Capítulo 6 : La opresión de Israel

Muchos años habían pasado desde que Jacob, también conocido como Israel, y sus hijos se establecieron en Egipto. Este asentamiento se debió a una hambruna devastadora que había golpeado su tierra natal, Canaán. José, uno de los hijos de Jacob, se había convertido en un alto funcionario del faraón de Egipto y había sido fundamental en la administración de los recursos durante esos años de escasez. Gracias a la posición de José, su familia había sido acogida en Egipto y había prosperado allí.

Con el paso del tiempo, los descendientes de Jacob, conocidos como los israelitas, se multiplicaron y crecieron en número. Sus familias se hicieron grandes, y sus comunidades florecieron. Sin embargo, la prosperidad de los israelitas llamó la atención de los egipcios, especialmente después de la muerte de José y de toda aquella generación.

Un nuevo faraón ascendió al trono, uno que no conocía a José ni los servicios que había prestado a Egipto. Este nuevo gobernante, al observar el crecimiento y la fortaleza de los israelitas, comenzó a sentir miedo. "Miren," dijo a su gente, "el pueblo de Israel es ahora más numeroso y más fuerte que nosotros. Debemos tomar precauciones para que no sigan multiplicándose. De lo contrario, si estalla una guerra, podrían unirse a nuestros enemigos y luchar contra nosotros, y luego se irán del país."

Para controlar la creciente población israelita, el faraón decidió someterlos a trabajos forzados. Los israelitas fueron obligados a construir las ciudades de almacenaje de Pitón y Ramsés, trabajos que eran extenuantes y crueles. Bajo la supervisión de capataces despiadados, los israelitas fueron sometidos a una vida de opresión y sufrimiento.

A pesar de la severidad de sus condiciones, los israelitas continuaron multiplicándose y fortaleciéndose. Este crecimiento continuado solo aumentó el temor y la paranoia del faraón. Al ver que sus esfuerzos no estaban teniendo el efecto deseado, decidió intensificar su crueldad.

El faraón convocó a las parteras hebreas, Sifrá y Fuvá, y les dio una orden espantosa. "Cuando atiendan a las mujeres hebreas en su parto," les dijo, "si ven que es un niño varón, mátenlo; pero si es una niña, déjenla vivir."

Sin embargo, Sifrá y Fuvá temían a Dios y no obedecieron la orden del faraón. En lugar de matar a los niños varones, los dejaron vivir. Cuando el faraón descubrió que su orden no se había cumplido, las llamó y les preguntó por qué habían desobedecido.

Las parteras respondieron con astucia: "Las mujeres hebreas no son como las egipcias; ellas son fuertes y dan a luz antes de que lleguemos." Gracias a su valentía y fe, Dios bendijo a las parteras y permitió que sus familias prosperaran.

Frustrado por el fracaso de su plan, el faraón emitió un decreto aún más brutal a todo su pueblo: "Arrojen al río Nilo a todos los niños varones que nazcan, pero dejen vivir a las niñas."

Este decreto aumentó el sufrimiento y la desesperación de los israelitas, pero también marcó el comienzo de su clamor por liberación. En medio de esta opresión, Dios escuchó los lamentos de su pueblo y comenzó a poner en marcha un plan para su rescate.

Este primer capítulo del libro de Éxodo establece el escenario para uno de los relatos más poderosos y conmovedores de la Biblia: la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto. A través de la opresión y el sufrimiento, la fe y la determinación del pueblo de Dios se mantuvieron fuertes. La valentía de las parteras hebreas, que temieron a Dios más que al faraón, demuestra cómo la fe puede inspirar actos de increíble coraje y humanidad.

El capítulo también introduce el contexto para la llegada de Moisés, quien jugará un papel crucial en la liberación de los israelitas y en su viaje hacia la Tierra Prometida. La historia de Éxodo es una poderosa demostración de la providencia y el poder de Dios, y de cómo, a través de la fe y la perseverancia, incluso las situaciones más desesperadas pueden transformarse en victorias milagrosas.