Desastre en la pista

1. Pesadillas

Meses antes del juicio.

«El hombre se subió los pantalones, mientras ella veía que sus muslos tenían rastros de sangre. En una esquina estaba su ropa interior destrozada. No había manera de poder ponérsela debajo de su ropa.

—Ya está todo listo. —El hombre que literalmente acababa de violarla le pasó el folder—. Te extrañaré.

—Yo no lo extrañaré —se acomodó lo mejor que pudo el vestido y tomó el folder con los documentos—. Espero que nadie se entere de esto.

—Nadie lo sabrá, ya que no quiero que sepan sobre esto —el sujeto que anteriormente le destrozó su cuerpo se acercó a ella—. Siquiera que mataste a tu esposo y a su amante.

—Eso…

—Es un secreto, preciosa —le dio un beso en los labios—. Tómalo como una despedida entre los dos, ¿estamos?

—Sí… —Asintió, mirando con intriga al hombre frente a ella—. Me tengo que ir.

—Ten un buen viaje.

Yilda asintió y tomó su bolso, dejando sus bragas destrozadas, y salió de ahí. No le iba a contar que su amiga era la chica que le tumbó el negocio del tráfico de niños; mucho menos era alguien inocente. La iba a esperar en la parada de autobuses, para irse ambas del país lo antes posible, puesto que ya no querían estar ahí.

Vio a Nancy bajar de un taxi con Joshua en sus brazos, y ella solo quería ponerse a llorar al ver que esa pobre chica sacrificó todo por el niño en sus brazos.

—Tengo los documentos que tienen tu nuevo nombre legalizado. —Yilda se secó las lágrimas—. No hay vuelta atrás. Nos iremos a Londres sin nada.

—Yilda…

—Ya había pedido desde hace tiempo todo esto. La persona que me ayudó logró que me aceptaran en la universidad de allá para terminar mi residencia —susurró—. Por favor, necesito que no hagas preguntas. No ahora.

Su destino en sí era Chicago, pero no confiaba en lo absoluto en ese hombre. Iría a Londres como lo tenía planeado para seguir estudiando y también para que Nancy pudiera seguir cuidando del niño que todos conocían como su hijo».

Se sentó de golpe en la cama, sintiendo cómo su corazón quería salirse del pecho luego de ese sueño. Recordar la manera en la cual tuvo que hacer de todo para salir del país era espantosa.

Tomó su celular con calma y vio que tenía mensajes de las personas del hospital, a la espera de su llegada.

Abrazó sus piernas; el silencio de su hogar era tanto que solo quería una sola cosa. Dormir y dormir. Ya nada tenía sentido en sí; su mejor amiga estaba iniciando algo bonito con un sexi piloto de avión, por lo que de vez en cuando ella iba a pasar la noche con él. Nancy merecía ser feliz después de todo con el hombre que estaba dispuesto a todo por ella. Tener pesadillas se había vuelto algo tan monótono en su vida, algo tan práctico que sin duda alguna deseaba solo dormirse para siempre y nunca tener eso de estar desvelándose todos los días.

Observó la hora en su celular; tenía un pequeño turno ese día y, a pesar de que era de la hora, debía llegar temprano, por el simple hecho de que era la jefa de residentes.

No había un solo día en el cual ella no revisara las noticias, siempre al pendiente de que, por cosas de la vida, alguien las estuviera buscando en Suiza. La única persona que se cambió el nombre fue Varena; ella seguía manteniéndose igual y… con las mismas pesadillas de todo lo que tuvo que hacer.

Su celular sonó luego de darse una ducha y vio que era Nancy.

¿Pequeño desastre o desastre mayor?

—Es el desastre mayor —Nancy rió—. Es para decirte que la cita médica de Joshua es desde aquí. Me quedé en casa de Niklas…

—Ya dile al idiota que te dé una llave para que vivan juntos —bromeó ella—. ¿Doctor nuevo?

—Sí, es posible que nos veamos por el hospital en dado caso —Nancy hizo una pausa—. ¿Estás bien?

—Sí, solo tuve una pesadilla y fue tipo una alarma —sonrió con amargura—. Me alegro mucho de que estés ahora con Niklas.

—Lo sé, quizás hasta nos veamos en el hospital.

—Posiblemente —se rascó el cuello—. Te dejo, hablamos más tarde.

Ambas cortaron la llamada y sintió que algo dentro de su pecho se rompía. Nancy tenía un hijo y ella había perdido el suyo. Sacudió la cabeza; no valía la pena. Buscó otra vez las noticias y decidió que era momento de dejar todo atrás. Por alguna razón presentía que ese día sería hermoso, bonito y lleno de vida.

En cuanto pisó el hospital, fue a cambiarse por el uniforme y a la central de médicos de cirugía.

—Buenos días —saludó Yilda—. ¿Qué hay de nuevo?

—Los mismos accidentes de siempre; aparte de eso, van a elegir a los residentes de último año para ir a la competencia de Fórmula 1.

—¿Hay una? —Ella ladeó un poco la cabeza—. Es raro todo esto.

—Lo es, es la del siglo —se metió otro compañero—. Estarán los mejores este año.

—Hm —asintió sin darle mucha importancia—. Qué bueno.

Fue con sus residentes a cargo, y les indicó que la siguieran para ver qué pacientes iban a atender ese día. Su turno era de cuarenta y ocho horas seguidas. Al menos, completaría las horas semanales que tenía y podría pasarse los siguientes días descansando. Lo mejor de todo es que el próximo año iniciaría con su especialidad de lleno y no cabía duda de que estaba realmente emocionada por eso.

—Bien, chicos. —Se giró hacia los residentes—. Toma el paciente de la cama número uno —le pasó un expediente al residente—. Cama ocho —le entregó al otro—. Y tú, ve con el paciente de la cama veintitrés. Ya hablamos de lo que deben hacer. Eviten a los de general, porque esos no saben nada.

—Entendido, Bachmann.

Los residentes fueron a hacer lo pedido por ella y, por su parte, prosiguió a tomar los pacientes que vio con más complicaciones. En su mayoría, algunos la detestaban porque ella era una becada, más porque ese hospital pertenecía a los Lemann y a la casa real.




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