Desastre en la pista

Prólogo

«¿En algún momento cómo madre se han sentido que la persona que cargan por primera vez no es su hijo?

De ese modo se sentía ella, luego de haber dado a luz y no sentir que el niño en sus brazos no era su hijo. Yilda miraba con el llanto contenido a la pequeña cosita qué tenía en sus brazos. Muerto, su pequeño había muerto y ella no podía hacer nada más que llorar por lo que acababa de pasar. Odiaba todo a su alrededor y más aún, a su esposo, el cual no estaba en ningún lado.

— Lo siento —la doctora la observó—. Tuvo Hipoxia. No pudimos hacer nada. Se le dieron los primeros auxilios en cuánto lo llevamos al área neonatal…

—Estaba bien, lo escuché llorar —sollozó—. Les pedí que me dejaran verlo, pero no lo hicieron. No es justo.

—¿Cómo fue posible esto? —su esposo Hans se mostraba realmente afectado por la noticia—. Todos los estudios estaban en perfecto estado.

—Lo siento —la doctora miró un poco más a Hans, pero Yilda estaba tan absuelta de todo, que no se dio cuenta de nada—. Les daré su tiempo para que puedan despedirse del pequeño.

—No, quiero…

—Tranquila, amor, todo está bien —le quitó al pequeño, pasándoselo a la doctora—. Por favor, encárguese de todo.

—Sí, me retiro.

— Ni sirves para tener un hijo, perra maldita —bramó su esposo, y ella se encogió en la cama, cuando lo vio levantar la mano—. ¡Eres una inservible!

—Es que no sé…

— ¡Claro que sí sabes! —la agarró del cabello con tanta fuerza, que Yilda pensó que la iba a matar, arrancándole la cabeza del cuerpo—. Todos estos meses siendo una basura, algo que no me sirve para nada.

—Puedes…

—Puedo matarte, claro que sí —le dio unos golpecitos en las mejillas—. Me casé contigo porque así lo querías, no porque yo lo quisiera.

—Hans…

— Los doctores deben ser serenos… ¿No fue eso lo que me dijiste? —se estaba burlando de ella—. Ya ves cómo eres, una puta llorona qué no aguanta nada.

— Pero no es mi culpa —negó con la cabeza, sintiéndose tan sola—. ¿Por qué me dices todo esto?

—Por lo inservible que te has vuelto —respondió su esposo de regreso—. Me largo de aquí, espero que pienses bien en lo que harás de ahora en adelante, porque quiero otro hijo y si me das dos o tres al mismo tiempo, eso tal vez compensará la mierda qué has hecho.

Hans la soltó bruscamente en la cama y ella, al verlo salir, solo pudo ponerse a llorar. No cabían dudas de que había tomado la peor decisión del mundo con ese hombre.

Una enfermera entró a revisarla y tuvo que ocultar por unos instantes su forma de llorar. La manera en la que su esposo la trató fue la peor de todas, más aún, sabiendo que ella no tenía mucho que tener. Como era de esperarse, su esposo no fue ni siquiera a ayudarla, tuvo que hacer todos los trámites de su pequeño, las lágrimas no tardaron en salir en lo absoluto cuando supo que estaba perdida por todo.

El camino a su casa fue horrible, el taxista en un punto se le quedó mirando y ella no podía dejar de llorar por lo que acababa de pasarle. Delante de todos, eran una pareja hermosa, pero la violencia con la cual vivía todos los días sobrepasaba cualquier cosa y más los golpes psicológicos que le daba.

—¿Está bien, señora? —el taxista le pasó una caja de pañuelos.

—Lo siento —sollozó, tomando la caja—. Acabo de salir del hospital.

—¿Por?

—Mi hijo… —volvió a llorar—… nació muerto y fue mi culpa.

—No creo que haya sido su culpa —el hombre le habló con sumo cuidado—. Todo ocurre por una razón.

—No todo en la vida pasa por un motivo —le pasó la caja de pañuelos al ver que estaban llegando a su casa—. Muchas gracias.

Se despidió del buen hombre y tomó su bolso de maternidad, en dónde de igual modo ocupaba algunas prendas de su hijo.

Estaba tan sola, que los dos días de duelo los pasó sola en esa casa. Sin nadie más que su soledad, llorando mientras abrazaba la ropa de pequeño, aunque no tenía una habitación en sí para él, la cuna estaba a medio armar y ella no pudo terminarla. Luchó tanto por tener en sus brazos que no sirvió de nada.

En esos dos días de duelo, ella los pasó sola, nadie fue a verla, ni siquiera sus supuestos amigos de la universidad y ella ya no podía más con su vida. La soledad, la depresión postparto y el hecho de que su marido esté con alguien más mientras ella sufría por la pérdida de su hijo era peor. Su esposo hizo acto de presencia por unos cortos minutos en esos días, pero no la consoló. Solo se marchó y listo.

Cuando fue al hospital en su segundo día de duelo, pensó que era momento de tener voz y decirle a su esposo que no tenía caso el hecho de estar juntos. Le entregaron un pequeño ataúd y le indicaron que su esposo dio órdenes de no llamarlo y que todo estaba pagado por él.

—Adiós, bebé —dejó caer el primer puño de tierra, mientras el hombre esperaba por ella para terminar su trabajo—. Mamá sí te amó y lamento que hayas tenido un padre como ese…




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