Desde el hoyo en el que me encuentro

Capítulo 25.

01-04-19

...

El regreso a casa fue algo peculiar a lo que estaba acostumbrado. Normalmente me regresaría caminando solo, pero aquella vez regresaba manejando la moto con Percy de pasajero. Durante el camino me mantuve lo más tranquilo posible, algo había cambiado en mí, había desechado un miedo, pero no estaba seguro de lo que pasaría después. Sin embargo, Percy no decía ni una palabra, se mantuvo cachado durante todo el camino, y no sabía si no tenía nada que decir o no sabía que decir exactamente.

            -Llegamos. –Le dije a Percy suavemente cuando llegamos a casa. Camila y José nos esperaban sentados en la acerca. Ambos con una extraña expresión de tranquilidad, pero incómoda.

Abrí el garaje y metí la moto, luego los llamé a que pasaran a dentro de la casa. Nos sentamos en la sala, José mantenía una tímida expresión avergonzada y yo intentaba animarlo, porque él lo necesitaba.

            - ¿Qué…? –Intentó preguntar Marco cuando se nos acercó, pero se calló luego de que Camila lo mirara diciéndole “Ahora no” sin decir una sola palabra. Para Marcó bastó esa mirada para que entienda, y se formulara un silencio profundo.

            -Solo olvidemos lo que pasó, ¿sí? –Hablé, rompiendo el silencio–. Lo que importa es el ahora. Estamos aquí, donde deberíamos estar.

            -No podemos. –Expresó Percy.

            -No es tan difícil, Percy… -Le respondí.

            -Sí que lo es. Es muy difícil. –Apoyó los codos sobre las rodillas, inclinándose hacia delante–. No puedo hacer como si nada luego de lo que dijiste. Debes decírselo a tu mamá, ella sabrá darte la ayuda que necesites.

            -No. Me basta con que ustedes me apoyen. –Le respondí rápidamente sin mirarlo a los ojos–. Esto no es sobre mí, ¿lo recuerdas?

            -Nosotros no bastamos. –Se levantó del sofá–. ¿Eres tan valiente para decirle a José que acepte ayuda, y no para recibirla? ¿No puedes hacer uso de tus propios consejos?

            -Percy… -Intentó decir Camila.

            -No sé qué tan grande es tu dolor, pero todos estamos aquí para tratar de apoyarte… Pero lo máximo que podemos hacer es eso, apoyarte, y tal vez entenderte. Solo tu mamá puede darte la ayuda profesional que necesites… ¡Sé valiente, carajo! Da el ejemplo. Dámelo a mí, dáselo a José, a Camila, a Marco, y sobre todo a Lucas, que podría sufrir lo mismo que tú y ni siquiera lo sabrías.

            -No es tan fácil… –Dije casi en susurro, con la mirada fija en el suelo. –Se me hace muy difícil y complicado el poder decírselo a ustedes, imagínate si lo digo a mi madre.

            - ¿Quieres sanar? –Espetó Percy.

            -Eso no importa. Lo importante ahora es José, tenemos que apoyarlo a él…

            - ¿Qué hay de ti? –Cuestionó José, quien no había dicho ni una sola palabra desde que regresamos–. ¿Qué te hace menos importante? Yo no pienso hacer nada por mí, si tú no haces algo por ti…

            -No, no puedo. Lo siento. –Y salí de ahí, de la sala y de la casa. Estaba asustado y demasiado abrumado. Las lágrimas acechaban por salir. Corrí por las calles, sin saber a dónde ir exactamente. Planeaba mantenerme solo y pensar, pero no sabía si eso era lo correcto y lo que realmente necesitaba.

¿Por qué hui? Era simple, tenía miedo. Miedo irracional a un gran cambio que podría resultar en mi vida y para bien o para mal, me aterraba la sola idea de pensar en cómo podría cambiar mi vida si le decía lo que sentía a mi madre. Corrí y corrí, hasta que llegué al parque para niños. No había nadie, salvo un oficial de seguridad apoyado en un árbol conversando por teléfono. Me senté en una banca, subí los pies y agaché la cabeza mientras me llevé las manos a la cabeza, sumergiendo mis dedos en mi cabello.

            -El primer paso para cambiar tu vida es dejar de sentir miedo. –Apareció “Gael”

            -No puedo dejar de no sentirlo. No puedo. –Le respondí, con los ojos cerrados.

            -Claro que puedes… Que el miedo sea parte de tu vida, no significa que sea más fuerte que tú… Eres más fuerte de lo que crees. Puedes hacerlo, y lo sabes. –Susurró a mi oído.

Levanté la cabeza y abrí los ojos. “Gael” había desaparecido, y era la primera vez que quería que se quedara más tiempo. “Soy más fuerte de lo que creo” Tal vez tenía razón, tal vez no. Solo había una forma de saberlo, y era enfrentando el miedo. Me levanté de la banca, tembloroso y temeroso caminé de vuelta a casa. Pensé en lo que iba a decir, en qué momento, y con qué expresiones. La única forma era la de ser sincero y expresarme como se de en el momento.

Cuando estaba cerca de casa, el auto de mi madre estaba estacionado en frente de la casa, y me detuve. Los latidos de mi corazón se hicieron más rápidos e intensos, pensé en salir corriendo una vez más, pero encontré el valor de ingresar a la casa. Al atravesar la puerta, las miradas de todos se asomaron hacia mí, y entonces la vi. La mirada de mi madre, en el fondo de la sala, con expresión preocupada y un tanto molesta. Me acerqué.

            -Creo que ya debemos irnos. –Les dijo Camila a José y Marco. Me detuve un momento, esperando a que salieran. Percy se acercó a mí.

            -No le dije nada. Es algo que solo tú podrás explicar. –Me susurró y se fue junto a José, hacia el estudio de mi madre.

            - ¿Qué es lo que tienes que decirme? –Me preguntó mi madre cuando solo quedamos ella y yo en la sala.

            -Quiero mostrarte algo. –Le dije con suavidad. Subimos a mi habitación en silencio. Una vez ahí, abrí el ropero y debajo de las sábanas, muy en el fondo del ropero, saqué la caja de galletas llena de hojas pintarrajeadas. Le extendí la cajita a mi madre.

            - ¿Qué es esto? –Preguntó mi madre mientras la abrí.




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