Se quitó el casco echando su cabello hasta atrás y decidió mirar su nombre en primer lugar. Sonrió con orgullo y más cuando quedó en primer lugar. Estaba en su último entrenamiento, por lo que era indispensable no tener complicaciones.
—¡Papi! —el grito de felicidad de su pequeño fue lo mejor del mundo—. ¡Estoy aquí!
— Y yo te estoy viendo —salió del carro con la ayuda de su equipo y extendió la mano hacia cada uno—. Gracias por todo —asintió hacia los miembros—. ¿Me necesitan para algo más?
— ¿No irás a festejar? —cuestionó su entrenador—. ¿Por qué siempre traes a tu hijo?
—Sabes mis horarios —se quitó el cinturón de su traje—. Mi hijo ante todo.
—Lo sé —el hombre volvió a extender su mano—. ¿Irás a las entrevistas?
—Sí, iré.
El hombre asintió y terminó de despedirse de su equipo. Fue hacia dónde se encontraba su hijo con unos audífonos, aun así, lo veía tan tierno y muy diferente a él o su exesposa. Lo sacó del asiento y besó sus mejillas, antes de caminar dentro del estadio.
— Dijiste que me llevarías a correr —Yoman gimoteó—. Mentiste.
—Es que no es aquí que te llevaré —Azriel lo dejó en el piso y tomó su mano—. ¿Te gustó lo que viste?
—Sí, fue increíble —Yoman dio un pequeño salto—. En la escuela me preguntan por qué si eres mi papá, tengo pecas, mi cabello es rojo y…
—Tus ojos son hermosos, porque no son de mi color… —suspiró un poco—. Ahora bien, las personas dicen muchas cosas que no son. No les hagas caso.
— ¿Así como a la abuela?
—Sí, como a tu abuela.
Aunque su tono de voz había cambiado al hablar de su madre, su hijo no entendía bien eso, por lo que lo dejó pasar. Fue a los vestidores para darse una ducha y le indicó a su hijo que esperara unos minutos. Tenía que hacerlo rápido, antes de que los otros corredores entraran y se desnudaran delante de su pequeño.
Unos pocos minutos más tarde, se encontraba colocándose la ropa y escuchó música infantil, por lo que supuso que su hijo había tomado su celular de su bolso para entretenerse en algo.
Tal vez se preguntan por qué demonios no dejaba a Yoman con una niñera, pues resulta que no confiaba en ninguna, menos cuando de pequeño vio a su hermano Niklas asesinar a la niñera de su hermana menor, solo porque la había golpeado creyendo que nadie la había visto. Sin embargo, eso no fue lo peor, sino el hecho de que la mujer tuvo la osadía de decir que su hermanita había iniciado todo y que nunca le puso la mano.
—Vámonos —le indicó a su hijo—. Antes de que venga alguien a molestarnos.
Yoman tomó su mano con mucho cuidado antes de salir de los vestidores. No le gusta la prensa, pero su apellido, más su rebeldía, según los medios de comunicación, era una cosa tremenda estar en el ojo público con su familia.
—Mamá me dijo que tengo que estar un tiempo con ella porque le toca —Yoman rompió el silencio, mientras le colocaba el cinturón de seguridad—. ¿Por qué tengo que quedarme con ella todo el tiempo?
—Porque el juez así lo ha dispuesto —se aseguró de que estuviera bien—. Sé que no te gusta tu madre, pero ella es…
—Siempre me pregunta por ti —Yoman se encogió de hombros—. En la cena de anoche, conocí a alguien muy inteligente.
— ¿Inteligente?
—Sí, es el hijo de la novia del tío Niklas —asintió su pequeño—. Es quien dijo que me parezco a alguien que la tía Nancy conoce.
—Claro… —dejó pasar ese tema, puesto que no le encontraba relevancia alguna.
Fue hacia el asiento del piloto y vio que no había nadie cerca. Prosiguió a salir del estacionamiento, viendo a su hijo por el espejo retrovisor. Sabía que su pequeño era una cosita curiosa y que le hacía falta tener amistades de su edad, pero el miedo de que alguien le hiciera daño como a él o a sus hermanos, le daba pavor.
Sacudió la cabeza, estaba tan hilarante en esos días, que todo le daba miedo. Tenía que llegar lo antes posible al hospital para la cita médica que tenía con su hijo y el pediatra.
—Quiero jugar con Joshua —Yoman habló y casi se muere de un susto—. Es inteligente y yo no.
— ¿Cómo que él es inteligente y tú no? ¿De dónde sacas eso?
—El abuelo lo dijo anoche en la cena —el pequeño miró por la ventana—. No tengo con quién jugar. Quiero tener amigos.
Auch. Eso fue un duro golpe. No le respondió. No podía hacerlo y menos por el miedo que no quería que él viera.
Llegó al estacionamiento del hospital, unos minutos más tarde, encontrándose con que era el día en el cual a muchos padres les tocaba la cita de la tarde. Tomó asiento luego de que le dieran su turno en la recepción y le pasó el celular a su hijo para qué se entretuviera.
Cruzó los brazos en su pecho, moviendo de un lado a otro la cabeza, puesto que sentía las miradas de muchas personas sobre él. Tal vez no lo conocían, tal vez sí, sin embargo, desde que escucharan su apellido era obvio de que iban a saber quién diablos era.
— Puede pasar, señor Lemann —una enfermera lo llamó desde la puerta—. La doctora lo espera.
Le quitó el celular a su hijo y entró al consultorio, en donde estaba una mujer de unos cuarenta años que estaba sentada detrás del escritorio.