Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 7: DESPERTAR

Una cefalea constante, exasperante, un sin número de tubos conectados hacia mí, me estorbaba un tubo que me impedía respirar, procedí a arrancármelo inmediatamente, lo saque de mi boca y ahora sentía un dolor insoportable en la garganta. A un lado mío una maquina infernal emitía píllidos sumamente molestos. La enfermera entraba a la habitación para tranquilizar a dicha máquina, en cuanto me vio con los ojos abiertos corrió a comunicárselo al doctor, y tres doctores acudieron a mí inmediatamente, anonadados por la noticia. Corrían empujando un carrito de color rojo brillante, antes de que siguiera arrancándome cables del cuerpo me apuntaron con una luz en mi ojo y detuvieron mis brazos; desmayo instantáneo después de eso.

Dormir nunca había sido tan extraño, volví a despertar los cables ya no eran tan numerosos y aunque la garganta me seguía doliendo insufriblemente intente pronunciar una palabra, la fonética estaba de mi lado al parecer. Mi voz era ronca como la que tienes al tercer día durante la laringitis, pero funcionaría, para mi gusto tenía una voz misteriosa y si no recordaba que había pasado y conservaba mi voz así, podría dedicarme al mundo de la radio locución.

Bueno los doctores me explicaron después de un rato que para mí había sido dormir, sin embargo, estuve con un “knock out” por explicarlo de una manera más sencilla durante tres semanas. Seguía sin comprender que había pasado, la afección de mi memoria era impresionante no entendía porque los doctores hablaban con ese acento extraño que me hacía pensar que no estaba en un lugar convencional, mire mi cuerpo por debajo de la bata de hospital y lucía sumamente diferente, era como si hubiese seguido esa dieta bulímica que me habían recomendado durante la secundaria, por fin había bajado de peso; un momento bajo que precio había bajado de peso, me altere mientras los doctores seguían hablándome en términos médicos, no entendía absolutamente nada y ellos no podían hablar mas despacio al mismo tiempo que me toqueteaban por todos lados grite: -BAAAASTAAA!!. Al mismo tiempo otra máquina chirrió, creo que tenía una taquicardia o eso según yo, me indicaba el gráfico en la pantalla, los doctores abrieron sus ojos como platos y enmudecieron al instante.

El primero lucía demasiado joven para ya tener una bata blanca encima, lucía carismático, despreocupado y quizás yo no sea la más adecuada para decirlo, pero parecía un tonto, no tenía nociones acerca de lo que ocurría a su alrededor, y era al que más atacaban los otros dos médicos con preguntas y órdenes. Mi grito fue lo que más exaspero al joven doctor, me disculpé inmediatamente después de haber actuado de esa manera y les sugerí dejarme sola por un par de horas. El segundo médico procedió a disculparse inmediatamente y me explicó que debían examinarme, puesto que yo no tenía ni idea de todo lo que había pasado durante 21 días. Accedí a que realizaran el procedimiento pertinente, pero por más que intenté recordar, todo era demasiado confuso, el cuerpo se sentía maltrecho, como si me hubieran caído cincuenta meteoritos juntos. Mientras seguía forzando lo poco de materia gris que me quedaba, porque probablemente me había explotado la cabeza o algo así; el tercer doctor de la habitación procedió a realizarme unas preguntas, la primera era sencilla, me sentía en un examen para el cual venía preparada hasta que en la tercer pregunta todo estaba en blanco, no tenía conocimiento alguno acerca de que me había pasado y porque estaba en el hospital por lo que audazmente respondí: -Si ustedes no lo saben, como esperan que yo lo sepa, que dormí durante 3 semanas.

Hoy no sé, porque estaba tan molesta y reaccione así, solo intentaban ayudarme, pero creo que no era yo la que hablaba sino una rabia acumulada sin razón alguna. O quizás una demente en proceso con un hipocampo destrozado, tal vez no era el hipocampo sino tenía un lóbulo temporal destrozado, a causa del traumatismo.

El médico más joven esbozo una sonrisa, mientras que los otros médicos estaban hartos de mi insolencia, probablemente antes del grito me estaban explicando algo referente a la examinación, no lo sé, estaba tan confundida que mi atención no estaba en la habitación o las indicaciones. Probablemente era culpa de la enfermera que procedió a aplicarme otro medicamento mediante las mangueras infinitas.

Los enfermeros procedían a realizar su trabajo, intente a hablar con una de ellas y se no quiso dirigirme la palabra, más que para darme unas cuantas pistas, estábamos en agosto del año 2018 en la ciudad de Madrid, España. ¿Qué diablos hago en Madrid? -Pensé inmediatamente, ¿Dónde está mi familia?, era la siguiente pregunta; los cuestionamientos eran infinitos, las dudas jamás se disiparon durante las primeras 12 horas después de mi despertar. Acaso la muerte hubiera sido mejor, al menos para mí.

Al cabo de un par de horas más, otra doctora apareció en mi paredón, me habían cambiado de habitación ya no había tantas maquinas a mi alrededor por lo que mi lógica me decía que probablemente estaba mejorando, al menos físicamente, la cefalea había desaparecido y solo mi voz misteriosa permanecía conmigo; una adulta mayor estaba a mi lado izquierdo mientras que a mí lado derecho una chica de mediana edad, una cortina gris nos dividía. La luz se desvanecía por los ventanales, el atardecer era precioso, esos cielos naranjosos que cubrían unas obras de arte arquitectónicas con estilo barroco que solo conocía en los libros.




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