Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 21: HOSPITAL

Al regresar a casa sentí la necesidad de hablar con Ana a detalle de lo que estaba viviendo en Madrid, lo hice, tomé el celular y la llamé olvidando que era lunes y estaba en el gimnasio tal y como su rutina lo advertía. No me contestó, las 500 calorías que quemaba en el spinning lo impidieron. Decepcionada me tiré sobre el colchón, mientras buscaba figuras en mi techo no pude evitar quedarme dormida.

La soledad era reconfortante, me permitía dormir mejor de lo que había dormido toda mi vida; pronto mientras me encontraba durmiendo mas profundamente, probablemente cayendo sobre la fase de sueño REM, aparecí en un hospital, no sabía cuál hospital era, pero sus interminables paredes blancas delataban el lugar sin dudar. Ahí estaba otra vez, esta vez portaba un uniforme completamente blanco y una bata, caminaba de un lado a otro, impaciente, creí por un momento que solo quería llamar mi atención, pero, no era así, ni siquiera notaba que yo estaba a su alrededor, su coquetería era nata; me detuve un momento, solo para contemplarlo y entender mejor la situación.

De pronto mi mirada logro distraerlo de sus pensamientos y me miró fijamente, avergonzada por haberme quedado idiotizada ante su rostro, agache la cabeza y clave un poco la mirada en el piso mientras caminaba en dirección contraria. Probablemente mi cara brillaba al mismo tiempo que la rubefacción la cubría totalmente, sentía que debía desaparecer de ahí inmediatamente, como lo explicaría el verle como estúpida, no tenía ninguna excusa creíble. Mientras me sumergía en el charco de la vergüenza, escuche que pronuncio mi nombre con ese acento guay que me encantaba; aunque quería voltear inmediatamente mi orgullo me contuvo y seguí caminando fingiendo no escucharlo; dijo: -¡Karen! No te hagáis la sorda-. Moraleja los médicos, podrían literal saberlo todo y saber nada a la vez. Me detuve, me giré hacia él al mismo tiempo que la excusa perfecta vino a mi cabeza, entonces abrí la boca: -Disculpa Alex, es solo que no tengo mis anteojos por lo que mi miopía me esta afectando bastante realmente-. Me sentí una chica lista, audaz y sagaz; pero realmente nunca lo he sido, entonces él respondió: -Creía que no utilizabas lentes, en tu historial médico no se menciona eso-. Alguien había estudiado bien mi caso, me conocía mejor de lo que yo misma lo hacía, creo que nada sería un secreto entre mis enfermedades y él. Mientras mas lo meditaba, vino a mi mente que probablemente y ya me conocería hasta desnuda, por lo que una mueca de desaprobación se dibujo en mi rostro, automáticamente una sonrisa picarona emitieron sus labios, ahí sin saber que decir mientras nos mirábamos, quizás durante medio minuto, hasta que pregunté divertida: -¿Qué te causa tanta risa?-. A lo que él contesto: -Son esas caras tan extrañas que haces-. Entonces hice una mueca mientras cruzaba los ojos y pregunté sarcástica: -¿Cuáles caras?-. Su sonrisa se mantuvo aliviado. La persona impaciente que caminaba de un lado a otro un momento atrás, ya no estaba, se había esfumado de la sala. Aún tenía tantas barreras que debía de deshacerme de ellas poco a poco, al final de todo no era tan mala persona. En ese momento lo admití, me gustaba, pero no me gustaba como para echarme en sus brazos y besarle los labios, me gustaba como ese amor platónico que no se toca porque no se puede, el joven Alex era indescifrable, lo tenía frente a mí, aun así se sentía como si fuesen kilómetros, su cuerpo estaba ahí pero su verdadero ser yacía en una oscura caja con una clave de seguridad que nadie poseía, probablemente ni siquiera él mismo. Era impresionante, una persona tan increíble que salvaba vidas día a día, pero tan intocable. Quizás había estado con millones de chicas, había convivido con otras tantas, pero absolutamente nadie lo conocía, no te lo permitía, tratar con él era como sostener lo desconocido entre tus manos.

Quise preguntar que era lo que le preocupaba tanto, pero temí que se alejara, temí arruinar su sonrisa, era una sonrisa que valía la pena mantener; entonces solo pregunte: -¿Tienes hambre?-. Él negó con la cabeza, y dijo: -Me encantaría un dulce en este momento-. Entonces dije las palabras mágicas: -¿Qué te parece una nieve con gomitas?-. Cuando era pequeña una nieve con gomitas solían ser la medicación perfecta para problemas banales de la vida misma, justo esa noche la formula secreta dejo de serlo. Accedió, salimos del hospital a buscar la dulcería mas cercana, se despojo de su bata antes de salir; camino a la dulcería dijó: -Gracias por salvarme de la agonía-. No entendí la oración, tampoco sabia realmente quien era el salvador, hice como si esas palabras jamás hubiesen sido pronunciadas, pero se quedaron guardadas dentro de mí, su gesto de amabilidad me marco esa noche. Mientras nos acercábamos a la dulcería quise saber el lugar en el que nos encontrábamos, pero él se negó prometiendo que tendría que descubrirlo yo misma, mi cara cambio a signo de interrogación otra vez y dije: -Vamos, tienes que decirme, no puedes secuestrarme cada noche a lugares que no he visto-. A medida que pasábamos el rato, la incomodidad de toparnos en nuestros sueños fue desapareciendo, o al menos eso parecía. Estábamos en la nevería disfrutando de una nieve con gomitas cuando mencionó: -Me arrepiento de no haber conocido mucho antes este manjar de la infancia-. Sonreí satisfecha y dije: -Mas vale tarde que nunca-. A lo que él contestó: - Totalmente-. Entonces pregunté: -¿Ese es el hospital donde trabajas?-. Y comentó: -Sí, ¿acaso no lo recuerdas?-. A lo que dije: -¿Cómo podría recordarlo?-. Asimilando un poco la idea de que no conocía esa parte del hospital en la que lo había encontrado dijó: -Bueno, quizás no lo recuerdas perfectamente, pero esa era el área de médicos que se encuentra en urgencias-.  Respondí: -Ahora lo entiendo, por ello no me parecía familiar-. Tomé un sorbo a mi nieve sabor cereza, cuando sin pedírselo dijo: -Estábamos en urgencias por tu culpa-. Entonces me defendí: -¿Por qué mí culpa? si tú eres quien trabaja ahí-. En este juego de ajedrez, él siempre iba un paso más adelante de mí, poniendo a mí rey en jaque cada minuto. Inmediatamente él respondió: -Porque ahí fue el lugar en el que te vi por primera vez-.




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