Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 8: ESTRAGOS DEL VUELO 520

El vuelo 520 había partido desde la ciudad de México a las 19:00:00 horas (horario centro), el día 15 de julio del 2018; planeaba arribar a la ciudad de Madrid 11 horas después, sin embargo, entre México y Madrid hay una diferencia de horario de 7 horas; por lo que llegaría a Madrid aproximadamente a las 13:00:00 horas del día 16 julio. Pero nadie imagina lo mucho que cambia la vida de un segundo a otro.

La doctora Barrera me contó absolutamente todo lo que había pasado durante el vuelo de acuerdo con el reporte que la aerolínea emitió a las autoridades mexicanas y españolas. Ni la doctora Barrera ni yo entendíamos acerca de ingeniería aeronáutica, sin embargo, los reportes que aparecían en los tabloides decían que había sido una irresponsabilidad de parte de la aerolínea, puesto que al avión modelo Boeing 777 no se le había realizado el servicio adecuado, ignorando por completo el daño de uno de los motores; ahora dicha aerolínea comercial presentaba un sin número de demandas por todos los daños causados. Por ende, mi servicio médico era cubierto por las aseguradoras de la aerolínea.

El vuelo se había retrasado sin que ninguno de los pasajeros que íbamos a bordo nos diéramos cuenta, o al menos yo no lo hice, cabe destacar que estuve distraída durante todo el vuelo, solo pensaba en las diferencias que había dejado en CDMX, ahora lo empezaba a recordar todo, en un instante los actos fueron cayendo uno a uno sobre mí memoria, escena por escena y el orden de las cosas fue tomando su curso.

La doctora Barrera me explico que era normal la perdida de memoria temporal y la confusión, pero que estaba monitoreando mi entorno para tratar de no ayudarle a mi cerebro a recordar. En ese momento entendí que por ello las enfermeras se habían limitado a contestar mis preguntas, además de que los doctores no me habían dado nada de información.

Por fin me sentía yo nuevamente, aunque era un yo extraño, algo aturdido aún por la situación, la doctora Barrera mencionó que era una chica suertuda, puesto que mi pronóstico no era favorable en la tomografía que me realizaron durante la primera semana en coma; me indujeron al coma debido al edema que había desarrollado en mi cerebro por el impacto, aparentemente mi cabeza había sido golpeada por un objeto el cual no habían identificado. Fue como si hubiese sido sacudido dentro del cráneo y como mecanismo de respuesta empezó a hincharse.

Cinco pasajeros del vuelo no habían tenido la misma suerte, el primero había perdido la pierna derecha, aunque la caída no había sido de tanta altura, aparentemente los pilotos no tenían experiencia en el manejo de la situación y no habían realizado el “aterrizaje” de una manera pertinente, la parte trasera del avión quedo deshecha al parecer algo de los motores había caído sobre la pierna de dicho individuo, ni el mejor ortopedista de Madrid había podido salvarla. Otros dos pasajeros sentados en la parte trasera del avión habían muerto instantáneamente durante el accidente, mientras que el cuarto pasajero falleció en el camino de la ambulancia a causa de un tamponade cardíaco. Alguna vez mi padre utilizó la expresión: -No hay quinto malo! Quedaba a la perfección en esta situación puesto que el quinto pasajero falleció durante la cirugía en la cual intentaban salvarle la vida.

Algunos otros tantos, nos recuperábamos rápidamente, teníamos la juventud de nuestro lado, esa ansiedad por vivir y comernos el mundo de un bocado. Cacheteamos a la muerte de frente y sin susto, le escupimos en la cara que nuestra hora se tardaba en llegar, así como que no se metiera nuevamente en nuestro camino, pues no nos haría suplicar.




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