Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 13: SUPLICIO

La noche comenzó, aunque estaba lista para pasarla bien en compañía de nuevas personas, no estaba lista para ser alcohólica por lo que había decidido no beber nada durante esa noche, bueno al menos nada que me provocara un coma etílico. La casa donde se organizaba la “reunión” estaba muy bien ambientada, pareciese que era el cumpleaños de una de las chicas que vivía en esa casa, por lo que sus amigos habían organizado todo muy bien, todo fluía a la perfección, tal y como el sueño universitario americano lo data. Conocí más personas en esa fiesta, pero nadie que tuviese una personalidad llenadora o enriquecedora. Bueno era mi culpa por buscar ángeles entre los demonios.

Me sentía cansada, no sabia si eran los estragos de la fiesta anterior o que me pasaba realmente, la cabeza me pesaba y punzaba un poco, la música era estridente, me sentía ligeramente confundida, justo cuando comencé a sentirme peor, decidí salir al patio sin que nadie lo notara para tomar aire, parecía que me estaba recuperando, tuve que sentarme en el pasto fresco, afortunadamente los chicos de los alrededores se encontraban fumando y conversando atentamente por lo que ni siquiera notaron que estaba ahí, me hubiera sentido sumamente avergonzada si lo hubieran notado. Me recosté sobre la frescura del pasto y mire las estrellas, preciosas, brillantes y solitarias, igual que yo; cuando de pronto un reflejo de colores se poso sobre mi cielo, un aura entre amarillo, verde y naranja; comencé a ver millones de estrellitas a mi alrededor. Las personas que conversaban en el césped, tiraron sus bebidas de inmediato, corrieron hacia mí, cinco minutos antes yo ya no tenia consciencia de lo que sucedía, todo fueron gritos, entonces una sirena se acercaba a lo lejos entre tanto bullicio.  

Movimiento, sentí cada movimiento de la tierra, brusco, sin gravedad, la gravedad dejo de existir, no tenia control de mi cuerpo, ahora estaba mojada, alterada, me amarraron en la camilla y no pude decir ni una palabra; Lilia se encontraba a mi lado angustiada, cuidando por mí, me dijo que no tuviera miedo, que estuviera tranquila intente balbucear el nombre de la Doctora Barrera pero al final ni yo entendí lo que decía.

Cuando desperté, vi el techo de una habitación que me era familiar, tuve una sensación que me trajo un deja vu inmediato, yo ya había estado ahí en algún momento de mi corta estancia por Madrid, pero ya conocía las tomas de oxigeno de la pared y las puntas nasales que trasportaban mi oxígeno, el borboteador que manejaba una presión a 3 litros por minuto, ya no contaba con mi ropa, tenía puesta una bata de hospital. Mi cuerpo dolía como si hubiera pasado un día entero con rutinas de ejercicio, al mirar hacia arriba pude leer en el suero una palabra nueva para mi vocabulario: fenitoína. Una cortina cubría mi espacio, mi privacidad, mediante una pequeña abertura veía a las enfermeras conglomeradas checando expedientes, revisando indicaciones, pasando nuevos medicamentos. ¿Cuál era el suplicio que pagaba? ¿Por qué siempre terminaba en el hospital? No tuve ánimos de emitir palabra alguna, los medicamentos probablemente estaban haciendo su efecto para mantenerme adormilada, no vi a Lilia por ningún lado.

Desperté, una enfermera me sujetaba el brazo, checando mis signos vitales probablemente, aunque mis deseos en ese momento parecían no cumplirse, deseaba con todo mi ser que dichos signos vitales fueran inexistentes, nulos, dejar de respirar sería la solución a aquello que me atormentaba, solo tenía 21 años y no me encontraba del todo sana; pareciese que el deseo de mis padres se llevaba a cabo a cada paso que daba en mi viaje por Madrid, parecía que estaba maldita, o quizás exageraba y esto le pasaba a todos los chicos de España. Quizás el mal no era mío, sino sus aguas eran contaminadas, la hechicería tenía la culpa, alguien quería hacerme mal de ojo, encantos fantásticos para que regresase a mi hogar derrotada y con las manos vacías sin conseguir aquello que quería.

Esperaba y la universidad no estuviera enterada de todo lo que me estaba pasando, de ser así ellos estaban en su derecho de emitir una carta para hacerme regresar a mi país, ¿Por qué me aceptarían entre sus aulas? Si estaba tocada por la muerte y ella no descansaría hasta que me llevase entre sus brazos a descansar. Entre más rápido lo hiciera sería mejor, así me ahorraría muchos problemas.  Volví a dormir, entre cada locura dormitaba, luego pensaba otra locura peor y mas grave que la anterior, así fue durante toda la noche.

Por la mañana siguiente me encontraba mas lúcida, con ganas de luchar y un número incontable de preguntas que rondaban acerca de lo que me había pasado; casi como si el cielo hubiera escuchado mis plegarias, abrió la cortina la Doctora Barrera, sonreí como si hubiese visto a un mismísimo ángel y ella lo hizo recíprocamente. Sus primeras palabras fueron: -Es un gusto tenerte aquí de nuevo, pero no en estas condiciones Karen-. Respondí: -Lo sé, Doctora. Siento lo mismo-. La doctora Barrera procedió a explicarme que esto era algo que cambiaría mi vida más que el accidente, o que quizás estábamos hablando de una secuela del accidente, aún no lo sabían con certeza. Tuve crisis convulsivas idiopáticas, nadie tenía ni idea de la etiología, tampoco si se transformaría a epilepsia, como forma crónica, o solo era un evento aislado.




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