Desde las sombras

Desde las sombras

La historia que relataré a continuación, es sin duda inexplicable, simplemente pasó, y así como lo cuento, es de la forma en que se desarrollaron las cosas. Soy un hombre de 53 años, sin pareja, sin hijos, sin mascotas. Mis padres se encuentran ambos fallecidos, y no tengo hermanos. Mis tíos viven en el extranjero, y al no utilizar redes sociales, no tengo acceso a comunicarme con ellos, ni tampoco tengo mayor interés la verdad. La soledad me acomoda bastante.

He tenido un aceptable recorrido por el sendero de la vida a mi casi avanzada edad, soy Ingeniero, pero principalmente me dedico a ventas y despachos vía remota. Digamos que tengo mi pequeña empresa de equipos celulares, y lo que genero me sirve para vivir tranquilo en un lugar que siempre quise: silencioso y (semi) alejado de la muchedumbre.

No hay una historia previa, no existen antecedentes que se remonten a una época en que se vea venir, no hay un historial médico desfavorable, no hay preexistencias, no existen trastornos psicosociales ni traumas que conlleven al colapso, no hay una carga emocional ni de carácter violento, nada, simplemente es esto: una persona que quiso comenzar a escribir, y sin saberlo, esta pequeña novela, de tan sólo unas páginas, para arrancar de mí el deseo de sentirme un escritor, sería lo último que hiciera en mi vida.

Si dijera que en los próximos minutos la muerte tocará mi puerta, tomará mi mano y me llevará al fin de mi existencia como ser material y presente en el mundo físico, nadie me creería. Lo anterior tiene algo de verdad, pero no en su totalidad. Primero, porque si hay algo certero en esta vida, es que la muerte llega a todo ser viviente. Y segundo, jamás llegó a tomar mi mano de la forma que me hubiese gustado...

 

 

23:19

Me encontraba sólo, como de costumbre (si bien soy un hombre solitario, a veces recibo la visita breve de algún vecino con ganas de charlar), sentado en el sofá de cuero negro que compré hace algunas semanas en un remate de una tienda cercana, que suele liquidar productos de segunda mano. El vino también estaba en oferta en la botillería que se encuentra a medio camino entre la tienda y mi casa, que incluía la copa a medio llenar en la cual tomaba. La noche estaba fría, pero no lo suficiente para obligarme a usar una chaqueta o algo sobre la polera con mangas que me había regalado mi madre, antes de su muerte el verano pasado. La polera era de color negra, tenía un llamativo logo de color amarillo en el centro, una especie de mandala, y la frase “Come to fly” escrita en letras blancas.

Me encontraba pensando en pintar el interior de la casa, para darle algo de color (gris oscuro), cuando de pronto sonó el teléfono, pero decidí ignorarlo, no eran horas para recibir llamadas, y si alguien se molestaba en llamar, simplemente se trataba de alguna pitanza, nada extraño por estos lugares, era un pueblo bastante aburrido y los niños solían ser los más afectados (debe ser el único lugar del mundo que aún distribuye las guías telefónicas de las personas que constituían la pequeña población). Por lo general, desde las 22:00, las calles estaban desiertas, la gente se sumergía en sus camas para descansar y despertar temprano. Durante el día, tampoco se veía mucho movimiento, y lo más llamativo del lugar era la botillería, lugar de reunión de algunas personas, un recinto que se utilizaba para juntas sociales y discutir asuntos del barrio, y la tienda en donde compré mi sofá y la mayoría de muebles de mi casa, en la cual la gente siempre recorría para pillar alguna oferta. Afortunadamente, para mi paciencia y mi quietud, fue un sonido breve, 2 veces y se cortó. “Alguien fue descubierto por sus padres”, pensé, y recordé la vez que hice lo mismo cuando tenía 9 años, entró mi padre, y me castigó por 2 semanas. Esa vez llamé a la policía.

Cada cierto tiempo fui rellenando mi copa durante las últimas 3 horas, como era habitual en las noches de viernes, ya que los demás días bebía whisky. La botella llegaba a su fin, con el último concho derramado sobre la mesa de estar en la cual se posaba, junto a la copa, mi libreta de notas y mi pluma de escribir favorita, testigo de tantos apuntes anotados en aquellas páginas. Me refiero a notas a las ideas, palabras, o frases que podría utilizar en cuentos, novelas, autobiografías, y un largo etc., que han llegado a mi cabeza como una fugaz inspiración, y como todo lo fugaz, las ideas se esfuman tan pronto (o quizás más rápido) a como llegaron. Las notas seguían descansando ahí, en aquella libreta, esperando ser partícipes de algo real, de algo concreto.


23:36

Luego de beber el último trago, me dispuse a un nuevo comienzo. Tomé mi libreta, me senté en mi escritorio, y me preparé por enésima vez. No estaba ebrio, ni mareado, sólo algo “tocado”, no tanto como para dormir, pero sí lo suficiente como para abrir mi mente y agilizar mis manos. Las ideas, como muchas veces, llegaron rápidamente. Si algo me fascinaba era el terror, aquel género que me perturbaba noches enteras leyendo a Poe, Lovecraft o a mi favorito: King. No había sensación más placentera en mí que irme a dormir con la leve sensación de querer cerrar la puerta, o evitar mirar hacia las sombras, era una droga en mi mente de la cual me hice adicto. Noche tras noche dediqué mi tiempo en leer, imaginar y pensar que era atacado por alguna monstruosidad o ente maligno, algo que me aterraba, pero que en el fondo de mí, en lo más intrínseco de mi ser, lo anhelaba.

Comencé mi novela escribiendo sobre la muerte, la hora del demonio (03:00 AM) según el cristianismo y las creencias populares, sobre aquello que nos motiva a vivir y a aferrarnos a la esperanza de que nuestra hora llegará a la edad de 100 años, y así, sin darme cuenta, escribí varios párrafos sin parar, hasta que golpearon la puerta. Miré la hora, 23:49 PM. En un sector aburrido como el mío, esto es inusual y extraño, algo que sólo había ocurrido una vez en los 7 años que llevaba viviendo en aquel barrio semi-rural: cuando llegó un pedido de pizza que solicité. En estas circunstancias, me perturbó, pero como buen amante del terror y a la vez escéptico de que fuera a ocurrir cualquier suceso paranormal (porque pareciera que mientras te interesas o te fijas en algo, menos lo crees posible, como resignándote), miré por el ojo de vidrio. Las personas que tengan ese objeto en sus puertas, estarán de acuerdo conmigo en que esos segundos antes de mirar a través de ese vidrio telescópico, ese lapso de tiempo en que tu propio ojo se acerca al lugar adecuado para observar, se hace cada vez más largo, y que en condiciones como las que me encontraba actualmente, lo único que quería era no ver. Pero lo hice. En ese momento, con un gran alivio, observé mi jardín. Mis plantas, bastante descuidadas eso sí, allí estaban, y a pesar de no haberles dedicado algo de tiempo durante las últimas 3 semanas, con su sola presencia, y verlas a través del “ojo”, me decían que todo estaba bien, que no había nada que temer.




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