entrada de la casa y ella se quedó hecha piedra en su lugar—. Bienvenida…
—No me quedaré mucho tiempo —le informó antes de que se acercara—. Me iré lo antes posible, así que, por favor…
—Solo viniste a ver a tu madre. —Aurel asintió—. Es comprensible mirándolo de ese modo…
—Es bueno que lo entiendas.
Su padre le dijo que se encontraba en la misma habitación de siempre y que las iban a dejar a solas para que conversaran entre ellas. El temblor de su mano se hizo presente justamente cuando iba a girar la perilla. La sensación de que todo iría mal se hizo presente, más cuando la persona que estaba al otro lado le hizo daño desde que tuvo en sus brazos.
Contó hasta tres mentalmente y entró lentamente en la habitación, viendo a su madre en la cama.
Cerró la puerta detrás de ella sin hacer mucho ruido y caminó hasta la cama, viéndola dormir.
—Ni estando a un paso de la muerte veo arrepentimiento en ti —soltó Lys, mirando a su madre—. Sé que estás despierta.
—Lo lamento —fue el primer saludo que le dio su madre después de tantos años—. Quería ver si al menos había algo de perdón en ti.
—Sabes mejor que nadie que el perdón es algo que se gana y tú no lo tienes —se sentó a su lado en la cama, manteniendo la distancia—. Es extraño verme, ¿cierto? —Celia hizo silencio—. Ver a la hija que creaste con el hombre que te hizo daño.
—No, no es así…
—Lo es —Lys sonrió con desgano—. Las paredes de esta casa saben mejor que nadie todo lo que pasó desde mi nacimiento hasta que me fui —entrelazó sus dedos—. Vine a verte porque todos me lo pidieron y pensé que tendría un poco de lástima por el caos que hiciste en mi vida, pero no siento nada.
—Cariño…
—No me llames de ese modo, porque las dos sabemos que nunca tuviste un poco de cariño hacia mí —masculló—. Me viste como la hija que te obligaron a tener de esa noche.
—Siento todo…
—No, no lo haces —Lys no encontraba las palabras para continuar—. El abuelo me miraba con desprecio; el hombre que se suponía que era mi padre se hacía el ciego siempre…
—Aurel siempre fue un hombre que manejaba las cosas a su manera y ya ves lo que me pasó cuando supo todo —dijo Lys, negando con la cabeza—. Sé que no fui la persona que más deseabas ver, que fui la causa de tu daño y que preferías más a Niklas, Azriel y a Druso que a mí; sin embargo, odiarte sería un perdón fácil para ti, al igual que no hacerlo.
—Y me arrepiento cada día de lo que pasó, de lo que te hice…
—Me quitaste poder traer algo al mundo… una vida —susurró dolida—. Me hiciste daño, Celia —negó con la cabeza—. Si te vas a morir, hazlo en silencio y si la prensa lo sabe, por favor, que yo no me entere, porque nadie me obligará a regresar para verte la cara.
Se puso de pie de inmediato, no se despidió de su madre, puesto que el llanto que estaba conteniendo estaba a nada de salir. Detestaba vivir en esa casa, más sabiendo que nada de lo que había ahí le pertenecía. Se limpió las lágrimas lo mejor que pudo y vio a su hermano en la sala con su padre.