Desastre en el hospital

12. Límites

Comer algo así de delicioso fue lo mejor del mundo. Era una riqueza que no poseía, pero que sin duda alguna quería: ver a sus hijos degustar de la comida sin preguntarle si él comería más tarde. Klaus tomaba la carne sin siquiera un tenedor o una servilleta; solo la tomaba y eso era todo.

—¿No has pensado en tener otro trabajo? —Lys tomó una servilleta para limpiarle los labios a Klaus—. Come despacio, hay mucha comida.

—No puedo buscar otro trabajo —Amory respondió limpiándose los labios—. Es el único que puedo estar sin la necesidad de ser de la vida alegre —Lys se giró para verlo con el ceño fruncido—. Es la verdad.

—Pero tengo entendido que tu familia es dueña de la fábrica de suministros médicos mejor valorada del país —mencionó, antes de ayudar al pequeño a beber agua—. Recoge tus mangas, de este modo —recogió sus propias mangas de la camisa y todos vieron las manchas de vitiligo que aún conservaba—. De ese modo no te molesta.

—¿Y no te parecen feas? —Klaus hizo lo que ella le pidió—. Es que los niños dicen que soy una vaca.

—Diles que las vacas como tú tienen más dinero que sus padres y que puedes desaparecerlos con un chasquido de dedos —Lys bromeó—. No, antes sí, por mi condición que tenía —dijo a medias—. La verdad es que, con el paso del tiempo, te acostumbras a ellas y las vuelves parte de ti.

—Entiendo.

—No has respondido mi pregunta —Lys se dirigió a Amory—. Hay cosas que no entiendo…

—Y prefiero mantener distancia —contestó esquivando su mirada—. Eso también te concierne a ti.

—Yo no quiero mantener distancia de ti —ella se pasó la lengua por los labios—. En verdad eres demasiado guapo. Todo un hombre…

—Yo sabía que mi papá era hermoso —Alysa se metió—. Todas las mujeres se le quedan mirando, pero cuando nos ven, corren —rio—. Dicen que somos los ojos del diablo.

—La gente dice muchas cosas sin sentido —la doctora partió un poco de carne—. Tengo todavía curiosidad por qué estos niños son tan hermosos y tan bonitos… si el padre es la peor persona del mundo para socializar.

—No me gustan las personas metiches y tú eres una de ellas…

—Soy la mejor persona que verás en toda tu vida —Lys le restó importancia al asunto—. Ahora, come, la comida fría no es buena.

Amory le dedicó una mirada crítica a la mujer que estaba en la otra punta de la mesa y se preguntó qué quería ella de su familia. Lys parecía no ser enviada por su familia; más bien era una mujer que buscaba algo de su parte que él no podía darle. Incluso, no sabía la manera en la cual la miraba a los ojos después de lo que vio hace años de ella.

Regresó la mirada hacia sus pequeños, los cuales seguían estando muy felices comiendo, y una pequeña sonrisa se instaló en sus labios, que trató de ocultar cuando la mujer frente a él lo miró con una enorme sonrisa en el rostro.

En un punto determinado, llegó un camarero para preguntar por el postre que iban a comer esa noche y, sin duda alguna, fue algo digno de ver. Lys hablaba con una sutileza y elegancia de la realeza inglesa.

Terminaron de comer entre charlas que más bien eran entre Lys y sus hijos. Ella se acercó al teléfono de la esquina y lo tomó, para decirle al personal que ya podían llevar los postres.

—Espero que les haya gustado el almuerzo —Lys se dirigió a Amory—. Me dijeron que la comida y los pequeños postres se los están dando en el hospital.

—Sí, muchas gracias por eso —Amory asintió—. Es algo que no esperaba y que me lo dieran…

—Investigué un poco y tengo entendido que eres el único empleado que paga por eso; hasta es posible que de tu sueldo descuenten el hecho de que tus hijos se queden en la guardería —ella suspiró un poco cansada—. Son solo unos niños…

—Niños que son demasiado inteligentes y que siempre buscan la manera de hacerme ver que estoy equivocado. —Él levantó ambas cejas—. Tú eres una mujer joven, de buena familia, y estás aquí haciendo un acto de buena voluntad conmigo y con mis hijos…

—Esto que hago por ustedes quiero que sepan que no es algo que odie o lo hago por ganar unos puntos extras —Lys pasó un trago duro—. Lo hago porque me gustan los niños —observó a los tres pequeños—. Las injusticias no las tolero y prefiero mejor mantenerme alejada de las personas tóxicas que no generan algo bueno.

—¿Hablas desde la experiencia de tu familia?

—Es posible.

Amory no indagó más en el tema; prefería mejor no hacerlo con sus hijos pendientes. Gracias a Dios, el personal llegó con los postres y a recoger la mesa. Casi se muere del susto al escuchar la voz de su hermano con otras dos personas que reconocía muy bien. Era de esperarse que estuvieran ahí; ellos tres orquestaron todo. Sin embargo, uno en particular le dio un disparo en la espalda y se alejó.

—Es hora de irnos.

Él no protestó, puesto que habían pasado algunos minutos desde que escuchó a su hermano con los otros dos y solo pudo asentir hacia ella. Las personas otra vez se le quedaban mirando con cara de pocos amigos, sabiendo que su fachada de hombre de familia, trabajo en un cementerio, no era lo mejor del mundo. Aunque la mirada feliz de sus hijos por tener algo rico después de tanto tiempo era lo mejor del día.

Ella le pasó las llaves de su auto otra vez y colocó la dirección de su hogar para que comenzara a conducir. Lys se instaló en el asiento de copiloto después de colocarle el cinturón de seguridad a sus hijos, por lo que pudo iniciar el viaje después de unos minutos.

No se habló durante el camino, solo fueron breves miradas y sus hijos terminando sus postres. En otro momento le hubiese dado vergüenza que una mujer pagara todo, ya que se vivía en una sociedad en la que el hombre siempre era el que debía pagarlo todo, pero Lys era esa excepción a la regla.

En cuanto llegaron, él tomó todo lo que sus hijos tenían ese día por parte de ella. Es decir, las pequeñas cosas que les compró, desde comida para llevar hasta los medicamentos que mandó a pedir especialmente para todos.




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