Como casi siempre, desperté con el recuerdo de tenerte a mi lado. Nada me faltaba si estabas conmigo, y aún ahora… ¡Cuánto te sigo amando!
No existe tortura más grande que verte siempre, lejos de mi. Es mucho más fácil cerrar los ojos, imaginar y revivir aquellas promesas, dibujar para mi tu amor…
Llegué antes, saludo a todos y te espero ansiosa, aún no me acostumbro a ti, todo es perfecto. Entras por la puerta, tus ojos oscuros me buscan, al encontrarme me sonríes; saludando a unos pocos te vas acercando a mi. Como si nos reencontráramos luego de un año, me abrazas con cariño, me besas despacio en los labios, me sonrojo, me apena que lo hagas frente a todos; aunque ese pequeño roce no se compara con los besos que nos damos a solas.
Te divierte verme así, me sonríes y te sientas a mi lado.
—Te extrañé tanto, sabes que no quisiera separarme de ti—. Me dices con cariño. —Te amo—.
Me vuelves a besar y cierro los ojos.
Volver a abrirlos es volver a torturarme, con más fuerza aún. Puedo verte, cada vez más distante, absolutamente indiferente.
Esa vida junto a ti sólo existe en mi mente.