Desconocidos

Capítulo 29.

“Él”

Mateo era como un cuerpo sin alma, respiraba y se mantenía vivo, pero el ánimo por estarlo escaseaba.

Aquella mañana de sábado, terminaba de formar el nudo de su corbata antes de ir al funeral de Kara, con pena en sus suaves movimientos, aún seguía sin creer que la chica que amó más que a ninguna otra estaba muerta, y claramente muy lejos de él. De frente al espejo y mirando su reflejo mientras terminaba de formar el nudo de su corbata, recordó todos los momentos que habían pasado, haciendo de aquel momento algo masoquista. No sabía cómo podría visitar los lugares que recurría con Kara, o cómo podrá seguir con los exámenes de fin de año con el pensamiento continuo de Kara en su cabeza. Observó hacia su pared del lado de su cama, específicamente a un dibujo colgado en la pared. El mismo dibujo que le había regalado Kara el día que realizó su examen para Cambridge, e incapaz de poder contenerse, dejó caer una lágrima que reflejaba cuán triste se sentía consigo mismo.

            -Mateo... –Héctor ingresó a la habitación con suavidad en sus pasos.

            -A este punto de mi vida soy como un marinero navegando en su bote en medio del furioso mar, sin remos y sin un rumbo fijo. Completamente desolado, con la espera de lo que le depara el destino. –Musitó Mateo.

            -Ningún mar en calma, hizo experto a un marinero. –Se acercó a Mateo con las manos en los bolsillos laterales de su pantalón.

            -Detrás de ese dibujo dice una frase… –Mateo se secó la lágrima con la muñeca derecha–. Eres el calor en mi fría noche, eres la calma en mi tormenta. Contigo me siento protegida. –Pronunció con suavidad, con la mirada plantada en el dibujo en la pared.

Héctor intentó agregar algo, pero fue interrumpido por Mateo, que seguía triste.

            -Lo que más me enfurece es que no pude protegerla cuando más me necesitaba… –Mateo insistía en seguir con su dolor.

            -No tiene caso que te atormentes. No recordabas nada y no había forma de que lo supieras, y probablemente nadie pudo haberlo sabido… Estás tomando esto desde tu punto de vista, y no el de ella, que es la que más ha sufrido. Dices que no pudiste salvarla, pero no te has puesto a pensar en que talvez no necesitaba ser salvada.

            - ¿Qué dices? –Movió el punto de su mirada hacia la mirada de Héctor.

            -Solo digo que talvez era lo mejor para ella, ya que luchaba constantemente con ese sentimiento que le generaba muchísimo dolor, y ahora que pudo hacerlo, podría asegurarte que no sufre más y que desde donde sea que esté, espera que entiendas porqué lo hizo. De eso se tratar amar, de aceptar lo que es y lo que tienes ser.

            -Aceptar los hechos no es muy mi estilo. –Comentó Mateo entre dientes, ligeramente molesto–. Soy más de los que luchan, porque ama de verdad.

            -No está mal fallar de vez en cuando…

Mateo devolvió su mirada confundida hacia el dibujo en la pared, pensando en lo que le acababa de decir Héctor, debatiendo sus sentimientos entre la rabia y la aceptación.

 

“Ella”

El papá de Kara salió de su habitación, vestido de traje negro, y con pena en sus pasos atravesó el pasillo hacia la habitación de su hija, encontrándose con Patty junto a las escaleras.

            -Ximena me dijo que podía subir. –Saludó Patty con pena en su mirada.

            -Tranquila… –La calmó el hombre, posando su mano en la menilla de la puerta–. Me haría bien un poco de compañía.

Patty asintió con la cabeza, con suavidad, e ingresó a la habitación detrás del hombre. Él sintió cómo se le encogía el corazón al ver cada cosa en el mismo lugar que siempre estaba, y extrañamente sentía que su hija había ido de viaje y solo era cuestión de tiempo para que regrese y pueda abrazarla y besarla, brindándole su amor. Pero sabía a la perfección que todo era parte de su cabeza, y que nunca podría volver a abrazar a su hija como solía hacerlo.

De pie en medio de la amplia habitación y girando con suavidad mientras observaba cada rincón y en su cabeza la veía haciendo lo que le encantaba hacerlo, que era dibujar. La pena invadió su ser mucho más, a tal punto de ser más pena que cuerpo.

            -Se sincera conmigo. –Le dijo a Patty, que estaba detrás de él–. ¿Fui un mal padre? –El rostro demacrado del hombre encogía el corazón de cualquier, al solo pensar que había perdido al único ser más amada que le había quedado.

            -No. Claro que no… Kara no se sentía a gusto consigo misma, y le hacía falta algo que solo podía darse ella misma, o al menos eso era lo que pensaba ella. –Patty permaneció de pie, detrás, mientras él se acercaba a la cama de Kara y se sentaba sobre ella.

            -No puedo dejar de pensar en que probablemente todo esto es culpa mía…

            -No diga eso… Sé lo devastado que se siente, que todo está oscuro y que está en una tormenta que se siente eterna, pero tarde o temprano las nubes se irán. El sol volverá a iluminar su vida y tendrá que seguir luchando, no solo por usted, sino también por su esposa y su hija que lo cuidan e iluminan desde el cielo.

            -Gracias Patty. Gracias por ser la amiga de Kara y por estar aquí. –Le agradeció el hombre mirándola con pena en los ojos.

            -No hay de qué. Y perdón no haber podido hacer más. –Patty bajó la mirada, pero la volvió a subir con suavidad luego de un momento, al sonar su teléfono, pues la estaban llamando. –Disculpe. –Le dijo y salió de la habitación para contestar.

El hombre observó una vez más alrededor y se levantó de la cama luego de un profundo respiro, inconscientemente se acercó al escritorio de su hija, y encontró algo que no había notado antes. Dos sobres sobre la mesa con un nombre en cada una. El hombre levantó el que decía “Papá” y la abrió para leer su contenido.




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