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- ¡Papas fritas! -
Una vocecita aguda hizo que frenara mi bicicleta.
Vi a una niña de aproximadamente mi edad que estaba tirada en el pasto. Al parecer, se había caído de uno de los juegos del parque.
Quise seguir mi camino, pero cuando intentó levantarse, vi que sus rodillas estaban sangrando. Tenía una expresión de que estaba aguantando las ganas de llorar.
Me acerqué.
- ¿Estás bien?
- No. - Me respondió mientras se agachaba para soplar sus rodillas.
¿Y ahora? ¿Qué debía decir o hacer? Solo tenía nueve años. ¿Qué se debía decir en estas situaciones?
- ¿Quieres que llame a mi mamá? Ella siempre cura personas.
- No. - Respondió sin mirarme
- Pero estás sangrando.
- No. - ¿Acaso esta niña estaba loca? Estaba sangrando, yo podía verlo.
Al parecer lo único que sabía decir era "No" y eso estaba comenzando a irritarme. Tenía cosas que hacer, ya que había quedado para jugar en la casa de Samuel y debía cumplir mi deber.
- Bueno, niña, adiós.
Estaba a punto de arrancar mi bicicleta cuando pude oír su vocecita de nuevo.
- No puedo pararme, me duele. Quiero a mi mamá.
- ¿Dónde está tu mamá?
- En mi casa.
- ¿Y dónde está tu casa?
- Por allá a cuatro cuadras.
Era en la dirección contraria a la de Samuel.
Me quedé mirando el suelo, pensando en que debía hacer. De pronto la niña levantó su cabeza y me miró fijamente, sus ojos avellanos estaban cubiertos por cristales. Las lágrimas que estaba reprimiendo estaban a punto de estallar.
Me quité mi casco.
- Bueno, yo me quedaré con las rodilleras, pero tú ponte el casco, no tengo otro. Al menos estaremos la mitad protegidas
- No entiendo.
- Te llevaré a tu casa, apúrate. - Estiré mi mano para ayudarla a levantarse, la vi dudar unos segundos y rodé mis ojos. Estaba perdiendo la paciencia. - ¡Ya niña!
Una electricidad recorrió por todo mi brazo, apenas sus dedos tocaron los míos. Era una sensación como de calambre así que solo agité mis brazos para que pasara.
- Ponte el casco. – La ayudé a subir en la parte de adelante de mi bici.
Cuando arranque trague saliva, jamás había llevado a alguien en mi bici, así que lo estaba dando todo para no tener un doble accidente y quedar como una tonta frente a la niña. El camino fue muy cansado, mis piernas se estaban sobre exigiendo y apenas podía pedalear.
- ¿Mira niña, vez la casa azul de allá? Es mi casa. - Cruzamos por una calle donde había una avenida y desde ahí se podía apreciar mi casa, era muy linda, yo había elegido el azul y me gustaba decirle a todos.
- Paula.
- ¿Ah?
- Mi nombre es Paula.
- Mi nombre es Marte.
- ¿Cómo el planeta? - Su voz chillona subió dos tonalidades más arriba y esa curiosidad que emanaba me hizo rodar los ojos, seguro haría uno de esos chistes sobre ovnis y marcianos de los cuales no me dejaban en paz en la escuela.
- Si como el planeta, cómo más pues.
- Si te hubieran agregado una S serías martes como un día de semana.
Eso era nuevo, jamás lo había pensado.
No respondí porque estaba demasiado cansada como para hablar y pedalear con un doble peso.
Paula me señaló su casa y nos detuvimos al llegar.
Al bajarse perdí el equilibrio y me caí aún lado con la bicicleta, no dolió. Siempre me pasaba estas cosas, mi equilibrio no era bueno.
La mano de Paula se estiró para ayudarme. Electricidad de nuevo. ¿Pero qué tenía esta niña en las manos? Me estaba ocasionando muchos calambres.
Logré pararme y puse mi bici en posición.
Se sacó el casco y me lo dio.
- Adiós. - Caminó cojeando hasta su puerta.
¿Adiós? ¿Solo adiós? Pero qué niña tan grosera, su mami no le había enseñado a decir "Gracias" después de recibir ayuda. Encima me había esforzado por pedalear hasta aquí y para colmo estaba tarde para la cita de juego en la casa de Samuel.
- ¡Ash! - Rodé los ojos y me fui rápidamente.
Al día siguiente Paula se apareció en mi casa. Tenía una bicicleta y dos banditas de la Barbie en sus rodillas.
- Hola. -
- Hola. - Me quedé mirándola por unos segundos, ¿qué debía decir después de un Hola?
- ¿Quieres ir a jugar al parque con las bicis? – Preguntó como si nada.
- No.
Ella no reaccionó, solo se me quedó mirando e hice lo mismo. Si quería ir, pero quería que probara de su propia medicina por no darme las gracias ayer después de que la lleve hasta su casa. Pero parecía no funcionar, no tenía una expresión de sentirse mal por mi respuesta. Solo estaba ahí parada, mirándome sin hacer nada. Eso me intimidó.
- Bueno, si quiero, vamos. – Soy muy fácil de convencer.
Cogió mi mano y me llevó hasta las bicicletas, desde ese día me acostumbré a la electricidad que sentía cada vez que estábamos cerca.
Siempre estábamos juntas, convivíamos con Samuel y Jota. Íbamos a todos lados juntos.
Nunca había tenido una amiga, y con Paula se sentía bien tener una.
En el verano, antes de entrar a la secundaria, Paula se fue a un campamento, y en ese mismo verano Jota me había pedido que sea su novia.
El primer día de regreso a clases, fui a buscar a Paula a su casa, pero ya se había ido a la escuela. Cuando llegué, quería preguntarle cómo le había ido y contarle lo de Jota, pero me ignoró. No entendía lo que estaba sucediendo. Samuel trató de hablar con ella, pero ella comenzó a comportarse de manera muy grosera. Era como si fuera una persona completamente distinta, no la misma niña de las rodillas raspadas. Las semanas pasaron e intenté hablar con ella, pero su desprecio era demasiado para mí. Empecé a sentirme humillada.
El tiempo pasó y las únicas veces que volvimos a dirigirnos la palabra fue en clase, y sólo para llevarme la contraria cada vez que daba mi opinión. Aunque a veces era contradictorio, porque pensábamos lo mismo, pero ella menospreciaba mis comentarios y agregaba cosas para destacar ella misma y dejarme a un lado.