Los días pasaron y lo veía mas frecuentemente en mi zona de trabajo, al principio siempre requería volúmenes elevados de copias, y cuando yo le comentaba que no habría ningún problema, que de inmediato se las llevaría hasta su oficina espetaba argumentando que él esperaría para que no cometiera alguna equivocación. A lo que yo solo procedía a quedarme callada, pero en cuanto me daba la espalda torcía los ojos, mi reacción era de lo mas normal, como osaba a considerarme incapaz de realizar dicho trabajo, si yo sabía perfectamente lo que hacía. Entre tanto y tanto, un día llego a mi oficina con una docena de rosas a invitarme a salir, a lo que conteste: -Me halaga su invitación, gracias, pero no suelo salir con personas tan carentes de imaginación-. A lo que él contesto: -¿Por qué lo dices?-. Respondí: - Porque solo una persona sin imaginación regala rosas. Su respuesta fue nula, ¡Touché! Pensé, jamás saldría con alguien soberbio como él me lo había dejado claro en nuestros primeros encuentros, quizás era un poco agradable a la vista y jamás nadie me había regalado ni una rosa siquiera por mi cumpleaños, pero evidentemente no se lo haría saber, sin embargo, él tenía un as bajo la manga: mi padre.
Yo, ignoraba demasiadas cosas del trabajo de mi padre a pesar de que trabajábamos juntos, sin embargo, todo empezó a salir a la luz poco a poco. Al final no entendí muy bien la historia de en qué momento Raúl empezó a ganarse el afecto de mi padre en su área laboral, pero ocupaba nuestras comidas para halagar su trabajo todo el tiempo, delante de mí. Tratándome de persuadir ante la idea de que Raúl era un chico inteligente, amable, buen mozo, sin embargo, olvido mencionar un pequeño detalle, era el hijo mayor del jefe de mi padre, por lo que lo único que estaban intentando a toda costa era concretar una transacción brillante, un intercambio de bienes directos, que evidentemente a todo mundo le convenía; mientras tanto Raúl no paraba de llenarme de detalles, todo lo hizo durante mis vacaciones de verano, debo admitir que me gustaban los detalles de Raúl pero él no me agradaba en lo absoluto, no era una persona en la que yo pudiera confiar plenamente, no era lo que yo necesitaba. Después de ganarse el afecto de mi padre, comenzó a ganarse poco a poco el afecto de mi madre y aunque Ana lo detestaba, siempre busco la manera de colarse a cada evento familiar, pero ya no podíamos luchar contra el enemigo, porque lo teníamos viviendo en la misma casa.
Luego de un tiempo se aparecía personalmente a mi casa, papá se había aferrado a la idea de que “éramos amigos”, pero aún ni a eso llegábamos, sus detalles eran sumamente enfadosos, pero al cabo de un tiempo no me quedo otro remedio que acceder a toda esa locura de la que todos tomaríamos un gran tajo, asimilar que mis padres ya lo veían como el hijo perfecto que nunca habían tenido y tenían la esperanza de hacerlo formar parte de nuestra familia. Probablemente en su cabeza mi madre ya hasta había planeado la fecha de nuestra boda en cuanto yo terminara mi carrera, pero al final a pesar de que no estaba viviendo mi vida de la manera en la que yo quería vivirla, mi único tratamiento fue cortar de tajo con todo. Tuvieron que pasar 4 años de conocer a Raúl, para que me armara de valor para cortar de tajo con él y hasta con mis padres.
Durante ese tiempo hablé frecuentemente con ellos de que no quería a Raúl en mi vida, me rehusé a aceptarlo, pero todo fue en vano, papá ya tenía planes para mí y no dejaba de restregarme en la cara que mientras él viviera yo tendría que imponerme a sus mandatos, más aún si yo seguía viviendo en su casa; a veces pensaba que mamá me entendía, pero jamás diría algo que desafiara a mi padre. A pesar de que él había sido un padre amoroso durante años, su carácter fuerte de siempre había sometido a todas las mujeres de esa casa y había oprimido el pensar por sí misma de mi madre durante años. Las decisiones no se cuestionaban, se hacían respetar porque solo él sabía lo que era mejor para nosotras sin cuestionarse un momento sí era lo que nosotras queríamos. Algunas veces Ana y yo no fuimos las hijas obedientes que él necesitaba en su hogar, recuerdo habernos escapado una noche a una fiesta de cumpleaños de una amiga de Ana, Norma es su nombre, ella paso por nosotros, solo teníamos 16 años, papá nos corrió de la casa esa noche. Por lo que dormimos en casa de mi abuelita Concha. Ana y yo lloramos toda la noche, asustadas por lo que vendría en nuestra vida.
Inicié los trámites correspondientes con mi universidad, hice mis maletas, hablé con mis padres y hui; hui porque no tuve la valentía que se requiere para rechazar eso que te imponen y lo cual no se quiere. En ese momento fue la solución mejor pensada que pude haber tomado, poner tierra y agua de por medio.
Editado: 01.04.2020