Desastre en el hospital

13. Investigación incompleta

Ella se mordió el labio tratando de concentrarse lo más que podía en la pequeña muestra que había en sus manos y que estaba a nada de cambiar el mundo si se lograba. Iba a romper cualquier jodida cosa de la ciencia si era necesario y, más con los avances que ella poseía, sin duda alguna sería recordada durante millones de años.

Sus alumnos la amaban, ella no podía vivir sin ellos, y ni hablar de que, sin duda alguna, dejaban ver siempre esa parte humanista que no pasaba desapercibida.

—¿Cómo vas? —su compañero de trabajo le dejó un té caliente en la mesita trasera—. Supe que terminaste tus cirugías del día…

—Sí, todas con excelentes resultados —sonrió hacia su amigo—. Mis alumnos por algo son mejores que los tuyos.

—Maldita desgraciada —bufó su amigo—. Te envidio —fingió llorar—. A mí me gusta abrir las cabezas todo el tiempo.

—Qué aburrido —Lys se quitó las gafas—. Aunque es divertido cuando los dos estamos todo el tiempo haciendo trabajo en equipo.

—Por eso te amo. —Él le dio un beso en la mejilla—. Aunque te veo más feliz y más respondona con todos…

—Solo hago las cosas como deben…

—Mentira —recibió un pellizco de su parte—. Cuéntame.

—No hay nada que contar, Jarek. —Lys negó con la cabeza—. Últimamente, estoy teniendo complicaciones con mi existencia. Desde los problemas en mi casa, con mi madre, hasta con las cosas que pasan en este hospital.

—Debes pensar siempre en algo positivo —su amigo trató de que ella sonriera un poco—. Tienes todo para lograr hacer historia; créeme que no cualquier persona se pasaría horas y horas en esto.

—Ni que lo digas —se estiró un poco—. ¿Tienes turno nocturno?

—Sí, cuarenta y ocho horas, porque tengo que dar clases también —Jarek bufó—. Acompáñame a dar las rondas si todavía no te vas.

Ella asintió y se levantó para anotar los avances que había estado haciendo. Era de noche, así que estaba en algunos sitios más o menos calmados, menos el área de emergencias. Ella vio a Amory con una mascarilla limpiar el vómito de algún paciente o de alguien indeseable y eso le pareció algo asqueroso realmente.

Su hermano Druso le dijo que le daría todo lo que necesitaba cuando lo viera y al parecer sería al día siguiente. Desvió la mirada hacia otro lado cuando Amory la miró también. Fingió estar al pendiente de lo que decían algunas enfermeras y, de manera inconsciente, abrazó el brazo de su amigo como si buscara alguna reacción por parte del hombre detrás de ellas.

Él no podía enojarse; le pidió espacio, que se alejara de sus hijos y de él, por lo que no podía enojarse en lo más mínimo.

Su turno terminó entrada la noche y tuvo que quedarse ahí más que los otros, puesto que el papeleo que debía entregar era bastante. Una sonrisa se instaló en sus labios al recordar al hombre con uniforme desgastado de conserje que usaba mascarillas y guantes gruesos.

Así como sus labios. Se lamió los dedos sin darse cuenta.

Recogió sus cosas y prosiguió a salir del hospital rumbo al estacionamiento. Sin embargo, cuando estaba por cruzar la avenida, como era costumbre, los vio ahí de pie haciéndoles señas a un autobús que no se paró a recogerlos. Suponía que era por el enorme vehículo que estaba en frente, porque si era la familia del hombre, ya era demasiada crueldad con esos niños que se les notaba cansados.

Presionó la bocina de su auto y bajó la ventanilla del copiloto para verlos.

—Suban —les ordenó—. Los llevaré a casa.

—No es necesario…

—Es tarde y quizás sea el último autobús que pase a esta hora —ella se apoyó en el asiento—. Además, los dos sabemos que ese vehículo no se paró ahí por obra y gracia del santísimo señor.

Él miró a sus hijos un momento, antes de asentir, y ella quitó los seguros de las puertas traseras. Los niños estaban tan cansados, o al menos lo fingían, para que ellos pudieran hablar de lo más normal. Amory no le habló en cuanto se subió al auto y por gran parte del camino, y eso la estaba irritando. Necesitaba cuanto antes que su hermano le diera lo que investigó del hombre a su lado y las razones por las cuales todos querían verlo caer de rodillas.

—Siento que vas a golpearme en cualquier momento —Lys rompió el silencio—. Sé que a veces hablo mucho, pero no me gustan las personas que se quedan todo el tiempo de ese modo.

—Personalmente, no quiero tenerte cerca, pero…

—¿Pero qué? —Ella movió sus dedos por el volante con una excelente agilidad que a cualquier persona le sorprendería—. Ya estoy haciendo lo que me pediste, que me alejara de ti y de tus hijos.

—Ni siquiera fuiste a verlos hoy —le soltó él y ella casi se atraganta con su propia saliva—. Ellos me dijeron que a lo mejor te aburriste de verlos.

—No me aburrí de verlos y si no los pasé a ver hoy, fue porque me lo pediste —contraatacó—. Ahora no veo lo malo en hacer lo que una persona como tú exige con tanto esmero.

—Tampoco es para que lo hagas tan evidente…

—Lo evidente es que quieras venir ahora a decirme que estoy mal cuando fuiste la persona que me pidió de una u otra manera que me alejara de tu vida —regresó su atención al camino—. En este momento estás diciéndome que soy una mala persona cuando los dos sabemos que no es así.

—Yo nunca quise decir eso…

—Sí, lo hiciste y por respeto a tus hijos decidí mejor que tengamos cero contacto —lo miró por unos segundos—. Sin embargo, quiero que me dejes seguir pagando por sus desayunos, sus comidas y meriendas en el hospital —volvió a mirar el camino—. De vez en cuando, quiero que ellos puedan cenar bien…

—Son mis hijos, no los tuyos…

—Niños qué puedo hacer que servicios infantiles te los quite por ser un padre descuidado con su alimentación —atacó donde más le dolía—. Lo sé, estoy sonando cruel, pero, como te dije antes, los niños son mi adoración y no me gusta verlos sufrir por algo de lo que ellos no tienen culpa.

Amory asintió y se quedó en silencio el resto del camino. Ella se detuvo en otro sitio de comida rápida, solo que algo más sano que lo de la otra vez, por así decirlo. Los niños se despertaron cuando ella los llamó y pidieron su cena. Él de igual modo lo hizo, así que después de un buen rato, los dejó en su hogar y hasta que no entraron, ella no se marchó.




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