Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 2: MEXICO SIN MI

Mamá me habla cada tarde, aunque estamos en contacto durante todo el día por whatsapp, la verdad es que, a pesar de todo, no les guardo rencor ni a ella ni a papá, no podría. Fue una fortuna que mi hermana Ana la enseñara a utilizarlo y la actualizara en el mundo de las redes sociales, ahora solo puedo agradecerle a ella que haya calmado sus nervios desde que salí a estudiar al otro continente, aún recuerdo sus palabras cuando le di la noticia de que había sido aceptada para el intercambio, ella dijo:- ¡Pero quien se encargara de ti Karen, apenas y puedes hacerte una sopa en el microondas! A lo que contesté:- ¡Ay Lucia!, ya tengo 21 años, puedo cuidarme sola aunque usted no lo crea, además debería de estar orgullosa, estudiare en Madrid poco más de un año, ella retobo: No vuelvas a llamarme Lucia por favor, estarás muy grande pero yo siempre seré tu madre. Obviamente la abrace para calmar su ansiedad acerca de que la primogénita partiría al otro continente. La emoción vino después, mamá siempre me cuenta que en el trabajo de papá no dejan de preguntar por mí, por lo que el orgullo lo invade cada que alguien lo felicita, aunque me es sorprendente que aun después de un año la gente siga cuestionándose mí paradero y lo feliciten por ello, creía que un día la gente se olvidaría de que el señor Federico había tenido una hija llamada Karen, sobre todo por la manera en que emprendí el viaje; pues cabe destacar que varias veces trabaje en mensajería en el mismo departamento del cual se encarga mi padre, el de cobros financieros, durante las vacaciones de la universidad y los últimos semestres del bachillerato.

El trabajo cerca de mi papá era bastante agradable, escuchaba música mientras sacaba los montones de copias que me requerían, para posteriormente llevarlos hasta las manos de cada secretaria o cada jefe malhumorado, no era en absoluto exigente ni pesado; las exigencias comenzaban solo cuando tenía que entregarle las copias a mi padre, él siempre me ha exigido demasiado. En el doceavo piso, que era donde se encontraba mi lugar de trabajo la vista era perfecta aunque de vez en cuando me mareaba, podía ver la estatua del ángel de la independencia justo desde mi ventanal y ahí era donde todos esos sueños florecían, iniciaba pensando en intercambios, conferencias, clases, idiomas, libros escritos por mí, paz mundial, en fin, todas esas cosas que sueñas tal y como las mentes grandes lo han hecho, o quizás jamás lo hicieron, quizás su trabajo comenzó desde la cuna sin aspiraciones egocentristas, simplemente el sueño de hacer de este mundo un lugar mejor para todos. Quizás por eso mis sueños no son los adecuados, porque inician de mi vanidad personal de querer sobresalir o de incitar ser reconocida; prometí quitarme ese hábito de soñar de manera tan narcisa, solo lo haría si las intenciones vendrían por querer hacer de este mundo un lugar mejor.

Tantas tardes de sueños infinitos y copias mínimas, porque rompí mi promesa seguí soñando egocéntricamente, no estoy para nada orgullosa de ello, pero era lo que conseguía encerrada en cuatro paredes pequeñas en donde solo había espacio para tres copiadoras industriales, y para una chica algo gorda de 1.65 metros, mamá solía decirme que no era gorda, justificaba mi gusto por los carbohidratos diciendo que solo era curvilínea, pero yo hubiera preferido no tener tal figura, me resultaba sumamente llamativa para los demás. Aún recuerdo el comentario de Víctor Pérez cuando estaba en sexto de primaria, él no me llamo curvilínea, tuvo la valentía para llamarme vaca gorda solo porque no quise pasarle las respuestas del examen de matemáticas, esta demás mencionar que nuestro compañerismo se fragmento desde entonces. Tuve la desgracia de volver a estar con él en la secundaria, gracias al cielo jamás cruzamos ni una palabra, sin embargo, se limitaba a burlarse de mí con todos los compañeros; fui a terapia por los problemas de autoestima que me ocasionaron todos esos comentarios, es increíble como una sola palabra puede marcar por completo la vida de una persona.

Una de esas tardes fue como conocí a Raúl, un recién egresado de la licenciatura en comercio con apenas 22 años, en aquel entonces yo tenia los 18 años recién cumplidos, por lo que no representaba peligro legal su coqueteo, pero debo confesar que nunca sentí esa chispa que las canciones cuentan acerca de cuando conoces a alguien o te enamoras de alguien, mis amigas platicaban que el amor era como ese choque estelar que hace erizar tu piel y que nubla tu razón, gracias a dios nunca he sentido tal cosa con Raúl, dios me libre de perder la razón por alguien. Entro al departamento de copiado exigiendo la organización de las copias por carpetas y de acuerdo son su perspectiva, justo como después él mismo lo conto en una reunión con mis padres, fue flechazo inmediato y de acuerdo con la mía fue desagrado total, quien se creía él para exigirme con algo de soberbia cumplir sus requerimientos.




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